J. A. Ciriza
En este artículo vamos a tratar de describir cómo el compromiso de los laicos en el trabajo cooperativo y muy especialmente en las Cooperativas que se implican más a fondo, compartiendo la economía y el trabajo diario a los socios; es una opción muy válida para colaborar en la construcción de ese mundo justo y solidario, al que nos invita San Ignacio.
Se trata de concretar que en el día a día, en el manejo de los recursos económicos, de la participación en la toma de decisiones; de la solidaridad en asumir las labores diarias e incluso las más costosas y menos luminosas, siempre esté presente el bien común y el mayor bien común posible.
Vaticano II y Medellín
Inspirados por la audacia y la claridad del Vaticano II, que en nuestro continente tuvo su manifestación encarnada en la Asamblea de los Obispos en Medellin; los laicos de mediados de los años 70, nos sentimos llamados con urgencia a implicarnos radicalmente en la tarea de enfrentar la pobreza, la marginación y el hambre que aplastaban a las mayorías de nuestros pueblos.
Vimos que el reto era muy complejo, pues esa situación de desamparo y de hambre, era el fruto lógico de la organización tan injusta, opresora y egoísta de las estructuras económicas, políticas y sociales que nos envolvían a todos. Muchos de nosotros no creíamos que la educación fuera la respuesta a tan caótica realidad. Más bien veíamos posibles respuestas por las sendas de la política, la economía y en particular por la ruta de la Organización Popular.
Auge del cooperativismo
Por esas décadas de los 60 y los 70 estaba muy en boga la vía cooperativa como una respuesta eficaz a la Organización Económico-Social del conjunto del país.
Algunas naciones del Norte como Canadá y otras, veían las respuestas a las injusticias de nuestro continente en la vía Cooperativa. Dentro de la Iglesia Católica eran bastantes los mandos intermedios que igualmente intuían que la Organización Cooperativa en sus múltiples modalidades, podía ser una adecuada respuesta al profundo malestar de buena parte de nuestra sociedad.
En los grupos dirigentes tanto económicos como políticos, e incluso en algunos dirigentes eclesiales, se apoyaba al Cooperativismo como un mal menor; por el miedo cada día más real a que el Socialismo echara raíces profundas en los estratos populares.
En este contexto, hacia finales de los años sesenta, un pequeño grupo de Jesuítas liderado por el P. José Luis Echeverría, se asienta en la ciudad de Barquisimeto para trabajar en la zona Centro-Occidental en la promoción, creación, acompañamiento y formación del Movimiento Cooperativo, en particular en la modalidad de Ahorro y Préstamo y también de Consumo al Costo.
Pronto y debido a algunos casos concretos, en los que asociados de varias de las incipientes y pequeñas Cooperativas; debieron enfrentarse en forma dramática al hecho de no poder enterrar a sus familiares por falta de recursos económicos, surgió la idea de asumir en forma Cooperativa el Servicio Funerario.
Por exigencias legales y debido a lo complejo del reto a niveles económicos y logísticos, decidieron agruparse varias de las Cooperativas ya existentes; en una Instancia Superior de Integración a la que llamaron Central. Esta disponía de la capacidad de admitir en su seno, todo tipo de Cooperativas existentes en el Estado Lara. De ahí que hacia 1967 nace la Central Cecosesola, es decir la Central Cooperativa de Servicios Sociales Lara.
El equipo de los jesuitas liderado por el P. Echeverría conocidos como los “Sociales” desarrolló un trabajo encomiable desde todo punto de vista. En unos pocos años habían sembrado de pequeñas Cooperativas, las poblaciones del Estado Lara; al igual que los barrios populares de la capital, Barquisimeto. El empuje adquirido llegó a buena parte del Estado Portuguesa y algunas zonas del Estado Barinas.
Por otra parte, y apoyados en la estructura educativa de Fe y Alegría, lograron entusiasmar a una parte de los líderes de los barrios caraqueños; en los que se hallaba una escuela, para levantar el reto de una Cooperativa al servicio del barrio.
