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Luisa Pernalete: “Seguimos inventando, formando, ensayando…”

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Por Daniela Paola Aguilar*

En esta nueva entrega de Voces y Rostros, tuvimos la oportunidad de conversar con Luisa Pernalete (@luisaconpaz), profesora del Centro de Formación e Investigación “Padre Joaquín” de Fe y Alegría. Impulsa el programa Madres Promotoras de Paz. Fue directora regional de Fe y Alegría para el Zulia y Guayana como parte de sus inicios; ha sido reconocida con el Premio de Derechos Humanos de la Embajada de Canadá en Venezuela y el Centro para la Paz y los Derechos Humanos de la Universidad Central de Venezuela (2013), dada su amplísima trayectoria en la promoción y defensa de los derechos humanos, con especial énfasis en el ámbito educativo. Además, tenemos el honor de contar con su participación como miembro del Consejo de Redacción de nuestra Revista SIC desde hace varios años…

A continuación, descubriremos un poco el camino que ha conducido a la profesora Luisa a defender el derecho a la educación en un país en emergencia. También indagamos sobre sus inicios en Fe y Alegría, su momento más difícil como educadora y, por supuesto, también queremos saber qué la impulsa a seguir promoviendo los valores de la paz y la convivencia en Venezuela.

–Emergencia humanitaria compleja, educación a distancia y una hiperinflación que, según los expertos, “tardará en desaparecer” es tan solo una parte del diagnóstico que –de manera extraoficial– se nos presenta. Frente a esta realidad, ¿hacia dónde va la educación en Venezuela hoy? ¿Y hacia dónde deberían estar orientados los esfuerzos para defenderla?

–La educación en Venezuela está en emergencia, y no por la pandemia, pues cuando las clases presenciales se suspenden y comienza esta cuarentena prolongadísima. ya se sabía que, según Unicef, en el 2019, había cerca de un millón de chicos fuera el sistema escolar; según la Encuesta Nacional de Condiciones de Vida (Encovi), en el primer trimestre del año escolar 2019-2020, el 40 % faltaba a clases con frecuencia, por problemas de comida, por uniforme, porque no tenían interés, por falta de docentes. También, ya era un problema el tema de la renuncia de educadores por los bajos salarios… Todo eso se ha agravado con la pandemia. A todo lo anterior, se suma la falta de herramientas de los docentes para poder educar eficazmente a distancia; añada también el tema de la falta de combustible, que complica los traslados a los centros educativos, incluso de manera esporádica.

Crédito: @ShariAvendano

Ahora, hablando concretamente de la educación en pandemia, pensemos en temas como la cobertura. ¿A cuántos estudiantes se ha atendido a distancia? En Fe y Alegría sabemos que nuestra media ha sido de 86 % de nuestro alumnado, pero nosotros somos solo 176 centros, ¿y las casi 20.000 escuelas públicas? No hablemos de la calidad y la falta de datos. ¿Cuántos chicos han dejado el sistema escolar? ¿Cuánto han aprendido? Venezuela tiene años sin medir aprendizajes, no aparecemos en estudios de América Latina porque no se tienen –o no se quieren dar– ¿Cuánto han aprendido los chicos? ¿Cómo se están atendiendo los chicos de las zonas rurales e indígenas? ¿Cuánto Internet se necesita para trabajar con ciertas estrategias? ¿Cuántos educadores nos quedan? ¿Cómo se están reponiendo? ¿Con el primero que pase? ¿Con los jóvenes de la “Chamba juvenil”? Esto es lo más grave, nos estamos quedando sin docentes, y sin maestros no hay escuela, sin maestros no hay educación ni presencial, ni a distancia, y mientras los sueldos sigan siendo tan bajos, que no dan ni para comer, ni para los pasajes… Las escuelas de educación, las universidades y los centros pedagógicos se están quedando sin alumnos. Realmente nuestra escuela está amenazada.

Se requiere un acuerdo nacional de todos los actores, no sólo de los educadores, también de las familias, los empresarios, las autoridades… Se requiere un plan de formación acelerada, se requiere una evaluación de las estrategias utilizadas a distancia; se requiere un plan de inversión en infraestructura y en incentivos. Mejorar los servicios públicos…

–Sabemos que el estado Zulia la recibió de brazos abiertos no solo para formarse como educadora, sino para ejercer –desde muy temprana edad– la loable misión de educar a otros ¿Cómo podría describir su experiencia profesional hasta ahora?

