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“El mal que existe en el mundo proviene casi siempre de la ignorancia, y la buena voluntad sin clarividencia puede ocasionar tantos desastres como la maldad.” – Albert Camus

Desde su fundación como República y posterior a su sangrienta guerra civil, Estados Unidos ha sido una referencia ejemplificadora de los valores democráticos, así como un referente mundial del modelo económico capitalista. De tal manera, siendo un referente exitoso de un sistema de convivencia político/social y una economía próspera, no es casual que hoy se le reconozca como “el imperio”.

Su participación decisiva en la Segunda Guerra Mundial, junto a sus aliados, entre ellos la Unión Soviética, le dio la fuerza necesaria para imponer y exportar su modelo político, social y económico, siendo Hollywood, McDonald’s, Coca-Cola, Disney, Ford, Chevron, IBM, Meta, Microsoft, Apple, Amazon, entre otras empresas bandera, las que le permitieron llegar hasta el último rincón de la tierra.

El desmoronamiento del proyecto comunista liderado por la Unión Soviética fue determinante para consolidarse como la potencia del siglo XX, logrando imponer el modelo liberal/capitalista sobre el modelo comunista, lo que hoy conocemos como el modelo occidental. Sin embargo, como todo cambia y se transforma, los modelos comunistas han visto un nuevo renacer aplicando recetas capitalistas, pero manteniendo una visión política autoritaria, siendo China el ejemplo más emblemático. Esto nos lleva a concluir que es posible alcanzar éxitos económicos en sistemas ausentes de reglas democráticas; hoy este es uno de los mayores temas de debate y estudio.

Hoy el concepto de Democracia se ha, o lo han, desfigurado. Pretender explicarla desde un enfoque electoral, donde una mayoría se impone y controla el poder, es simplista y peligroso. La Democracia moderna debe ser mucho más que eso; no se limita únicamente a elegir sino, desde ella, a extender hacia la sociedad los valores intrínsecos en ella, valores todos hoy en día contemplados en la Declaración de los Derechos Humanos. Si alguna definición pudiéramos dar a la Democracia, sería un sistema político de convivencia social capaz de garantizar estos derechos.

Recordemos al gran filósofo Platón cuando ya en su época advertía sobre “las falsas y jactanciosas palabras del demagogo” y sospechaba que la Democracia podía no ser más que el punto de

partida de la tiranía. Y vaya que no estaba equivocado, ejemplos hay cientos en la historia de la humanidad, pero quizás el más emblemático es el de Hitler, tragedia está construida con votos.

De tal manera que la Democracia asumida como acto electoral únicamente puede ser peor que una dictadura; así, el voto puede terminar convertido en un arma tan letal como un puñal, con la diferencia de que el delito lo estás cometiendo en el cumplimiento de tu deber cívico, situación está que termina siendo aterradora.

Para evitar que este sistema de convivencia no termine convirtiéndose en una máquina aniquiladora, se deben crear mecanismos legales que lo impidan. Hoy existen muchos; sin duda serán las instituciones despolitizadas, profesionales y con un alto sentido del deber colectivo que, junto a la sociedad organizada y bien formada sobre los valores democráticos, serán capaces de frenar cualquier intento de deformarlo y transformarlo en una tiranía.

Debo confesar que en las últimas elecciones de los Estados Unidos me equivoqué pensando que la opción de los Demócratas superaría la Republicana. A días del resultado, ambas opciones tenían altas probabilidades de ganar; pensaba que la fuerte presencia de valores democráticos en la identidad norteamericana prevalecería, pero no consideré el poder decisorio del factor económico en una sociedad capitalista. Estados Unidos son valores democráticos, pero también éxitos económicos, y fue este último el que prevaleció.

De tal manera que este aspecto, en mi opinión y la de muchos analistas, fue decisivo. Ahora bien, si revisamos los resultados económicos de la gestión demócrata, no son malos; al contrario, para los especialistas lucen favorables, pero no así para el ciudadano común, y cuando te dan la posibilidad nostálgica de volver a ser lo que fuiste, es decir, grande otra vez, no hay quien se niegue a comprar este sueño.

El problema de este planteamiento es que es ilusorio; por leyes naturales nunca seremos lo que fuimos, todo cambia y se va acomodando a las circunstancias del tiempo. Esto no lo decidimos nosotros, lo deciden fuerzas que no controlamos y que, por muchos avances tecnológicos que tengamos, estos acontecimientos serán siempre impredecibles y distintos a los esperados; el agua que corre en el río nunca será la misma, por similitud que tengan.

