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Edificio Centro Valores, local 2, Esquina de la Luneta, Caracas, Venezuela.

Los jóvenes quieren pertenecer

Foto 1_Crédito Drew Angerer_ GettyImages(1)

Albe Pérez-Perazzo*

Es reciente. El reconocimiento y la consolidación de los jóvenes como sujetos políticos y de consumo es un hecho reciente. A pesar de existir muchas opiniones de serios investigadores, todo indica que el proceso, de alguna manera orgánico, de distintas formas y cronologías, que venía de finales del siglo XVIII y comienzos del XIX, toma su forma más concreta a raíz de los cambios sucedidos con la modernización económica, social y política. A partir de allí, en pleno siglo XX, entre guerras, posguerras y revoluciones, aún sin tener mucha coincidencia del rango que los contiene cuando se precisan las edades, lo cierto es que se reconoce a la juventud como un fenómeno, en primera instancia, urbano; que por un lado logra regular la inclusión de los niños en jornadas de trabajo y, por otro, dibuja un nuevo grupo de incidencia en la dinámica política de las ciudades, planteando, finalmente, una manera distinta, novedosa y audaz ante el consumo cultural en todo el mundo.

Es hacia 1904 cuando, de la mano del psicólogo y educador estadounidense, G. Stanley Hall, el concepto de “adolescencia” se introduce en los ámbitos académicos, acotando este período a las edades comprendidas entre los 14 y 24 años, definidas además por un compendio de características biológicas y psicológicas particulares.

Todas las referencias posibles a propósito de la participación y el impacto de la juventud en cada uno de los ámbitos de vida del mundo moderno. Las reivindicaciones laborales que demandaron con ímpetu a raíz, sobre todo, de la Segunda Revolución Industrial; pero también la cantidad de leyes que vinieron a regular la presencia de grupos de jóvenes en las ciudades, con tiempo libre y sin trabajo; la participación activa en los movimientos políticos de todas las tendencias e ideologías; y, pues el tema que da pie a estas palabras, el giro de timón que vivió la industria cultural a partir de la incursión de la juventud en los procesos creativos, no solo como consumidores, también como creadores, protagonistas, críticos y factores de cambio definitivo.

De allí, la imagen de James Dean en su desafiante pose, el baile tantas veces censurado del provocador Elvis Presley, las escenas desconcertantes de Marilyn Monroe, la pluma aguda y polémica de Richard Wright.

Esa esencia, la necesidad de sentirse incluidos, reconocidos, escuchados y tomados en cuenta, ha trascendido aquellas, y tantas otras, imágenes icónicas que calaron hace unos años, sobre todo en el mundo de la cultura.

Esa esencia, hoy, en nuestro país es una urgencia, un asunto pendiente que muchas veces despachamos a la ligera, pero que, siendo absolutamente responsables y sensibles, debe demandar nuestra atención y ocupación.

UCAB
Cortesía: UCAB

Son muchos los jóvenes que han emigrado a otras latitudes en los últimos años, es una verdad dolorosa, demoledora. Pero las verdades guardan ese rasgo tan difícil, y es que no se pueden esconder. Por esos jóvenes que hoy hacen país en otras fronteras es que debemos poner el foco en aquellos que aún están aquí, bien por decisión personal, bien porque es lo que tienen que asumir o bien porque aún no tienen claro su rumbo.

Así como tantas veces apoyamos causas gremiales, que por estos días abundan y son multitudinarias, así mismo, y es esta una invitación, al tiempo que un compromiso personal, debemos emprender acciones que, desde la creatividad y la cultura, contengan, visibilicen, honren y dignifiquen a los jóvenes venezolanos.

Para mi fortuna he sido testigo de evidenciar cómo la cultura, el hecho creativo, es el más sólido puente por el que se puede transitar al momento de reconciliar, reconocer y reunir puntos de vista distintos. Si afinamos la mirada, todos, estando cerca o no, al medio cultural, podremos reconocer alguna anécdota, alguna escena que, desde las tradiciones, los acordes, las imágenes, los sonidos o los sabores, nos deja claro el rol que tiene el hecho creativo como herramienta de reconstrucción del tejido social, en cualquier estrato, en cualquier tiempo.

Si hoy me preguntasen: ¿Qué esperan los jóvenes de la cultura? Podría casi asegurar que esperan lo mismo que en todos los ámbitos: pertenecer.

La buena noticia es que hacerlos pertenecer, a través del hecho creativo, no es empresa imposible, muy por el contrario, es la mejor manera.

Y aquí me permito una linda anécdota muy personal. Hace un año, mientras colaboraba en el proceso de Beatificación de José Gregorio Hernández, y en conversaciones con el Embajador de Francia en Venezuela y su equipo, propusimos convocar un concurso de afiches para jóvenes entre 18 y 35 años, cuyo título fue “Mi versión, JGH”. Y fue así de sencilla la pauta. Se trataba de interpretar libremente la versión de aquel laico vestido de médico o de flux negro, que ha estado en la casa de cada uno de esos jóvenes, que todos sabían que fue un hombre bueno y seguramente todos tenían algún familiar que le echaría un cuento de sanación o de favor recibido.

Mucho más allá del asunto iconoclasta, de la calidad de las obras, la intención fue conectar a los jóvenes participantes con sus raíces y sus familias, pues cada obra era acompañada de la historia o el motivo que la inspiraba. Ver entonces las muchas versiones, que desde todos los estados del país llegaron a concursar, nos dejó claro una vez más que eso es lo que los jóvenes esperan, de la cultura, claro, pero aún más, de nosotros: sentirse tomados en cuenta.

De lo terrenal a la luz , realizado por Jesús Mendoza (33 años) para el Concurso Mi Versión JGH

Quienes de alguna manera tenemos la posibilidad de impactar en acciones que involucren a los jóvenes, debemos tener la sensibilidad de entender sus demandas, pero al tiempo, debemos invitarles a moverse hacia espacios de diálogo con los mayores, de encuentro con aquellos que piensan distinto, debemos hacerles ver que no están solos en este camino y que tampoco es este el momento más desafortunado. Contrastar realidades actuales, repasar momentos históricos, plantear sueños y diseñar rutas para conseguirlos; dejarles saber que sí, que se logran metas, aunque sean pequeñas, pero se logran; dejarles saber que es válido equivocarse y reformular ideas; escucharles, con atención escucharles y ayudarles a sacar conclusiones; reconocer en sus esperanzas, el momento complejo que viven y solidarizarnos desde ese pedacito de camino que les llevamos de ventaja, pero que no necesariamente nos pone en una situación privilegiada.

A fin de cuentas, en mi opinión, y es volver a un tema frecuente y siempre válido, lo que corresponde en relación a los jóvenes y a la cultura en nuestro país, no es más que hacer caso a las palabras del papa Francisco en este tiempo de sinodalidad, corresponde entonces:

Encontrar: “Una pregunta tan importante exige atención, tiempo, disponibilidad para encontrarse con el otro y dejarse interpelar por su inquietud”.

Escuchar: “Cuando escuchamos con el corazón sucede esto: el otro se siente acogido, no juzgado, libre para contar la propia experiencia de vida y el propio camino espiritual”.

Discernir: “El encuentro y la escucha recíproca no son algo que acaba en sí mismo, que deja las cosas tal como están. Al contrario, cuando entramos en diálogo, iniciamos el debate y el camino, y al final no somos los mismos de antes, hemos cambiado”.

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