Minerva Vitti
Cuando entras al Jardín Botánico de Caracas lo primero que ves es un hueco donde alguna vez hubo una laguna con todos sus ecosistemas acuáticos. Los cadáveres de árboles están por todos lados. Algunos están cortados con hachas como prevención, porque cuando se empiezan a secar o enfermar pueden caer en cualquier momento. Sobre los árboles vivos se posan algunas guacamayas. En una de las lagunas más pequeñas solo se ve la estructura de concreto que dividía sus secciones y algunos charcos de agua detenida donde sobrevuelan algunas libélulas rosadas, azules, naranjas, negras, tratando de recuperar su ciclo de polinización. En algún momento en estas aguas florecieron flores de loto.
Son las diez de la mañana del 14 de junio y en este cementerio natural hay algunos que se resisten a morir. Sobre la grama hay un grupo de personas que practica yoga, en una de las caminerías un grupo de jóvenes hace un recorrido para identificar plantas, algunos voluntarios trabajan para recuperar el Jardín junto a un baobabs gigante, y también está Miguel Castillo, un botánico, curador de ambientes acuáticos, docente de la UCV, encargado de la Laguna Venezuela, que a pesar de estar jubilado desde 1997, viene varias mañanas a la semana a trabajar.
El Jardín Botánico de Caracas es parte de la Universidad Central de Venezuela y está ubicado a pocos metros de su entrada, por Plaza Venezuela. Fue creado por Tobías Laser (1911-2016), un botánico venezolano. Y tiene una extensión de 70 hectáreas. Al igual que la Universidad Central de Venezuela, y por ser parte de ella, el Instituto Experimental Jardín Botánico Dr. Tobías Lasser, es Patrimonio Cultural de la Humanidad declarado por la Unesco en el año 2000.
“A ninguna autoridad le importa el Jardín”. Es lo primero que dice Castillo y cuenta que tienen un gran problema con el agua. Desde enero de 2016 se comenzaron a secar las lagunas y todo el jardín está deteriorado. El tanque que surte agua a este jardín es administrado por el Hospital Universitario de Caracas, y en lo que va de año solo han bombeado dos veces, una hora. “Antes el tanque lo administraba Servicios Generales de la UCV, ahora pusieron a gente de sanidad a encargarse de esto”.
El Hospital Universitario de Caracas también tiene problemas con el agua. Las bombas que mandan agua a los tanques del Jardín Botánico tienen menos presión. Quieren que la universidad pague los repuestos pero no hay recursos.
Castillo cuenta que antes había un ducto desde Parque Central y el Parque Los Caobos, pero ahora no llega el agua. En 2017 solo hubo agua cuatro veces en el Jardín Botánico. Y hasta el 14 de junio de 2018, solo han recibido dos veces agua, una en febrero y otra en abril, dos horas respectivamente.
La grave situación en el suministro de agua ha hecho que se hayan organizado campañas de donantes de agua para el Jardín Botánico, pero esto no es suficiente. Para llenar la Laguna Venezuela, que tiene 1,10 metros de profundidad y 980 metros cuadrados de diámetro, se necesitarían 100 camiones cisternas, de 5000 litros cada uno.
Una metáfora de Venezuela
En el sendero que va hacia la Laguna Venezuela, las hojas de los árboles lanzan su canto de aire, pero el sonido de los carros en la autopista les gana. Aquí buena parte de los chaguaramos han muerto. Todo está seco. No obstante un indio desnudo se alza resistiendo y otro árbol más frondoso lo acompaña en su lucha por sobrevivir.
Al fondo se asoma el cuerpo de agua que debe su nombre a que tiene la forma del mapa de Venezuela. Miguel Castillo cuenta que cuando la estaban construyendo tenía programado un tamaño, pero hicieron la autopista y tuvieron que cortarle 25 metros al Jardín Botánico, y obviamente a la Laguna. Entonces el mapa de Venezuela quedó fragmentado. Mandaron a la Guayana Esequiba para otro lado, y al sur del país por otro, donde ahora es difícil el acceso porque está tomada por delincuentes. Solo en los planos la Laguna está completa, como en nuestro mapa.
