Luisa Pernalete
Por estos días de junio, mientras somos testigos indirectos de este nuevo capítulo del drama carcelario venezolano , dado que no es primera vez que hay muertes violentas en estos recintos, ni es primera vez que se sabe de la ingobernabilidad en que han caído, leo lentamente las “Conversaciones conmigo mismo” de Nelson Mandela (2010). No es una autobiografía, tampoco un ensayo, son escritos extraídos de cartas –muchas desde su período de encarcelamiento-, conversaciones con las personas que corregían sus notas para su autobiografía, en fin, parte de su archivo personal. Son 514 páginas, todas muy interesantes.
En carta con fecha del 1 de febrero de 1975, dirigida a su esposa de entonces, la cual también había sido privada de libertad en otra cárcel, pero por menos tiempo que el líder surafricano, Mandela le escribía lo siguiente: “podrías darte cuanta de que la celda es un lugar ideal para aprender a conocerte a ti misma, para analizar realista y regularmente los procesos de tu mente y tus sentimientos”. Hace una reflexión sobre la importancia de dedicar tiempo a la introspección seria, el conocimiento de uno mismo, las debilidades, los errores. “La celda – prosigue Mandela – si no sirve para otra cosa, el menos te ofrece la oportunidad de observar todas tus conductas a diario, de superar lo malo, y de potenciar lo que haya de bueno en tì.” (p. 248).
Ciertamente, ninguna cárcel puede considerarse un paraíso, ni el mejor lugar para vivir. Tampoco lo fue la prisión de Robben Island, lugar en donde mandaban principalmente presos políticos en Suráfrica. Aislado de sus seres queridos, solo podía verlos una vez cada seis meses. Sus cartas sufrían la censura, tanto las que enviaba como las que le mandaban a él. Torturado sicológicamente, sin saber nada o casi nada de lo que pasaba en el país, por el cual luchaba. No, definitivamente no era el mejor lugar para vivir, pero Mandela encontraba que “la celda era un lugar ideal para conocerse a sí mismo, para superar lo malo y potenciar lo que haya de bueno en uno”. Y animaba a su esposa a verlo de esa manera. Tenía privacidad. Y con, muchísimas limitaciones. Tenía un espacio.
Al releer esas líneas pensaba en los reclusos venezolanos, en los del Rodeo: se podría pensar que no es posible hacer un paralelismo, porque no es posible comparar a Mandela – preso político – con un preso por supuestos delitos comunes -. Digo “supuestos” dado que hay muchos privados de libertad que no se ha probado su culpabilidad. Pero el punto es que en ambos casos, estamos hablando de cárceles y para qué sirven.
En Venezuela es evidente que no está sirviendo para que las personas puedan “ superar lo malo y de potenciar lo bueno” que hay en cada quien. Pareciera que es al revés, sirven para enterrar lo bueno y potenciar lo malo, con creces; sirven para deshumanizar lo humano que pueden tener los que van entrando porque tienen que defenderse como fieras en la selva, o peor, porque los animales salvajes no planifican las muertes y los ataques. Un animal come hasta saciarse, o ataca para responder a una amenaza, pero no ataca por gusto.
¿Para qué están sirviendo las cárceles en Venezuela? Antes podía decirse, que si bien no eran buenos lugares para estar, al menos servían detener acciones delictivas, se privaba de libertad a personas peligrosas y así se libraba a gente inocente de sus acciones. En estos tiempos, ni para eso, puesto que los peligrosos multiplican su capacidad de hacer el mal, con los de dentro y con los de fuera. Las cárceles venezolanas ni siquiera tienen el efecto disuasivo para el delincuente que esta fuera, pues los índices de impunidad en nuestro país son tan altos que el mensaje que se le da a los que se van levantando es que lo más seguro es que los delitos queden sin castigo. Y, volviendo a la cita de Mandela, en las cárceles venezolana ni celdas tienen los reclusos. Sólo el hacinamiento habla del abandono en que ha estado esa población. Sólo el hacinamiento promueve la violencia entre ellos.
Mandela estuvo prisionero por 27 años, y salió decidido a promover la convivencia pacífica en Suráfrica. No se puede decir lo mismo de los que salen de las cárceles venezolanas. Pero sirva el dato de los años que estuvo preso. Nunca debió estar allí, luchaba por una nación libre de discriminación, luchaba por la justicia. Alguno dirá que en Venezuela no hay “Mandelas” recluidos, pero si hay gente injustamente privada de su libertad, hay gente en medio de ese infierno encerrada por delitos menores, y estoy segura, hay gente que pude ser distinta si se le trata de otra manera.
Este drama de El Rodeo interpela a toda la sociedad: ¿Qué sociedad genera ese tipo de comportamiento delictivo? ¿Se hace lo suficiente para prevenir el delito? ¿Se trabaja sistemáticamente para reducir las causas de la violencia que fragua delincuentes?. Pero sobre todo, el drama de El Rodeo interpela a las autoridades: ¿Qué mas hay que esperar para que el Estado controle las armas y municiones? ¿Por qué hay tantos jóvenes en las cárceles? ¿Por qué no apoyar a las organizaciones que de manera heroica trabaja para dar una esperanza a los privados de libertad? ¿Por qué desaprovechar a las personas que se han formado para trabajar de otra manera en las cárceles? ¿Por qué se obvia lo evidente?.
No, definitivamente las cárceles en Venezuela no son lo que fueron para Mandela las cárceles en tiempos del apartheid. Hay infiernos peores que otros. La situación carcelaria se está proyectando al resto de la sociedad, o es que hemos olvidado las víctimas diarias. El Rodeo tiene su patio en todo el país.