–Yo empecé muy joven a trabajar en educación, aún estudiaba en la Universidad, en LUZ (La Universidad del Zulia). Un profesor, que luego sería Decano y más adelante Rector, el profesor Ángel Lombardi, me recomendó para una Normal Experimental al sur de Maracaibo para dar una materia: Historia contemporánea de Venezuela. Yo tenía 21 años, y aquella experiencia, con unos profesores extraordinarios, me cautivó. ¡Inventábamos cada día! Ahí se formaban los maestros del futuro… Me pareció que era lo mío.

Un barrio popular, violento para aquella época –aunque no en los parámetros de ahora– con chicos entre 15 y 19 años… ¡Hay que ver cuánto inventé yo en esos años! Fueron en total 7 años: tres siendo estudiante todavía y, una vez graduada, me contrataron a tiempo completo. Al poco tiempo me nombraron Directora. No me arrepiento de haber tomado esa decisión: dedicarme a la educación popular, de la mano de Fe y Alegría, donde la creatividad y asumir retos, es una constante. No he parado desde entonces, estando en diferentes lugares del movimiento. Nunca repitiendo, siempre ensayando. De eso hace ya más de 4 décadas, sólo interrumpidas por tres años que estuve en el extranjero. Sumo en total, 44 años.

Fui del equipo regional de Fe y Alegría Zulia, que era muy dinámico y emprendedor. Junto con Antonio Pérez Esclarín que también había sido del equipo de la Normal Nueva América, una vez cerrada esta –porque la Ley de Educación cambió y exigía título universitario para los educadores–, diseñamos el Programa de profesionalización de docentes en ejercicio, en convenio con la UNESR (Universidad Nacional Experimental “Simón Rodríguez”), para que nuestros egresados de la Normal obtuvieran su título de educación superior… Seguimos inventando, formando, ensayando…

En aquella época, entre 1983 y 1990, comenzamos a trabajar en la relación escuela-comunidad, con lo que aprendí mucho y de donde saldrían después ensayos de centros de capacitación para chicos que no hubiesen terminado primaria o el bachillerato, pero que fueran todavía menores de 18 años. ¡Otro ensayo! En Maracaibo todavía, que luego se convertirán en “Centro de Capacitación Laboral”. Y como programa nacional, además. En ese año, si la memoria no me falla, me nombraron Directora regional de Fe y Alegría Zulia y entonces el reto era asumir la realidad de todo el estado: contacto directo con las comunidades indígenas, zonas sin escuelas que pedían centros educativos… Simultáneamente, de manera voluntaria, asumo también el reto de trabajar para ayudar a rescatar niños en situación de calle, niños “huele pega”, a eso le llamo yo “mi tercera conversión pedagógica” –siendo la primera la Normal y la segunda el contacto directo con las comunidades de los entornos de las escuela–. Ese era otro mundo, pero me ayudó a entender todo lo que debíamos hacer en las escuelas para que los niños no terminaran en la calle. Aprendí mucho de ellos.

Luego de 7 años como Directora en Zulia, me piden que me vaya al estado Bolívar, ocupando el mismo cargo, pero allá; yo acepté el reto también. ¡Otro mundo Guayana! Multiétnico y multicultural, con grandes desigualdades, con muchas necesidades educativas. Creo que ayudamos a crear un centro por año, unas pequeñas escuelas, en zonas indígenas, en medio de la selva; otras grandes, en las ciudades industriales. Simultáneamente, acepté concursar en la UCAB Guayana, para dar un seminario de “Educación en Derechos Humanos”, en la escuela de Derecho. ¡Otro reto! Formar abogados en esta área tan importante. ¡Otro invento! Mantenerme –cerca de 15 años– rehaciendo cada semestre el programa para hacerlo atractivo, práctico y, sobre todo, muy ligado a la realidad.

Después de 11 años en la Dirección zonal de Fe y Alegría Guayana, pasé al Centro de Formación “Padre Joaquín” de Fe y Alegría, con la misión de diseñar “algo” que enfrentara la violencia, que la previniera, redujera y erradicara. “Convivencia y ciudadanía”… En esa dimensión seguimos inventando, formando, ensayando…

–Educar para la paz a una generación marcada por la violencia es un acto heroico en este país, sobre todo porque se trata de seres humanos que son vulnerables y sufren, pero también ríen y sueñan en su inocencia… ¿Cuál ha sido su momento más difícil como educadora en Venezuela? ¿Qué la impulsa a defender la bandera de la paz con tanta fuerza?

