Mario Villegas
El mismo Freddy Bernal que hasta hace poco anunciaba que la “revolución bonita” estaba venciendo a la guerra económica, acaba de reconocer que la grave crisis por la que atraviesa la república es culpa de quienes la han gobernado durante los últimos 19 años, él incluido.
La confesión de Bernal no ha sido una interpretación malintencionada de los sectores opositores que vienen diciendo lo mismo desde hace años. No señor. Las suyas fueron palabras textuales grabadas durante un discurso en el estado Táchira, cuyo video corrió como pólvora por las redes sociales.
“Me da hasta vergüenza. Hemos perdido incluso gobernabilidad y somos responsables de ello. No es responsable la Cuarta República. No. No es responsable Carlos Andrés Pérez. No. Somos responsables nosotros porque tenemos 19 años en revolución y somos responsables de lo bueno o de lo malo de este país”, dijo el dirigente pesuvista.
Hasta ahora, el gobierno se ha arropado y pretendido evadir su responsabilidad por la crisis económica y social que vive el país bajo el pretexto de una presunta guerra económica de la cual sería víctima.
Pero, tal como ha dicho Bernal, el gobierno es responsable de lo bueno y de lo malo que aquí ocurre. Lo que no significa, por supuesto, que desde la oposición no se hayan cometido garrafales errores en el accionar político de algunos sectores que promueven el cambio, criticados en su momento desde esta columna de opinión.
El desmantelamiento del aparato productivo nacional, la hiperinflación, la escasez de alimentos y de medicinas, el desastre de la salud pública, la asfixiante inseguridad, las corruptelas, el desempleo, el hambre y la miseria, la desesperanza generalizada, el éxodo masivo de venezolanos al exterior, son de la inocultable e inevadible responsabilidad de quienes han diseñado y aplicado las políticas públicas imperantes en el país desde 1999. La mayoría de esas políticas son en esencia las mismas, aunque algunas de ellas hayan sufrido variaciones o retoques cosméticos, como parecen ser las más recientes medidas anunciadas por el presidente Nicolás Maduro.
Lo que en el país estamos viviendo son los nefastos resultados que esas políticas públicas, tanto individual como colectivamente consideradas, han producido o contribuido a generar.
Maduro, a quien en sus inicios se podía haber considerado víctima del legado de Hugo Chávez, cuyos despojos le ha correspondido administrar, ha tenido suficientes años en el ejercicio del poder como para haber introducido cambios superlativos y revertir la destrucción de la economía nacional. Pero no, prefirió seguir atado a un modelo estruendosamente fracasado y ahondar la crisis económica y social en la que está postrado el país.
Guerra económica le tocó enfrentar a Chávez y derrotar con posterioridad al golpe de estado de abril de 2002, cuando las dirigencias de Fedecamaras y de la CTV declararon conjuntamente un paro general indefinido, el cual incluyó la paralización total de la industria petrolera.
Pero a Maduro le ha tocado lidiar con un empresariado nacional disminuido orgánica y económicamente, lo mismo que a un sindicalismo híper atomizado y en buena medida extraviado. Cierto que ha habido especulación y contrabando de extracción, como es usual en escenarios como este de desabastecimiento e irreales precios regulados, pero de ninguna manera se puede hablar de una guerra económica en la dimensión que el termino supone. Más aún, algunos de estos fenómenos, como el bachaqueo y el contrabando de extracción de gasolina, lubricantes, alimentos y otros productos de primera necesidad con precios controlados, son efectuados por particulares civiles y militares vinculados al régimen.
Pese a las protestas sociales que ahora proliferan por todo el país y a las voces críticas y contradicciones que afloran en el seno del gobierno, el Presidente parece darles la espalda y aferrarse cómodamente a la silla presidencial y a sus fracasadas políticas económicas.
Desde Miraflores, lo que Maduro comanda es una verdadera guerra ergonómica.
Según el diccionario de la Real Academia Española, se considera ergonómico algún “utensilio, mueble o máquina adaptados a las condiciones fisiológicas del usuario”.
En esa guerra, Venezuela ha sido reducida a un mueble sobre el cual la cúpula gobernante satisface sus necesidades fisiológicas.