Esta Laguna es el hábitat de plantas acuáticas traídas de Egipto, Japón, China, África y Norteamérica. “No existe una especie del mundo que no esté representada en esta laguna”, dice el profesor Castillo. El cuerpo de agua resguarda la mayor diversidad de especies de Nymphaea, entre las que están la Victoria Amazónica, los melindros acuáticos y los nelumbos del río Nilo cuyas semillas provienen de Egipto.
Castillo, botas de plástico verde, camisa verde, pantalones, gorra, se para en el estado Sucre. Tiene un palo de plástico que lleva pegado un centímetro. Lo introduce en el agua y mide la profundidad de la Laguna: 61 centímetros. Faltan 500 mil litros de agua en una laguna con capacidad para un millón de litros. “Ayer llovió y solo se llenó 5000 litros. Pero ojalá la solución fuese la lluvia, simplemente para llenar esta laguna tendría que inundarse Caracas”, dice el botánico.
El bajo nivel del agua hace que se vean los círculos de los contenedores con las plantas, como aros que flotan. Hay otros vacíos, son las plantas que se han perdido. “Aquí está Güiria”, dice señalando con el palo. Tiene una grieta. Esto se debe a que las lagunas cuando son de cemento empiezan a tener fisuras.
El profesor camina por el borde de la laguna hacia Falcón. En esta parte hay mangles. “Pulen el agua para que lleguen al Mar Caribe más limpia, los mangles purifican el agua”. Dice que buceando se pueden ver los orificios por donde botan el oxígeno. Estas plantas palpitan bajo el agua.
Con el palo señala a la Victoria Amazónica, que abre su flor solo dos horas y dos días. Y para hacerlo debe aumentar su temperatura 20 grados centígrados por encima de la temperatura del exterior. Cuando se abre se escucha el sonido. La primera noche huele a piña madura y pera. Se impregna todo. Entonces los coleópteros, escarabajos hembras y machos, entran a la cámara nupcial. Al día siguiente abre la flor, salen los insectos, y ella se pone roja.
La hoja de esta planta, tiene entre cuatro y seis metros de diámetro, aguanta hasta 50 kg de peso. Castillo saca su celular y comienza a mostrar fotos de niños sentados sobre estas plantas. “Aquí está mi nieto, pero ahora no se monta porque le da miedo”, dice sonriendo el que también fue curador de los ambientes acuáticos del Parque Los Caobos y de la Torre Cavendes.
En el Golfo de Venezuela se escuchan las ranitas. Es fácil imaginar toda la vida que habita bajo las aguas de esta laguna. Hay peces para prevenir la reproducción de los mosquitos. También hay caracoles marisas que impiden el ciclo de la bilharzia, una enfermedad causada por un parásito que puede causar la muerte si no se trata a tiempo.
Emergen la Nymfhaea mexicana y otra planta llamada pánico. La nymfhaea agarra fango y forma islas. Cada tanto deben sacar los bloques de sedimento que forma esta planta, que pueden pesar hasta 60 kilogramos. El pánico es filtrador. “En el Doral (Miami, Estados Unidos) hay Nymfhaea mexicanas que filtran aguas negras”.
Castillo succiona agua con su palo y lo deja caer sobre la hoja ancha de la Nelumbo nucifera (flor de loto), pronto toda el agua con fango se va y en el centro queda una gota gruesa que la planta empieza a limpiar. “Es muy buena para filtrar el agua”.
Pese a las capacidades de filtración que tienen algunas plantas acuáticas, Castillo advierte que en los reservorios de agua, como las represas, no debería haber presencia de estas. Y cuando habla sobre el tema se refiere a la idea que tuvieron las autoridades ambientales del Estado, hace varios años atrás, de meter la planta bora en el embalse la Mariposa. “La bora puede evapotranspirar un litro de agua cada hora, por eso está seco el embalse La Mariposa. Es buena para el petróleo pero para el agua no. Aunado a esto, el último dragado se hizo en el gobierno de Carlos Andrés Pérez. Este gobierno debía hacer dos tragados y no lo hicieron. La Mariposa está full de sedimento”. Por eso en la Laguna Venezuela no hay Bora ni Lemna.
