Ana Cristina Navarro*
Un helicóptero rompe la calma chicha del lugar, pero nadie se sorprende. Si en otros momentos ese taca, taca, taca es el rugido del enemigo, hoy parece un sonido más en el concierto de la selva del Bajo Cauca antioqueño. No somos invitados a verlo aterrizar ni sabemos dónde descarga a los pasajeros.
Minutos después aparecen en la explanada del campamento tres comandantes: el cura Manuel Pérez, alias Poliarco; Nicolás Rodríguez, ‘Gabino’, y un tercero que no logro identificar en la foto de los que hoy pretenden negociar con el Gobierno sin dar casi nada a cambio.
Los jefes vienen a cumplir una cita extraordinaria: el primer encuentro del máximo comandante del Eln con un medio de su patria de origen: España.
El saludo con la tropa es cordial y cercano. Aquí no se siente el ahogo de la férrea jerarquía de una estructura militar. En este grupo, a diferencia de otros insurrectos, las asambleas de base opinan y deciden lo que los mandos cumplen. Por eso, a veces, el debate puede tardar meses y la comunicación se hace difícil. Ellos son un sistema de frentes autónomos federados bajo el sueño de un gobierno popular.
El cura Pérez es alto y su timidez se siente sin decir una palabra. El uniforme verde oliva y las botas no camuflan su origen de campesino aragonés. Los rasgos de la cara son duros y bien definidos: bigote y barba, un surco en el entrecejo y piel cetrina. Las tirantas que aseguran los pantalones de combate y la gorra recuerdan la indumentaria de sus paisanos.
Pérez quiso ser cura desde siempre. En Alfamén, su pueblo de 1.000 habitantes, lo adoraban como si fuera un santo. Se lanza a las Américas de la mano de la teología de la liberación y los tugurios de Chambacú en Cartagena. Son su primer experimento de cristianismo en favor de los más pobres. Deportado como sujeto peligroso, regresa a Colombia clandestinamente.
Manuel fue uno de los tantos sacerdotes y monjas españoles atraídos a la revolución de las sotanas por Camilo Torres, el cura guerrillero muerto en su primer combate tres meses después de ingresar a las filas del Eln, al mando de Fabio Vásquez Castaño.
Al poco tiempo de unirse a los ‘elenos’, el cura Pérez estuvo a punto de ser fusilado. En 1983 ya es comandante. Su único lamento de los años en el monte es que una vez oyó a su madre en una entrevista radial llorando su muerte, y no ha podido hablar con ella para decirle que sigue vivo.
A la sombra del boom petrolero colombiano a mediados de los 80, el Eln se vuelve la guerrilla más rica y con más capacidad ofensiva del país. Pero también es el enemigo número uno de las compañías extranjeras que extraen el petróleo. Gracias al capital extranjero de la exploración, Ecopetrol comienza a incrementar sus ingresos y el Eln también.
Con extorsiones y secuestros ganan millones de dólares, pero ganan, sobre todo, notoriedad por los sabotajes y por su forma de arrasar sin piedad la naturaleza con los derrames de oro negro:
“Para nosotros no es sino un llamado de atención para que se debatan determinados problemas en el país –dice Manuel Pérez, ideólogo del grupo–. No estamos por el daño a la ecología ni por el daño a la infraestructura, pero sí necesitamos que se abra un debate de grandes dimensiones en el país sobre los recursos naturales, y para que nos escuchen no hay otra forma que mostrar que, antes de que el petróleo se lo lleven las transnacionales, preferimos que se quede en el país, de la manera que sea”.
No deja de ser curioso que este hombre aprendiera a pensar en la misma tierra del cineasta Luis Buñuel y monseñor Josemaría Escrivá de Balaguer, el creador del Opus Dei.
El cura guerrillero jamás habla en primera persona, siempre dice nosotros. Acusan al gobierno de beneficiar en exceso a las multinacionales con los contratos de asociación y piden que parte de los beneficios de la extracción reviertan en las comunidades de las zonas explotadas, lo que años después conseguirán con las regalías.
Cuando pregunto por qué protestan si Colombia no tiene el músculo financiero ni la tecnología para buscar y extraer el petróleo, y recibe más utilidades que nunca, Manuel, siempre en tono de susurro –porque él susurra, no habla–, me responde: “Nos quejamos de que la población no reciba bienes, beneficios, trabajo ni utilidades sociales de esa explotación. Si bien las compañías tienen las tecnologías, Colombia es la que tiene el petróleo”.
La cita para ir a los territorios ‘elenos’ en Zaragoza (Antioquia) llegó en 1987 tras casi un año de aproximación. Nicolás Rodríguez, el jefe militar, prometió que alguien me contactaría. Durante meses lo único que oí del Eln fue el eco de las voladuras en el oleoducto Caño Limón-Coveñas y un rugido nacional en su contra, ante la imagen de pájaros y ríos ahogados en petróleo.
Por fin, un día me tomé el primer tinto en Bogotá con un miliciano que intentó hacerme un examen de marxismo; pasaba de la figura del ‘Che’ Guevara a preguntarme que sería de China sin Mao, hasta que se dio cuenta de que yo era bastante analfabeta.
