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Luis Vicente León: “Enfrentar estos nuevos retos requiere flexibilidad, adaptación, curiosidad y pasión”

Luis Vicente León
Foto: cortesía de Luis Vicente León.

Por Juan Salvador Pérez*.

En medio de la pandemia que tiene al mundo de cabeza, la economía ha sido uno de los sectores más afectados. En este contexto, los empresarios de todo el planeta y, en especial los venezolanos, que no solo deben sortear los retos de la Covid-19, sino también los de una sociedad en emergencia humanitaria compleja, buscan respuestas ante los grandes retos que plantea este nuevo escenario, hasta ahora desconocido.

Por eso, desde la revista SIC, quisimos extender este seriado de entrevistas especiales a empresarios y conocer sus opiniones acerca de cuatro temas que creemos son fundamentales, más que nunca, en esta nueva realidad mundial: La solidaridad, el trabajo, la pobreza y la paciencia.

En esta oportunidad contamos con los aportes del reconocido analista y economista venezolano Luis Vicente León. También especialista en Industrias, de la Escuela de Organización Industrial de Madrid, y magister en Ingeniería Empresarial, de la Universidad Simón Bolívar (USB). Miembro del Consejo Fundacional de la Universidad Católica Andrés Bello (UCAB) y profesor de Economía Industrial. Reconocido, principalmente, por su trabajo como presidente de Datanálisis y Tendencias Digitales.

Solidaridad. Alguna vez leí una frase de José Antonio Marina, que decía: “En el mundo de los hombres, Dios actúa a través de los hombres”, es decir, el llamado que nos hace Dios es a estar presentes en el mundo y actuar. La palabra solidaridad, tan de moda, tan en uso, es un derivado del adjetivo latino solidus (sólido, firme, compacto). ¿Cuál es hoy el llamado a la solidaridad para un empresario en términos concretos?

La función principal de un empresario es producir los bienes y servicios que requiere la población, utilizando eficientemente los recursos escasos y ayudando a que la sociedad pueda maximizar con ellos su curva de utilidad. En el cumplimiento de esa función, los empresarios generan valor, riqueza, empleo, conocimiento, innovación, tecnología, infraestructura, que les permite obtener beneficios, pero también generar impactos positivos sobre el entorno en el que se desenvuelven.

Los intereses individuales y colectivos se funden en la labor empresarial, pues un empresario exitoso, eficiente, creativo y serio genera aportes invalorables a la sociedad. Ninguna acción paralela del empresario superará el aporte de su función básica a la sociedad, si está hecha adecuadamente, éticamente y eficientemente. Pero es evidente que en un país empobrecido y lleno de necesidades, las élites empresariales tienen también la responsabilidad de apoyar, organizativa y financieramente, el desarrollo de proyectos destinados a la mejora de la calidad de vida de sus trabajadores, de las comunidades circundantes, del país y del ambiente en general.

La característica típica de un empresario es la pasión, y cuando la pone al servicio de una causa, suele generar un efecto multiplicador, que va mucho más allá del dinero que invierte en ella. El tiempo, sus ideas, su gerencia, su capacidad de organización de equipos para resolver problemas complejos son, en mi opinión, el aporte adicional más importante de los empresarios a la sociedad, y es igual en sus propios negocios que en los proyectos de solidaridad en los que se puede involucrar. Pocas veces es más claro que en cabeza de los empresarios lo que significa pasar de los buenos deseos a la acción. Ese es su trabajo cotidiano y en él se puede ver la mano de Dios.

Trabajo. Enrique Shaw -empresario que actualmente se encuentra en proceso de beatificación- decía que los empresarios debían “crear trabajo… y cuanto más eficiente sea nuestra labor, más recursos tendrá la Providencia para repartir entre los pobres y necesitados”. ¿Qué significa para usted crear trabajo?

Puede haber varias interpretaciones sobre la creación de trabajo por parte de los empresarios, pero me parece que la más importante es la más simple: permitir que muchas personas, de diferentes estratos, profesiones, intereses, localidades, se unan para producir en equipo, valor. Esto va mucho más allá del salario devengado, vital sin duda para desarrollar la vida. Se trata de permitir, con sus ideas y proyectos, con su empuje y su pasión, que muchas otras personas puedan cumplir sus sueños, ser útiles, aportar a la sociedad, adquirir bienes y servicios fundamentales para ellos y sus familias, aprender y consolidarse, generar orgullo propio y familiar y sentirse realizados. Ese para mí es el concepto maravilloso de la generación de trabajo de los empresarios, porque tiene que ver, sobre todo, con la generación de felicidad.

Pobreza. La filósofa española Adela Cortina ha venido planteando que existe una suerte de rechazo cultural a la pobreza, aporofobia (fobia – temor al pobre) lo define ella, y nos hace una invitación a superar esta conducta excluyente y antidemocrática. ¿Cómo debemos actuar ante la pobreza? ¿Qué debemos hacer ante esta realidad?

La pobreza es, en efecto, una realidad que se estrella diariamente contra nuestros ojos y que debemos aprender a redirigir a nuestro cerebro y corazón.

