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Loving Vincent

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El primer film pintado al óleo

Pedro Miguel Lamet

Nos encontramos ante un hito, un nuevo pasó en la historia del cine de animación y en el ensamblaje –que por otra parte siempre ha existido aunque de otra manera- entre el séptimo arte y la pintura.  La polaca Dorota Kobiela y el británico Hugh Welchman,  se embarcan en el enorme desafío de realizar un biopic homenaje a Van Gogh a través de la singular creatividad de su pintura, para lo que ha sido necesario recrear unos 65.000 cuadros con la intervención de 125 pintores durante diez años. Un trabajo ímprobo para dar vida cinematográfica y pictórica al espíritu creador, encuadrado en la investigación de los enigmas de sus últimos polémicos momentos del genial neerlandés.

Kobiela, que estudió Bellas Artes y trabajó como pintora antes de dedicarse al cortometraje, fascinada con la lectura de las cartas de Van Gogh a su único confidente y hermano Theo, alienta la idea de plasmar una película sobre su alma, su arte, su misterio interior. El proyecto rebasaba los límites de un corto, por lo que se lanza al largometraje. Junto a Welchman realiza una prolija documentación previa: leen 40 obras sobre el pintor, visitan 19 museos para analizar 400 cuadros, más la revisión de los documentales y filmes existentes, como El loco del pelo rojo de Vicente Minelli (con Kirk Douglas como Van Gogh) o la más cerebral de Robert Altman, Vincent y Theo.

Descartados los cuadros pintados en el manicomio, que le desvían de su intención argumental, la  historia se centra en París durante el verano de 1891. Armand Roulin, encargado por su padre, el cartero Joseph Roulin, de hacer llegar a un destinatario válido una carta póstuma de Van Gogh a su querido hermano Theo, su trayectoria se convierte en una especie de pesquisa policíaca. Apenas conocida la noticia del suicidio del pintor, Armand, de mala gana, no encuentra pistas en París. Al contrario descubre que Theo, hundido por la pérdida de su hermano, apenas le ha sobrevivido algunos meses. Convencido de que está equivocado en su apreciación de Van Gogh, el improvisado detective decide seguir sus huellas en Auvers-sur-Oise, donde transcurrieron los últimos meses del pintor, para intentar explicarse los motivos de su desesperación. Emprende así entrevistas con los habitantes de un pueblo que, en parte, le tenía por un excéntrico loco y en parte se sentía atraído por su pasión y originalidad. De esta manera se sumerge en el misterio de la vida y muerte de un artista que vive la creación como una aventura de amor desde la marginación y la pobreza y que solo consiguió vender un cuadro en vida.

Para ello el film se basa en una nueva técnica: los realizadores rodaron primero las secuencias con actores reales. Luego, el metraje fue trasladado a la pintura. Recrearon el fotograma inicial de cada toma en un lienzo. Sobre esa base, los artistas añadían pinceladas y animaciones. Tras dichas  modificaciones, el fotograma final era otro cuadro fijo, perfecto para ser vendido online. “El método cinematográfico más lento jamás ideado”, confiesa Welchman. Tanto que, aunque ahora están empeñados en hacer lo mismo con nuestro Goya, quieren simplificar el procedimiento.

Sin duda, la gran protagonista del filme es la pintura rompedora, libre, íntima y a la vez desmelenada del biografiado, a partir de una estética cinematográfica hasta ahora no emprendida, que es un regalo para los ojos y que no está exenta de encuadres, planificación y movimientos de cámara netamente cinematográficos. Los personajes entrevistados, absolutamente reales, son auténticos retratos al óleo. Los paisajes del campo, el mar, las estrellas, los asimétricos interiores casi anecdóticos, sus valientes colores fogosos y grandes pinceladas del creador, cobran la tercera dimensión que aporta el movimiento fílmico. Ese es el gran valor de Loving Vicent,  sin duda una obra maestra y una aportación destacada en la historia del cine, que ha merecido, entre otros premios, una nominación a los Globos de Oro.

Ahora bien, la historia detectivesca es débil para sostener tanta belleza. Los realizadores, sin duda absorbidos por la creación artística de la imagen, no forjan un guion al nivel de su espléndida imagen. Si bien es adecuada la inserción de cuadros en suave blanco y negro, para relatar el pasado, la trama carece de continuada garra narrativa restando interés al conjunto, aunque se ve compensada, como viene dicho, por el caudal de belleza pictórica bien vehiculada por el lenguaje del cine. ¿Fue Van Gohg asesinado o se suicidó? ¿Estaba loco o cuerdo? En realidad poco importa la respuesta a estas preguntas, como el verdadero objetivo del film: ahondar en el alma que ocultaban los osados pinceles del considerado padre de la pintura moderna: una mezcla de fragilidad y fuerza, marginación para ver el mundo desde fuera y pasión para descubrirlo y amarlo en su recóndita verdad primigenia.

Fuente: http://www.cineparaleer.com/critica/item/2210-loving-vincent

 

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