También llegaron estos “Sociales” al Estado Sucre, en particular a Cumaná y a la zona de Ciudad Guayana. Hay que anotar que al comienzo de los 70, este grupo de Jesuítas adoptó el nombre de Gumilla Barquisimeto o Gumillita, por la similitud y afinidad de tareas con el recién fundado Gumilla de Caracas.
En este contexto muy brevemente esbozado, me uno hacia finales de 1973 al Gumillita, para acompañar ese proceso Cooperativo que buscaba formar líderes, crear conciencia organizativa; entender las profundas causas de la marginación y la pobreza y ofrecer algunos caminos de solución económica organizada y solidaria.
Durante otros cuatro años seguimos mano a mano con el diario trajinar de las Cooperativas, y en la organización de los servicios de la Central Cecosesola, que asumió un Departamento de Electrodomésticos, otro de Alimentos de Consumo y un tercero de Servicios de Educación – Organización y Contabilidad.
Para finales de 1977, el equipo del Centro Gumilla Barquisimeto, se plantea la conveniencia o no de seguir en el acompañamiento y fundación de nuevas Cooperativas; como lo venía haciendo durante los últimos diez años. La razón fundamental del planteamiento, era que se había conformado un grupo de profesionales jóvenes con gran vocación de servicio y conocimientos organizativos; dispuestos a asumir el liderazgo en el Movimiento Cooperativo Larense.
Tras deliberar debidamente el asunto, el Gumillita optó por aceptar la invitación formulada por el Párroco de Villanueva Vicente Arthur, australiano de origen, que veía con preocupación cómo sus sencillos campesinos productores de café, rezaban cada día más y cosechaban café, maíz y caraotas cada día menos. Le habían comentado que existía en el Estado Lara un grupo que conocía bastante de Organización Popular y había contactado con el Centro Gumilla Barquisimeto.
De la reflexión sobre el futuro de sus tareas, el Gumillita optó por aceptar la propuesta del P. Vicente y orientar su brújula hacia los campesinos de la parte alta del Estado Lara.
Hacia los cafetales
En ese preciso momento arranca nuestro largo caminar, al lado de los campesinos cafetaleros larenses, que es precisamente la historia que muchos de Uds. han oído contar quizás en varias oportunidades, acerca del Trabajo Cooperativo del Gumilla Barquisimeto. Para la época soy un laico que forma parte del equipo de trabajo del Gumilla Barquisimeto.
Comenzamos visitando la zona para tomar conciencia de su geografía, vías de acceso, clima y demás características ambientales.
Pero en especial visitamos los hogares de los campesinos, oyendo de sus bocas la realidad que vivían; sus sueños, esperanzas, dificultades y limitaciones. Esto sucedía en octubre del año 1977. Ya para diciembre solicité quedarme en uno de los caseríos, para compartir entre ellos todo el proceso de la cosecha del café. Estuve mes y medio en la brega, madrugando todavía de noche a las 5 de la mañana; yendo a buscar agua al zanjón para medio componerme y todo ello arropado por unas velitas “José Gregorio Hernández”.
Inmediatamente íbamos al trabajo para darle manivela a la despulpadora, y terminar de quitarle la concha o cereza al café recogido el día anterior. Después de tomar un cafecito con unos huevos, volvíamos al cafetal para seguir recogiendo la cosecha anual sostén de la familia.
Fueron días muy exigentes no solamente por el esfuerzo físico constante, sino principalmente por la más que humilde alimentación, que consistía en caraotas y arepas en la mañana, en la tarde y en la noche. Pero lo complicado del asunto fue que a las dos o tres semanas, mi estómago no recibía las caraotas cocinadas con pura agua, sin aliño alguno. Logré medio sobrevivir gracias a unos árboles de naranjas que había en el patio.
