Luisa Pernalete
No es cierto que Madre hay una sola. En los últimos años he conocido madres que son verdaderas comadres, o sea, que ahíjan a los hijos de otros, se preocupan y se ocupan de ellos como si fueran propios. Se los cuento en estas líneas. Son las Madres Promotoras de Paz (MPP), mujeres de sectores populares que deciden parar la violencia de sus familias, de las escuelas adonde van sus hijos, algunas hasta llegan a promover la paz en sus comunidades.
El Programa MPP surgió primero como propuesta formativa desde el Centro de Formación e Investigación Padre Joaquín de Fe y Alegría. Había que diseñar algo distinto a lo que hasta ahora habíamos hecho y que funcionaba, pero ya lucía insuficiente ante la violencia creciente en los centros educativos, insuficiente ante los casos de niños y adolescentes muertos por balas. Algo más había que hacer, así que sabiendo que mucha gente responsabiliza a la familia, y sobre todo a las mamás de casi todo lo que sucede, decidimos hacer algo para ellas y desde ellas. Varios años después de los primeros ensayos podemos decir como la señora Elsy (San Félix): “Es una bendición ser madre promotora de paz”. Ahora también en una propuesta organizativa.
Primero la persona
La paz comienza con la P de persona. “No se pierde lo que nunca se ha tenido”, dijo una señora de Valencia cuando hizo el primer nivel del curso. Quería decir que hay gente que nunca tuvo amor, ni buen trato, ni palabras amables en su infancia, de manera que no puede dar lo que nunca ha tenido. Eso es verdad, solo que si las heridas se curan, si se pone sobre la mesa esa historia dolorosa de la infancia, es posible ser flores de loto y no repetir la película. De eso se trata. En este nivel se recuerda también la historia bonita no siempre reconocida. Los rostros van cambiando, y muchas lágrimas dan paso a sonrisas y risas recordando buenos momentos. Se reconocen como víctimas y a veces victimarias, aunque no con intención. Perdón, pedir perdón, perdonarse, son pasos para curar heridas y poder cambiar palabras ofensivas por amigables, puños cerrados por manos abiertas. Este nivel es la base para lo que vendrá después.
Segundo: “Ahora somos comadres”
La escuela y la familia no pueden seguir echándose la culpa una a la otra. Los hijos son los ahijados de la escuela, las dos instituciones deben ponerse del mismo lado del equipo para que los hijos y ahijados aprendan a prevenir, reducir y erradicar la violencia y promover la convivencia pacífica. Los riesgos, la necesidad de coherencia, comprender a los hijos, aprender a escuchar activamente, también expresar y manejar emociones y sentimientos. Poder ver la necesidad de la alianza entre escuela y familia, pues de ninguna violencia se sale en solitario. Compartir los miedos da fuerza.
Tercero: “Somos ciudadanas, la paz es un derecho”
No hay ingenuidad en este proceso formativo. Está claro: las madres y los docentes tienen deberes en esto de construir la convivencia pacífica, pero no todo les toca a ellos. “A nosotras no nos corresponde perseguir narcos en el barrio, ni construir escuelas, ni desarmar delincuentes. Hay que exigirlo al Estado”, dijo en un evento la señora Carmen Emilia de San Félix. “No queremos más flores ni discursos, queremos escuelas y seguridad para nuestros hijos”, dijo en una rueda de prensa por el Día de la Madres. Conocer sus derechos, la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela (CRBV), la Ley Orgánica para la Protección del Niño y Adolescente (Lopnna), saber que la paz no es un regalo, es un derecho. Se analizan los elementos de la comunidad que conspiran contra ese derecho. Se comparten las preocupaciones, también las posibles alianzas: Iglesia, algún consejo comunal… Se identifica la responsabilidad del Estado en esta situación. “Cada cargo con su carga”. Cómo y para qué organizarse.
Hay que hacer algo
Pudiera decirse que el lema de esas mujeres, una vez que ven el paisaje completo, es ¡hay que hacer algo!, nada de sentarse a llorar o a esperar que del cielo venga la paz. Parar la espiral de violencia en la familia es un paso importante. “Yo le pegaba a mis hijos todo el tiempo, era terrible. Pero ahora respiro, cuento hasta diez y no les pego”, comentaba Elizabeth de Valencia. Pero ya se sabe, hay que ir mas allá: “En mi casa no hay golpes, ni se bebe, ni armas, pero en mi cuadra hay todo eso”, dijo una señora en Puerto Ordaz. Expresar públicamente el rechazo a la violencia y la valoración de la vida, por eso las caminatas, los murales en calles donde las bandas se intercambian balas. Los planes vacacionales de tres grupos de San Félix se han vuelto referencia para la ciudad. “Los comerciantes del barrio nos apoyan, saben que lo que donen llegará a los muchachos. Las madres se levantan a las 4 a.m. para hacer los desayunos. Hemos ido aprendiendo a organizar a los chamos, nuestros hijos mayores se vuelven recreadores esa semana”, contaba Del Valle, de una comunidad muy violenta de San Félix. Hasta trescientos muchachos han atendido esas mujeres de su comunidad de La Victoria. Grupos de parrandas y aguinaldos con sus hijos y nietos para animar la Navidad: “Salimos en TV Guayana cantando. Imagínese, Brisas del Orinoco, donde ni los taxis quieren llevar a uno, en la televisión cantando”, decía Célika, animada.
Rompen estigmas. Hasta un blog tienen. Las madres en Internet. Aprender a dirigirse a los medios. Aprenden a detectar las ausencias del Estado y exigen exigir. Juntarse con otras, alegrarse con los avances de unas y condolerse con las penas de otras. “En mi parroquia trabajamos con madres de escuelas públicas, y aunque este año nos han puesto trabas, iremos a Ciudad Bolívar a pedir a la Zona Educativa que dejen hacer nuestro trabajo”, me dijo hace poco Maritza, catequista, líder de su grupo.
Cuando se tienen dos hijos, se tienen todos los hijos de la tierra
Ese poema de Andrés Eloy Blanco pudiera considerarse el telón de fondo de estos grupos de madres. No es un programa para Fe y Alegría exclusivamente; a veces son las parroquias las que lo solicitan. Ellas mismas se van ofreciendo a escuelas vecinas, como onda expansiva. Algunos grupos se han propuesto metas para su comunidad, para los hijos de otros, como ese quinteto de Brisas del Orinoco, comunidad que no tiene ni un solo parque infantil. Ese es su proyecto para este año: un espacio para la convivencia para los más pequeños. “Sin cerca, el parque lo van a respetar porque para eso estamos nosotras”. Así va cada grupo, animándose, restándole terreno a la desesperanza. Son sus hijos, sus vecinos, sus amigos, todos merecen la paz, y al Estado le piden lo suyo. Las pequeñas acciones cumplen con la función de olfatear el poder de la semilla, de saborear pequeños triunfos. Para decirlo con palabras de Benjamín González Buelta, s.j.: “¿Cómo entregarse por lo pequeño sin ver con ojos nuevos la utopía del Reino en el brote de lo germinal que apenas rompe el cascarón del miedo?”. Estas mujeres rompen el cascarón del miedo y dan a luz sonrisas compartidas.