–Estando en Guayana, tuvimos dos años con alumnos y representantes víctimas de la violencia delincuencial. Recuerdo la muerte de Miguel, 11 años, alumno de una escuela de San Félix. Hijo de un guyanés, de oficio heladero. Miguel andaba con su padre y lo atacaron y le apuntaron con una pistola. El chico defendió a su padre. Lo mataron ahí mismo, frente a su papá. ¡Su entierro fue muy triste, de los más tristes a los que he asistido! Pero hubo más: otra niña de 10 años, una bala perdida; una adolescente secuestrada y su osamenta apareció en un terreno de Ciudad Bolívar a la semana… Todavía hubo más en un periodo de año y medio… Comenzamos a ocuparnos del tema de la violencia y también a ver cómo podíamos mejorar la convivencia entre diferentes, qué herramientas dar a maestros, alumnos, madres… Fue en ese período cuando surgió mi “Morral de herramientas para la convivencia”, una especie de teatro-pedagógico que se fue reinventado… También de ese tiempo surgió “Cómo convivir con el sexo opuesto y no terminar halándose de los cabellos” … El tema, expuesto de manera divertida, pero que hace pensar…

Crédito: Cortesía de la autora

Seguí monitoreando la violencia de todo tipo en las escuelas, proporcionando herramientas a los docentes para reconocer violencia intrafamiliar, violencia sexual… En ese tiempo comprendí que la violencia no es natural sino aprendida, con mis visitas a las escuelas indígenas de esas comunidades que están “en medio de la selva” y conservan sus costumbres ancestrales… Lo que se aprende, se puede desaprender, y eso es lo que hago con madres y maestros, ayudarles a desaprender comportamientos violentos e inadecuados y a desarrollar, en su lugar, habilidades para la vida.

Cuando pedí dejar el cargo de directora zonal en Guayana, se me encomienda diseñar algo para enfrentar la violencia, así es como surge “Madres Promotoras de Paz”. Los primeros ensayos fueron en Guayana, ya luego fue asumido como un Programa nacional. También, por esos años –2010 creo–, comienzo a escribir una columna en Ciudad Guayana, en el Correo del Caroní: “Hagamos las paces”, para promocionar el entendimiento, la convivencia pacífica, denunciar la violencia… Programa nacional… La tasa de homicidios seguía creciendo en el país…Llegamos a tener la tasa de violencia más alta de América Latina, compitiendo con Honduras. Pero hay que mirar con los dos ojos: el que denuncia y el que ve velitas en medio de la oscuridad. ¿Qué se podía hacer? ¿Qué se estaba haciendo? Sistematicé, entre otras cosas, procesos de Educación para la paz en diversas escuelas de Fe y Alegría.

Entretanto, ¿qué me anima? Ver que es posible; no fácil, pero tampoco imposible… Los testimonios de las madres, sus cambios en la convivencia con sus familias y su crecimiento de miras… Cambios en las escuelas… Y la urgencia, porque Venezuela sigue siendo un país muy violento.

En los últimos años, la vinculación con la Fundación Mathama Gandhi –ahora Centro Gandhi–…. Y en estos dos últimos años, el crecimiento de la violencia intrafamiliar, entre otras cosas, por el mal manejo de las emociones, me ha impulsado a trabajar en educación emocional…

¿Qué me empuja?

Creer que toda violencia es mala y deja secuelas, es mejor vivir en paz.

–La revista SIC tiene más de 80 años documentando memoria viva para Venezuela. Y, seguramente, muchas páginas habrá ya escrito Luisa Pernalete hasta la fecha. ¿Cómo ha influido SIC a lo largo de su vida y viceversa?

–Conocí la revista SIC cuando estaba en primer año de bachillerato en el Colegio “San José de Tarbes”, en Barquisimeto. Alguien llegó a hacerle propaganda y yo le dije a mi mamá que quería suscribirme. Mi mamá me complació. No estoy segura que la leyera completa ni la entendiera, pero sí recuerdo que por SIC conocí a Don Sergio Méndez Arceo, en ese entonces Obispo de Cuernavaca, México. Décadas después lo conocería en persona. Desde bachillerato, entonces, es mi vinculación hasta la fecha.

SIC ha sido una especie de contacto directo con el país, con sus problemas, denuncias y muestras sólidas de solidaridad, así como el enfoque eclesial. Tan importante. Desde que estoy en el Consejo de Redacción, –gracias a la invitación del padre Alfredo Infante, ex alumno mío de bachillerato, además, y exdirector de la revista–, mi vinculación es orgánica. Poder discutir el contenido, poder sugerir temas, escuchar a los compañeros; es un privilegio para mí poder sentarme al lado de personas como el padre Pedro Trigo, por ejemplo…, escribir ahora con más frecuencia, poder aportar algo desde mi experiencia… SIC es un brazo extendido a una parte importante del país que no debemos dejar que se desfallezca.


*Jefa de redacción de la Revista SIC.

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