Esta flor de loto tiene su historia. Castillo cuenta que en los años setenta hubo un gran incendio en El Cairo, Egipto, y se quemaron muchas flores de loto, una planta que tiene orígenes sagrados y que solo era para el uso de los faraones. “De hecho algunos metían sus semillas en vino y provocaba un efecto alucinógeno. Te juro que yo lo probé y vi a Tutankamón”, bromea el profesor y luego dice muy serio que más nunca lo hará. El caso es que fueron varios científicos a Egipto, entre estos algunos de Venezuela. También fue un piloto de guerra que se había alimentado durante seis meses de esta planta. Precisamente a él se le ocurrió que las semillas que quedaban fueran distribuidas por el mundo. A Venezuela llegaron dos semillas desde el museo de El Cairo y Castillo logró germinar la planta.
El curador de ambientes acuáticos toma una de estas plantas y saca unas semillas. Estas necesitarían más tiempo para poder florecer. Le quita una cáscara verde y queda desvestida la semilla blanca y tierna. Su sabor es dulce y hace recordar al coco. Conmueve probar una planta ancestral.
Junto a las flores de loto flotan unas hojas con espinas, esta son las euryale ferox. La flor de esta planta abre dentro del agua y es de color morado con blanco. “Busquen videos para que vean lo que hacen las chinas con sus maridos”, bromea Castillo. Justo en ese momento una hoja de flor de loto comienza a filtrar una gota grande de agua que guarda en su centro y que se mueve enérgicamente por la brisa.
Otro árbol sobresale del agua, existe en la India, África, y en esta laguna. El profesor saca su celular y muestra la flor que brota de esta planta, una cala verde de 70 centímetros de altura.
También hay Nymphaea rosada que proviene de los países templados, especialmente en Canadá, y que entre noviembre y diciembre están dormidas. El profesor tiene un jardín en Canadá y hasta ahora es que están despertando. Nymphaea lotus de África que abre a las siete de la noche porque sus polinizadores son nocturnos. Chara filamentosa que limpia el agua. “Mira como las nocturnas se están cerrando”. Son casi las once de la mañana. Aquí hay plantas desde el Golfo de México hasta la Mesa de Guanipa, en el estado Anzoátegui, Venezuela, que no se están fertilizando. Cuando Castillo saca plantas híbridas les pone nombre, tiene una que se llama Bianca Castillo, como su hija. En su casa tiene un vivero, y entre ellas cuenta una Nymphaea caerulea, que viene del río Nilo; y Nymphaea ampla, de Venezuela.
—¿Y no tienen un nombre más común, que la gente pueda entender?
—Lirios acuáticos es el nombre más vulgar que yo he visto — dice Castillo.
Así transcurre el recorrido entre imágenes en el celular de lo que fue la colección más grande y única del mundo de ambientes acuáticos, y el estado actual de la laguna. “Lamentablemente lo ven cuando está más feo”, se lamenta Castillo sin saber que con sus saberes y anécdotas logró que la imaginación recreara la belleza y el valor botánico de esta laguna.
Lo que está de fondo
El profesor se encuentra con el doctor Mauricio Krivoy, director del Instituto Experimental Jardín Botánico, y comienzan a hablar del agua, de una llave que hay que reparar, del acueducto de Ciudad Universitaria.
Se despiden y Castillo vuelve a su memoria de cuando todo lo que pisa hoy era una laguna natural donde se podía bañar. “Yo llegué a pescar en la laguna en 1956, cuando tenía seis años. Antes que construyeran Ciudad Universitaria. En 1959 comenzaron a construir la autopista y a desviar los ríos”, recuerda.
