Javier Contreras
Lo del 30 de julio fue un burdo intento de barnizar con algo de supuesta legitimidad una decisión ya tomada por el Presidente de la República y, como era de esperarse, abrazada servilmente por la Presidenta del CNE y el Ministro de la Defensa. Así es, todos sabemos, incluidos los afectos al pensamiento que gobierna, que no puede llamarse elecciones al triste circo (y muy costoso para la nación, por cierto) que coronó la arbitrariedad del uso abusivo del poder, con el único fin de mantener el control absoluto del Estado.
Para los tres personajes mencionados no tiene ninguna importancia el descontento de la inmensa mayoría de los venezolanos, no tiene valor la vida de los ciudadanos que han muerto a manos de los cuerpos de represión (hace tiempo dejaron de ser cuerpos de seguridad), o los miles que mueren lentamente por la falta de medicinas, insumos médico – quirúrgicos o ausencia de alimentos. No, para ellos el fin es continuar en el poder, si el medio era la constituyente y todo lo que la envuelve, había que seguir adelante.
Bien conocemos el guión que está escrito, bien sabemos lo que vendrá entre la noche del domingo y todo el día lunes. Declaraciones triunfalistas y la presentación de unos números tan fantásticos que ofenderán al sentido común. Cuando den “resultados”, una pletórica Tibisay Lucena felicitará a los millones de votantes, cantidad que coincidirá con la que hayan calculado desde el comando de campaña del PSUV, única formación política que participó en la “contienda”. Ese es el perfil de los futuros comicios, desde su óptica: actos internos que se impongan a sangre y fuego para toda la sociedad.
Oiremos, al mismo tiempo, descalificaciones a quienes piensan distinto. No harán falta las amenazas, ahora con mayor vehemencia y descaro, dirigidas a la dirigencia de la oposición política. Los hechos violentos acaecidos en algunos centros electorales (condenables totalmente, sin importar los autores) serán exhibidos para justificar los desmanes de las Fuerzas Armadas y la irregularidad en la instalación y desenvolvimiento de la consulta que arroja, como dato llamativo, el chantaje con los beneficios sociales que entrega el gobierno.
Lo que no conocemos, de lo que no podemos estar seguros, es la reacción de millones de venezolanos que tienen dolor, que están preocupados, que desean un cambio y hoy se sienten burlados. A esos venezolanos, grupo en el que me incluyo, vaya la petición de no caer en la desesperanza, de no ceder ante la tentación de la violencia, de no legitimar vías no democráticas y de no jugar a la anti política. Ya lo he manifestado en anteriores artículos, el 30 de julio no es el fin del país, aunque realmente represente la profundización de los problemas que hoy nos agobian.
Conviene afinar estrategias, tener un norte cada vez más común, y un objetivo absolutamente claro: cómo rescatar la institucionalidad democrática de manera realmente civil. Hay que seguir denunciando los atropellos, censurando el abuso de poder, mostrando el desacuerdo con el actual proyecto político, pero siempre como un todo, cerrando el paso a las aventuras de grupos que puedan enlodar lo que se ha logrado.
Más allá de la “elección” del 30, y de una hipotética instalación de la asamblea constituyente, la mayoría que adversa al gobierno nacional ha ganado, y mucho. No debemos olvidar eso, lo pertinente es reconocer lo que ha generado fortaleza y seguir insistiendo en esa línea. No es la violencia y la desmesura la que ha otorgado legitimidad a la lucha de los sectores democráticos, por eso hay que desmarcarse de ella siempre; no confundamos contundencia con violencia, la primera es un valor, la segunda es un error.
Vuelvo al título, recordando que tres personas han decidido por Venezuela. Decidieron por los millones que no creen en la constituyente como un espacio sano y democrático; pero también decidieron por los venezolanos que los apoyan. Seccionaron la sociedad a su antojo, concibieron un método en el que sus “fichas duras” tienen garantizada la entrada, y en una gran contradicción, el supuesto poder del pueblo organizado se ve reducido a comparsa que aplaude y baila, sin identificar muy bien el ritmo que se está tocando.
Maduro, Lucena y Padrino tomaron otra decisión: alargar la agonía de un modelo político – económico inviable y fracasado. Parar la constituyente tenía un elevado costo político para el gobierno, eso está claro; llevar adelante ese empeño tendrá un costo peor, eso también está claro. Paradójico que los que dicen defender el humanismo y la igualdad, opten por prolongar el sufrimiento colectivo, dejando de lado la posibilidad de abrir espacios para la concordia y el entendimiento.