La experiencia exigente a nivel físico y la ausencia de las comodidades de la vida urbana, fueron esenciales para comprender el ritmo de vida campesino; su paciencia, sus cosmovisiones, sus explicaciones no tan lógicas como las nuestras. En fin, pude acercarme a su manera de entender la vida y la muerte, bien distinta a la mía.
Ya recuperado de las fatigas vividas en la cosecha, reanudamos el acompañamiento a los caseríos. Hay que confesar con toda claridad, que partíamos con una gran ventaja; pues en la gran mayoría de los caseríos funcionaba la Legión de María. Los campesinos habían asimilado la disciplina, la puntualidad, el compromiso y la capacidad de sacrificio de este Movimiento Apostólico. El P. Vicente Arthur había logrado cual estratega Legionario, sembrar de “Presídiums” buena parte de los caseríos de la zona.
Poco a poco fuimos contactando algunos caseríos, en donde los legionarios convocaban un grupo de campesinos, con la finalidad de que conocieran nuestros planteamientos. De esa forma logramos contacto con una media docena de comunidades, al cabo de medio año.
En este contacto con la comunidad oíamos los planteamientos, necesidades y respuestas, que los caficultores planteaban. Hacíamos lógicamente una serie de preguntas, con el fin de acercarnos algo más a lo esencial en la vida de los caficultores.
Insistimos desde los comienzos, y para nada resultó fácil llevarlo a la práctica del día a día, que todos los esfuerzos comunitarios, que toda la energía puesta al servicio de conseguir una vida más humana y fraterna, era precisamente los modos y las maneras de vivir el Evangelio y de servir a Jesús en aquellos momentos y lugares.
Que las reuniones de la Legión de María, los rosarios a la Virgen y las lecturas del Evangelio, nos exigían estar abiertos a las reuniones, organizarnos en los asuntos económicos y colaborar con las responsabilidades que el caserío nos encomendara. Normalmente y en comunidades tradicionales, se da una excesiva separación entre lo espiritual, religioso y cultual, y el resto de los quehaceres de la vida toda.
Nuestras reuniones de trabajo comenzaban siempre con una lectura bíblica y una oración, ofreciendo al Señor Jesús y a la Virgen Nuestra Madre todo el empeño por organizar el trabajo de la economía y las mejoras de todo tipo en la producción del café.
Pienso que avanzamos no poco en ver aquellos empeños organizativos en lo económico y lo social, como algo querido por Dios y como la manera más válida en aquellos momentos, de seguir a Jesús intentando llevar a la práctica sus ejemplos.
Propuestas organizativas
En el aterrizaje concreto con los grupos en los caseríos, y para evitar un riesgo concreto que acontece con alguna frecuencia en el mundo popular, y es que los Promotores Comunitarios se alargan conversando y conversando durante días con el grupo, de forma más o menos vaga y generalizada sin aterrizar en proyecto concreto y viable alguno, sí proponíamos alternativas cercanas.
Una de las primeras opciones que veíamos como muy necesaria, era la constitución de algún capital propio que pudiera sustentar cualquier proyecto futuro a emprender. Es mucho más fácil conseguir algún tipo de ayuda solidaria, e incluso algún préstamo, si el pequeño grupo muestra los esfuerzos concretos que ha emprendido para formar su capital común. Es verdad que los grupos populares como los campesinos, no están sobrados de recursos económicos y con frecuencia se encuentran endeudados.
Pero igualmente es real, que esos mismos hombres y mujeres, motivados por unos logros comunes y ayudados por una disciplina organizativa, son muy capaces de ir reuniendo un pequeño capital, a veces sacrificando algunos caprichos y hasta prescindiendo de cosas muy razonables.
Arrancaba pues el ahorro comunitario, realizado una vez al mes con los debidos controles técnicos, para asegurar una transparente contabilidad. La plata recolectada se depositaba esa misma semana en el banco más cercano situado en la población de Guarico Estado Lara.