Castillo tiene bien claro que la escasez del agua es un problema estructural que afecta a todo el país, que una de las principales causas es la falta de inversión y mantenimiento en la infraestructura del sistema hídrico de Venezuela, y que el Jardín Botánico de Caracas no escapa a esta realidad.
Incluso el personal ha tenido que comprar agua potable a los efectivos de la guardia nacional que hacen labores de vigilancia dentro del Jardín, porque en algunas oportunidades los guardias nacionales han consumido agua de la Laguna Venezuela.
Entre las víctimas de los problemas de distribución de agua se cuentan: una colección de helechos del lago de Maracaibo, una ninfea gigante de Australia, 100 especies de palmas de la colección que solía ser la más grande de América Latina, y de las 80 especies de plantas acuáticas que habitan en el vivero del Jardín Botánico sólo queda 20 %.
“Si al menos nos mandaran agua dos veces por semana, por lo menos dos horas, podríamos recuperar los espacios afectados”, dice Miguel Castillo.
Mientras tanto el Jardín Botánico se mantiene en pie gracias a la labor de los distintos grupos de voluntarios y a los convenios con centros de investigación afines. Otros problemas como la inseguridad se mantienen latentes. No obstante la realidad que se palpa es alarmante. Y la sensación que queda es la de un pulmón vegetal que ahora le cuesta respirar. De plantas que mueren de sed y de otras que siguen resistiendo sumergidas en la poca agua que queda en una laguna de mapa fragmentado.
Voces: Entre la sequía y los recuerdos
Jessica Luna, estudiante de Estudios Internacionales de la UCV, recuerda haber venido al Jardín Botánico hace mucho tiempo. De hecho hizo el curso como guía. “Esto eran puros papiros, manglares, ahora no queda ni uno”, dice decepcionada, mientras señala la primera laguna que el visitante se encuentra al entrar al Jardín Botánico. Su rostro cobra vida cuando ve a un árbol inmenso que da sombra a decenas de platas, ella lo ha bautizado “mamá árbol”. También recuerda que en alguna época del año crecían hongos blancos en círculos, bajo un árbol que no permite que se desarrolle más vida a sus pies, es de la familia del árbol de los mangos. A estos hongos en círculos se les conoce como “corredor de hadas”, y necesitan de un suelo muy húmedo para reproducirse. Jessica habla del mito y sonríe. También recuerda que en algún momento hubo una infectación de caracol africano en el Jardín.
Alejandra Nakoul, que fue guía entre los años 2011 y 2015, recuerda que en el sendero que da hacia la autopista querían sembrar araguaneyes para hacer una pared vegetal que amortiguara el sonido del tráfico, y para que cuando florearán se viera todo amarillo.
“Caminar hasta la Laguna Venezuela era un peligro por la inseguridad. Un día quería llevar a un grupo de yoga que querían ver la flor de loto, porque esa es la posición que ellos hacen en su práctica, y uno de los militares me dijo: “Mira yo no te voy a cuidar a ti, yo no me voy a meter (…) Cuando era época de sequía faltaba el agua, o sino los obreros iban de paro y no hacían mantenimiento. Pero no todos eran así. Había muchos obreros que apoyaban cuando había visitas guiadas y les gustaba escuchar las charlas. Una vez una señora que limpiaba los baños nos pidió que le hiciéramos una visita”
También recuerda que anteriormente muchos indigentes y personas en situación de calle rompían las rejas de la autopista para meterse a vivir en el Jardín Botánico. O que muchas veces se rebasó la capacidad de carga del Jardín y tuvieron que mantener cerrado el lugar hasta seis meses para poder recuperar las zonas. Esto sucedía con planes vacacionales y en periodos de vacacionales. “Otro problema del Jardín era la señalización. Antes había rótulos de metal para identificar caminos y plantas y estos se los robaron”.
Si quieres ver fotos espectaculares de cómo era el Jardín Botánico y las especies que viven en él debes visitar la cuenta de Facebook del profesor Miguel Castillo Jardines Acuáticos.