Al cerebro porque él entenderá, mejor que nuestros sentidos, que la pobreza no es exclusiva del pobre sino compartida por toda la sociedad. Que no hay forma racional de salir ilesos, independientemente de nuestros éxitos y recursos, si no atendemos la pobreza de manera integral, porque formamos parte de un mismo sistema, que es tan bueno y seguro como la parte más débil de él.

A nuestro corazón, porque él será más capaz que nuestros ojos de mirar a ese niño en aprietos como si fuera su propio hijo. A esa señora hambrienta como a su madre. A ese viejito inválido, de ojos tristes, como a su abuelo y todas las personas necesitadas como a sí mismo.

Entonces, el miedo que entra por tus ojos al ver la pobreza, se convierte en tu cerebro en necesidad racional de ayudar a resolverlo, motivación a participar activamente en proyectos que permitan superarla y en tu corazón, se convierte en compasión y empatía para acompañarlos, ayudarlos y servirles de apoyo.

Superar la pobreza es el gran reto de la humanidad. Si no participamos en él, no estamos en nada. Entonces, debemos mostrar activamente que no tenemos miedo a la pobreza, sino a no poder enfrentarla con éxito. Debemos hacer visibles las acciones que emprendemos para enfrentarla. Incorporarnos e incorporar a nuestras familias en proyectos sociales que intenten resolverla, pero, sobre todo, aquellos que tenemos la posibilidad de modelar en nuestras respectivas áreas de influencia, debemos convertir la cercanía con la población más pobre en una necesidad y en un orgullo, que motive a más y más personas a unirse a la causa de combatirla. Cada uno de nosotros puede convertirse en un antídoto a la aporofobia, tocándola, abrazándola, ayudándola frente a todos.

Paciencia. Hoy la humanidad atraviesa tiempos duros. Los tiempos duros demandan actitudes virtuosas y entre esas virtudes se destaca la paciencia. “Patientia” viene del latín “patis”, sufrir. Hoy la entendemos como la capacidad de soportar adversidades. ¿Qué nos exige ser pacientes en estas circunstancias actuales?

Vivimos probablemente la crisis más importante del mundo desde principios del siglo pasado e incluye algo que nos era desconocido a las generaciones que la convivimos: la necesidad de aislarnos para protegernos de un enemigo invisible. Ese aislamiento, con el temor de la enfermedad y la muerte, pero también con su impacto demoledor sobre la economía, incluyendo especialmente la nuestra, genera una presión anímica y emocional natural y peligrosa.

¿Cómo responder a ella inteligentemente y tratar de salir ilesos?

La respuesta podría ser simplemente: paciencia, pues como diría Santa Teresa de Ávila: “Nada te turbe, nada te espante, todo se pasa, Dios no se muda.”

Esta perspectiva de fe es, sin duda, muy relevante. Pero me gustaría agregar un elemento empírico que la respalda. La historia de la humanidad ha estado marcada por grandes rupturas que han cambiado dramáticamente al mundo, dividiéndolo en una serie de antes y después.

Encerrado en casa durante varias semanas en cuarentena,  me atormentaba pensar en lo que perdimos y, sobre todo, en lo que vamos a perder. En el caso de Venezuela, esas pérdidas son aún mayores, pues esta pandemia llegó en un momento cuando el país estaba ya en terapia intensiva y el impacto económico de la crisis viene con esteroides.

Pero estando en una conferencia virtual, a través de la plataforma de Zoom, el comentario de un alumno sobre mi análisis de riesgo país, cambio mi perspectiva sobre el tema. Me dijo: “Los jóvenes llevamos la peor parte de todo esto, porque ustedes tienen un camino recorrido, recursos acumulados y experiencia de vida y profesional que les ayuda a enfrentar los retos de esta crisis”.

Mi respuesta automática a su inquietud fue, capaz sin proponérmelo, de calmar la mía: “No estamos enfrentando otra crisis económica, política y social convencional, de las que hemos vivido muchas en estos años, sino una ruptura que cambiará al mundo. Enfrentar estos nuevos retos requiere flexibilidad, adaptación, curiosidad y pasión, eso que más bien parece definir la juventud, pero no en términos de edad, sino de actitud. 

Lo que ganamos o perdimos antes ya no es lo más relevante, sino lo que viene ahora, los nuevos retos, lo que está por hacerse y lo debemos abordar libre de ataduras del pasado. No es importante lo que termina, sino lo que está por empezar y yo quiero vivirlo plenamente, sin empañarlo con las pérdidas del pasado.  Esto es lo natural para ti y tu generación. Pues te cuento que, a mi edad, lo que más quiero y me emociona es ser capaz de ‘pasar la página y empezar de nuevo’ …como si tuviera la tuya”.

Entonces, teniendo un objetivo concreto, lo que parecía un drama espantoso, se me convirtió en un reto espectacular y entendí en su plenitud el poema de Santa Teresa: “La paciencia todo lo alcanza”.

*Abogado. Magister en Estudios Políticos y de Gobierno. Miembro del Consejo de Redacción SIC.

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