Como la alimentación del grupo familiar ha constituido siempre uno de las principales y difíciles objetivos a lograr, propusimos en algunas comunidades arrancar con el Servicio de Consumo al Costo. Esta modalidad intenta acercar los productos de la dieta, lo más barato posible al asociado. No existen apenas ganancias y no hay cosa alguna que repartir, al final del ejercicio económico. Se manejan los precios con una simbólica ganancia, que cubra los pequeños costos de funcionamiento.
Este servicio de Consumo al costo, exige bastante mayor compromiso por parte de los socios que el Ahorro y Préstamo, pues los controles contables son muchísimo más exigentes. Los mismos asociados levantaron su galpón de bahareque, para instalar ahí su bodega comunitaria. En otras dos o tres comunidades se entusiasmaron con una camioneta Toyota comunitaria, para solucionar el grave problema de transporte que todos los caseríos enfrentaban.
Hasta los momentos no he comentado el asunto del transporte y el estado de las vías en toda la Parroquia. La verdad que era como para agarrar palco y ponerse a observar un documental surrealista contemplando las trochas intransitables que pretendían ser vías carreteras. Nosotros nos adentramos en la zona con puras Toyota con tracción en las cuatro ruedas y mochas, pertrechados con picos, palas, cadenas y güinches. Y así y todo a cada rato quedábamos atrapados en los tremedales, ejercitando nuestras habilidades con los picos y las palas; esperando que algún campesino nos echara un empujoncito para salir bien librados de aquellas lagunas.
Para ser sinceros, las camionetas comunitarias fueron más problemas que soluciones, y tuvieron una corta vida. Pareciera que resulta un tanto cuesta arriba conseguir choferes responsables, que al volante de un carro que no es suyo, se comporten como si en realidad fuera de su propiedad. La ilusión de echarse unos palitos, e invitar a algunas amigas a celebrarlo, puede más que el riesgo muy cercano de terminar envuelto en un tremendo embrollo.
Otra de las realidades que iba contra las camionetas compartidas, se daba en los días de intensas lluvias. Las trochas quedaban más intransitables aún que de ordinario. Entonces ningún dueño de carro permitía que su vehículo se moviera, hasta pasados algunos días en los que la vía había mejorado. ¿Qué carro estaba disponible en esos días lluviosos? Pues la camioneta de la Cooperativa, que era de todos y de nadie.
Calidad del café
Conforme íbamos caminando en diversos aspectos organizativos, fomentando la participación, el compromiso y la transparencia, también nos familiarizábamos cada día más con todo lo relacionado con el principal rubro, sustento de la familia campesina, el café.
Caímos en la cuenta de que gran parte de la cosecha de café no se procesaba, sino que una vez recogido se lanzaba al patio, para que los vientos, soles y agua terminaran tras larguísimos días, de secar ese café y dejarlo a punto de ser trillado. Pero el café así obtenido al que llamamos “natural”, es de inferior calidad, y lógicamente se cotiza a un precio inferior en el mercado.
Hicimos contacto con una Cooperativa cafetalera, con sede en la población de Santa Cruz de Mora en el Estado Mérida y hasta allá nos dirigimos con un grupo de caficultores; para ver la experiencia viva de una cooperativa ya madura. Además, compramos una cantidad de máquinas despulpadoras para poder beneficiar mejor el café y así obtener la calidad de café “Lavado”, pagado a un precio sensiblemente más alto en el mercado. Este sencillo hecho de la adquisición de las máquinas despulpadoras, marcó un punto de no retorno en toda nuestra labor organizativa con los caficultores.
En adelante fue extendiéndose lenta pero segura, la cultura de la búsqueda de una mejor calidad del grano de café. Para ello, entre todos fuimos insistiendo en las labores de limpieza en el cafetal, la poda en el tiempo oportuno, la adecuada sombra para proteger las matas y el control de las plagas.
Sede de la cooperativa
En el año 1977 nadie sospechó acerca de las dimensiones que podría adquirir el trabajo organizativo con los caficultores. Pero ya para 1980 se vio como necesario el conseguir una sede amplia en la población de Guarico, que sirviera como centro de acopio del café producido por los socios. Y en efecto así fue. A través de unos familiares de un asociado, se consiguió un terreno muy bien situado en la población de Guarico; y en él bajo la dirección de un constructor con experiencia y amigo de la Compañía, arrancó lo que sería la sede de la Cooperativa.