El segundo café fue más bien proletario. Otro me citó en un local en la avenida Oriental de Medellín y la conversación duró quince minutos. Esa vez mi interlocutor quería saber más de España que de mis inclinaciones políticas, cosa que me alivió. Pero sobre todo le interesaba escuchar si el cura Pérez era considerado un ídolo en su país. A la cuarta cita cedió la desconfianza y acordamos día y hora para salir a encontrarnos con el comandante.
Tras el viaje de muchas horas descansamos en una casa campesina. Nuestro guía pregunta a la mujer que nos ofrece tinto, recostada en el muro de bahareque, que si Pablo está por ahí, y ella responde rápido que no y que por qué. El guerrillero le dice: “¿Ha seguido vendiendo vicio?”. “No, él ya casi no”, responde la campesina casi costeña. Dígale que si lo volvemos a coger con vicio nos encargamos de él.
–¿Lo van a matar?–pregunto después horrorizada, pensando en las decenas de militantes ajusticiados por ellos mismos.
–No creo, pero le pegamos su susto. Eso no lo podemos consentir, no es el ejemplo que hay que dar.
Imponen su moral y los campesinos parecen complacidos. Mientras otros grupos guerrilleros empiezan a coquetear con el narcotráfico, ellos se niegan rotundamente. Son cristianos e implacables. Así proclama el cura la pureza de su ejército:
“El Eln no ha colaborado ni tiene ningún tipo de negocios con el narcotráfico. Siempre hemos sido claros de que la droga es una forma de matar a la población en vida y de degenerar a la humanidad”.
Acumulan 52 años de historia. Los ‘elenos’ fueron acunados por la Revolución cubana y crecieron a la sombra del catolicismo. En Cuba se organizaron como ejército y allá tuvieron su primer entrenamiento militar. Universitarios afines al MRL de López Michelsen reclutaron a muchos, y viejos liberales, a otros.
“Una noche, Fabio Vásquez Castaño llegó a la casa de mi papá, en San Vicente de Chucurí, a contarle que se iban al monte y a preguntarle que cuántos hijos le iba a entregar. Yo tenía 14 años y salí detrás de ellos con un cuñado”.
‘Gabino’ es santandereano y lo cuenta con orgullo. Sus ojos, casi amarillos, han visto segar muchas vidas del enemigo o de sus militantes muertos en purgas internas al mejor estilo de Stalin.
El jefe militar del Eln desde los 23 años admite que se cometieron errores con los disidentes: “Como miembro de la organización, participé en toda esa dinámica política de contradicciones y errores… se dieron salidas militares a realidades políticas”.
Desde el comienzo, la extorsión y el secuestro han financiado su guerra. Para el cura Pérez, la ecuación es muy simple:
“Así como el gobierno de Colombia, de España o de Estados Unidos detiene gente indeseable que ha cometido delitos y los deja en libertad bajo una fianza, nosotros como nuevo gobierno de beneficio de los pobres también detenemos a gente que bajo el pago de una fianza queda en libertad, precisamente, por delitos que ha cometido. Da la casualidad que son todos los grandes explotadores de este país”.
“Tan hábito tiene un sacerdote como el que empuña un arma”, dice el cura, pero después del asesinato del obispo de Arauca, Jesús Emilio Jaramillo, fue excomulgado de la Iglesia católica y perdió el título de sacerdote, así él diga lo contrario.
Para llamar la atención, dan golpes efectistas como secuestrar un avión con 35 pasajeros o a los 186 feligreses en una iglesia, o vuelan un oleoducto y asesinan a 84 civiles en Machuca.
Hoy, 2016, el ideólogo ya no está, murió mientras empezaban a negociar una paz que no fue. Los intentos de diálogo del Eln con diferentes gobiernos se han frustrado. El Ejército y los paramilitares los tienen reducidos a no más de 1.300. Se aíslan del mundo pero no de los campesinos ni de los sindicatos petroleros.
Hoy, de nuevo, todo el peso de las decisiones históricas pasan por ‘Gabino’ y su comando central. No es seguro que todos sus soldados le obedezcan porque son demasiado autónomos. Por eso los llaman “archipiélago”. La ideología no parece ser la misma de otros tiempos, y la moral, ni se diga. Ya son parte de la cadena del narcotráfico, y a cambio de plata permiten a los mineros ilegales envenenar los ríos con mercurio y cianuro.
Siguen en sus zonas históricas, pero ya no tienen la exclusividad. Han regado los campos de minas, y de soldados y civiles mutilados. Se acabó la rifa de los millones del petróleo y ahora se siguen financiando con el dolor de los secuestrados y sus familias. Son de lejos los primeros en esa estadística. Que se sepa, no han robado tierras y quizá por aquello del cristianismo, hoy olvidado, hicieron un ejercicio de perdón con el pueblo de Machuca por haber matado “por error” a decenas, explotando un oleoducto. Entonces el perdón no estaba de moda.
¿Ocuparán el vacío que dejen las Farc? ¿Seguirán defendiendo la participación ciudadana y el cooperativismo en el campo? ¿‘Gabino’ será capaz de aglutinarlos o seguirán haciendo exhibición del terror y la crueldad? Si no paran los secuestros –su único camino a la negociación con el gobierno de Santos–, habrán escogido la muerte violenta. Ha corrido mucha agua bajo el puente desde que al ideólogo se lo llevó la muerte natural.
* Periodista de la Universidad de Navarra, en España, que cuenta con una amplia experiencia en medios de Colombia y del país ibérico.