Cuando la nostalgia y las ilusiones son las que nos impulsan a tomar las decisiones, seguramente estaremos autoengañándonos, y es ese autoengaño el que nos hace mucho daño; lo real es racional mientras que el autoengaño es irreal. Una persona o sociedad que vive en el autoengaño permanente estará sometida a frustración y rabia constante, creando un ecosistema violento e

impregnado de odio que tarde o temprano explotará, y nada peor que expresarlo en el cumplimiento del deber cívico de elegir.

La realidad debe asumirse tal como es y desde allí, junto a los valores de la virtud de la cual está impregnada la Democracia, se puede salir adelante en Paz.

No hay manera de convivir que no sea en Paz; lo contrario sería el conflicto o la guerra, y ya la humanidad bien conoce las consecuencias de una y de otra. De tal manera que la opción de la confrontación es una derrota para la humanidad fraterna, a diferencia del progreso económico que puede surgir en ambos escenarios, una paradoja para el análisis.

He escuchado y leído mucho en relación con las consecuencias peligrosas que pudiera traer la elección de Trump, pero al hacer un análisis de la situación no habría por qué preocuparse. Primeramente, cuando se usa la palabra “arrasar” en el proceso electoral no es cierto; si es verdad que logró un gran triunfo donde lo votó una mayoría de casi 75 millones de norteamericanos, también es cierto que la opción demócrata, encabezada por Harris, logró casi 70 millones de votos, lo que nos muestra es un país dividido que, producto del sistema electoral norteamericano, hace que el ganador luzca superlativo, pero cuando vas al detalle de los estados claves que le dieron la victoria a Trump, los márgenes no superan en algunos casos ni el 3% de diferencia.

Así que, si las ilusiones vendidas no son cumplidas en el corto plazo, será cuestión de tiempo para que la balanza se incline hacia el otro lado, situación que ha ocurrido en toda la historia política de los Estados Unidos, nada nuevo tenemos bajo el sol. En apenas 2 años habrá elecciones de medio término y veo cuesta arriba que la gestión de Trump, con todo y el control obtenido en la Cámara de Representantes y el Senado, tenga la vara mágica para que la economía crezca en números asombrosos.

En la vida, y en especial los procesos sociales y económicos, son tardíos y deben ser sostenidos en el largo plazo para que así puedan rendir sus frutos. Así como Trump apalancó su programa económico en el de Obama, este tendrá que hacer lo mismo con el de Biden; hacer giros inesperados o bruscos traerá como consecuencia desajustes económicos que le costarán un alto precio, como por ejemplo desmontar la relación comercial con China, que hoy representa miles de millones de dólares para ambos.

Desdeñando todos estos argumentos, lo importante de esta situación es seguir con atención cómo reaccionará la sociedad norteamericana a esta situación que, por la retórica y los antecedentes, luce compleja; la responsabilidad mundial que tiene Estados Unidos en defender la Democracia es vital para reanimarla y vivificarla.

Por ahora y como lo dijo Churchill, no hay sistema de convivencia conocido mejor que este. De tal manera que, si aspiramos a un mundo libre, fraterno y con posibilidades para todos los seres humanos, hay que apostar a que Estados Unidos renueve votos con la Democracia, donde será necesario un movimiento unitario nacional encabezado por ambos partidos en aras de remodelar los cimientos de los valores democráticos; será en la educación inicial y el ejemplo de sus líderes los ejes fundamentales para lograrlo.

El paso dado por los Demócratas en reconocer rápidamente los resultados y facilitar la transición luce alentador, así como la aceptación de Trump en asistir a la reunión en la Casa Blanca. Ojalá que las palabras de Trump la noche de su victoria, en donde invitaba a sanar las divisiones, se hagan realidad. De lo contrario, los tiempos por venir no lucen buenos y corremos el riesgo, en palabras de Camus, de revivir la peste: “el bacilo de la peste no muere ni desaparece jamás; puede permanecer durante decenios dormido en los muebles, en la ropa; espera pacientemente en las alcobas, en las bodegas, en las maletas, los pañuelos y los papeles, y puede llegar un día en que la peste, para desgracia y enseñanza de los hombres, despierte a sus ratas y las mande a morir en una ciudad dichosa.”

José Lombardi. Abogado y Doctor en Ciencias Políticas.

@lombardijose

Leer también: La devaluación de la palabra

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