Esa sede física llegaba en un momento muy apropiado, ya que para esos momentos gobernaba el país un partido político muy afín a este tipo de organizaciones. Y en concreto en el mundo del café, que hasta ese momento había sido copado totalmente por instituciones de otro signo político, se promovían las Cooperativas como contrapeso en el manejo del poder.
Cooperativa CRAMCO
La verdad es que desde las organizaciones oficiales Superintendencia de Cooperativas y Fondo Nacional del Café, se dio un significativo apoyo a la constitución de la Cooperativa con sede en la población de Guarico. Por cierto, que en ese afán gubernamental porque la cooperativa naciera, nos animaron y comprometieron a que incluyéramos dos zonas cafetaleras importantes en el Estado Portuguesa, en las poblaciones de Chabasquén y Biscucuy.
De esta suerte los grupos concienciados y bien organizados de la zona de Guarico, junto con los grupos de Portuguesa con casi ninguna experiencia se consolidaron para constituir la Cooperativa CRAMCO en octubre del año 1980.
Un tanto sorpresivamente nos encontramos al frente de una muy compleja Cooperativa, con la sede social en la población de Guarico, pero con un par de oficinas en las poblaciones de Chabasquén y Biscucuy, bastante alejadas geográficamente y con una producción de café bastante mayor que la de Guarico, por ser una zona de mayor tradición cafetalera.
Teníamos junto con los directivos de las tres sedes una serie de importantes retos a nivel de asegurar unos galpones adecuados para la recepción del grano y la instalación de oficinas que manejaron todo lo referente a la recepción, facturación y pago a los socios de su café.
Además, cada oficina en coordinación con la directiva de la Cooperativa, debía organizar el despacho del café a las distintas industrias procesadoras, según las instrucciones recibidas del Fondo Nacional del Café. Este último organismo era el que cancelaba el café a la Cooperativa y a lo largo del año concedía un crédito de Suministros; para que los productores pudieran hacer frente a las labores de mantenimiento de la finca.
Pero todas estas tareas de por sí importantes, en las que colaborábamos en especial formando personal que se responsabilizara de ellas, no eran las que más tiempo y esfuerzo nos exigían. Nuestra principal misión la que realmente acaparaba nuestras energías era la tarea organizativo-educativa. El acompañamiento a los grupos de base, el mantener la cohesión, el ayudar a que tuvieran claros los objetivos de la Cooperativa y en consecuencia los obstáculos y las desviaciones. El mantener clara la conciencia y dispuesto el ánimo para la solidaridad y el servicio, sí nos consumían la gran parte de nuestro tiempo e ilusiones.
Evidentemente que esta labor fue mucho más exigente en las zonas de Chabasquén y Biscucuy, cuyos grupos de campesinos organizados un tanto a la carrera, no habían madurado la profundidad del mensaje cooperativo del servicio, ayuda y unión.
Reestructuración de la cooperativa
Este esfuerzo verdaderamente gigantesco se volvió aún más titánico al incorporarse a la cooperativa CRAMCO una serie de grupos de caficultores de las zonas de Batatal en el Estado Trujillo, Calderas en el Estado Barinas y Sanare en el Estado Lara. En realidad, resultaba prácticamente inviable mantener una estructura tan compleja con los medios tan limitados de que disponíamos. Por mostrar un sencillo ejemplo podemos decir que las poblaciones de Batatal y Calderas no disponían de teléfono.
A pesar de semejante dispersión debido al entusiasmo y novedad de la situación, la organización fue caminando bastante coherentemente hasta el año 1987. De ahí en adelante, hasta 1991 se dieron algunas dificultades entre los grupos de Portuguesa y los de Lara, hasta que, en el año 1991, los campesinos de la zona de Guarico Estado Lara se apartaron de la Cooperativa CRAMCO constituyendo una nueva Cooperativa con la misma gente que perteneció a la anterior organización y que tomó el nombre de Cooperativa COPALAR.
He resumido con cierta premura la vida y milagros de la Cooperativa CRAMCO, hasta la aparición de la nueva Cooperativa COPALAR, con parte de los asociados de CRAMCO. Trataré de exponer brevemente los logros de COPALAR.
Para el año 1991 en que ve la luz la Cooperativa COPALAR, la mayoría de los grupos de base que la constituían, veintiuno en total, habían logrado una serie importante de conquistas a nivel de sus caseríos. Prácticamente todos los grupos llamados “Uniones” poseían una máquina trilladora para completar el ciclo del beneficio del café. Varias de las Uniones habían adquirido una máquina secadora para completar la etapa posterior al lavado del café.
Como las zonas cafetaleras son montañosas y frías, no permiten el secado del café con el calor solar y para salvar la cosecha es necesario ayudarse con la tecnología existente. Aunque a decir verdad esta tecnología tiende a contaminar mínimamente el café, y la calidad óptima la regala la luz solar.
Las Uniones contaban con su servicio de Ahorro y Préstamo, algunas con su Consumo y en líneas generales cada vez más implicadas en los servicios sociales e infraestructuras de sus zonas geográficas.
Al cabo de un par de años, en 1993, COPALAR conoció la existencia de un Mercado Alternativo o Solidario del Café, con sede en Europa, en concreto en Holanda, Suiza y Alemania. Este mercado de exportación exigía un producto de alta calidad, preparación europea.
En contrapartida y por tratarse de organizaciones democráticas, participativas y solidarias, conformadas por muy pequeños campesinos, ofrecía un precio por el quintal de café por encima de la bolsa de New York en 40 y hasta en 50$. Esta oportunidad de disfrutar de ese sobreprecio, debía ganársela COPALAR manteniendo sus estructuras transparentes y democráticas, permaneciendo exclusivamente al servicio de los pequeños caficultores y ofreciendo un café de altísima calidad o café oro. Y para que estas exigencias fueran una realidad, COPALAR era visitada anualmente por un representante de ese mercado alternativo, procedente de Suiza, que certificaba la veracidad de esas exigencias.
Nos incorporamos a este mercado solidario en 1993 y comenzamos a exportar un promedio de tres contenedores por cosecha. Cada contenedor llevaba 18.000 Kg. de café. Y de nuevo nos encontrábamos frente a una realidad desconocida pero motivadora. Desde la base de las Uniones todos nos movilizamos a la tarea de preparar un café de excelencia. Para ello tuvimos diversos apoyos técnicos, inclusive de otros países hermanos. Para complementar la motivación al logro de la calidad “café oro” se asignó un precio especial al quintal de esta calidad. De esta forma las ganancias obtenidas en el Mercado Alternativo Solidario, se distribuían una parte a la calidad y la otra en inversiones y mejoras en la Cooperativa y sus servicios.
He descrito de forma rápida el caminar de la Cooperativa COPALAR y algunos de sus logros más emblemáticos. Todos estos esfuerzos y luchas ayudaron a madurar, crecer y comprometerse a muchos campesinos de la zona alta del Estado Lara. Una parte importante de ellos estaban motivados por el servicio a sus compañeros caficultores y el logro de una mejor vida para todos. Normalmente al comienzo de sus actividades ofrecían sus tareas al Señor Dios y pedían la luz de lo alto para acertar en sus decisiones.
Pienso que entre todos logramos construir una vía posible para concretar el Reino y que, con todas las limitaciones y contradicciones humanas, plasmamos un estilo fraterno y solidario en medio de las muy exigentes realidades económicas, tecnológicas y de mercado. Y todo ello fue posible gracias a las motivaciones profundas que en el día a día alentaban al grupo, hacia la meta de ese mundo de justicia y de paz que todos soñamos.