Por Jesús María Aguirre s.j.
Los seguidores del exlegionario francés, convertido en un discípulo radical del Jesús oculto de Nazaret y transformado en pastor tuareg en el Sahara, no se caracterizan por su despliegue mediático, sino más bien por su inserción silenciosa en el mundo anónimo de las masas o de las periferias aisladas del desierto y la selva.
Sin embargo, no faltan destellos difíciles de esconder –como decía Jesús debajo del celemín– y éste es para nosotros, los miembros del Centro Gumilla, el aporte que algunos destacados miembros del Evangelio sembraron en nuestra revista.
Si bien el libro Au coeur des masses, del fundador de las fraternidades, René Voillaume, publicado en 1951 por Eds: du Cerf, no vio la traducción al castellano hasta 1961, su espiritualidad cónsona con los nuevos vientos del Concilio Vaticano II, de los movimientos de inserción en los mundos descristianizados de las masas obreras y de los grupos étnicos aislados de toda la civilización cristiana, comienza a tener eco en las comunidades ansiosas de no poner vino nuevo en odres viejos.
La primera llegada de los Hermanos del Evangelio a Venezuela fue a través de Voillaume, quien fue contactado por el Nuncio Apostólico de Venezuela. El Nuncio pedía hermanos que quisieran ir a la zona del Caura. Le contestaron que la cosa estaba bastante difícil, pero no imposible. Así fue como en 1958 llegaron los primeros hermanos.
Ya en 1965, apenas terminado el Concilio, Juan Francisco Nothomb (1919-2008) estrena su pluma en la Revista SIC con el artículo Reflexiones de un misionero: ¿Quiénes se salvan?, levantando cuestiones que se ponían en sordina en la misionología tradicional, pero que exigían un revisión de la acción evangelizadora entre los pueblos indígenas. Desde Santa María de Erebato, en el alto Caura (Estado Bolívar) nos advierte que “la tentación de las misiones ha sido y será siempre la de sacramentalizar e institucionalizar sin haber evangelizado”. (SIC, Caracas, 1965, 280: 465-467).
A su vez, el entonces Hermano del Evangelio, Daniel Barandiarán, antropólogo y profundo conocedor de las etnias yekuana y sánema quien, a medios de los años 50 del siglo pasado durante su inmersión indígena, investigó la cosmovisión de los indios Ye’kuanaMakiritare y nos dejó en la revista SIC un artículo riguroso con el título Entre los hombres del río: los indios makiritares (SIC, Caracas (22) 215: 208-211).
Hoy, libros como Los hijos de la luna nos permiten descubrir con simpatía la alteridad venezolana. Tanto la Fundación la Salle como la Universidad Católica Andrés Bello (UCAB) difundieron sus investigaciones con el objetivo de conocer más a fondo la vida de los pueblos originarios y sacarlos de su postración.
Bastante decepcionado de las actuaciones de los diversos gobiernos –que mostraban su interés por los indígenas como meros instrumentos de defensa fronteriza en el sur del Amazonas en apoyo al ejército– en una entrevista concedida en 1970 a Sofía Ímber en CTV, sobre la Zona en Reclamación de la Guayana Esequiba, comentó:
…En el caso de Guayana Esequiba vemos igual miopía. Se invocan derechos históricos, políticos, etc., y se olvidan los derechos humanos, se olvida que hay allí de 80 a 90 mil amerindios, de cuyos derechos políticos y culturales podríamos hacernos defensores.
Y no puedo concluir estas breves memorias sin hacer referencia a nuestro Hermano René Bross, quien vivió inmerso en Santa María de Erebato la mayor parte de su vida.
René nació en Galgan, una localidad de Aveyron-Rodez en el Valle de La Garona, provincia de Toulouse (Francia). Desde 1965 vive al sur del estado Bolívar, allá donde el viento se devuelve.
Es un seguidor de dos cristianos que cambiaron su vida: su tocayo el fundador de su congregación René Voillaume y el exmilitar, explorador y sacerdote en el Sahara, Charles de Foucauld. La entrega total a un pueblo en condiciones de pobreza y colonialismo caracterizó a estos dos hombres y René sigue al pie de la letra estos testimonios.
Durante 45 años viviendo con los indígenas, trabajando con ellos, soportando las lluvias junto a ellos, enseñándoles a leer y escribir para que perpetúen sus tradiciones orales, ha creado lazos. Y ahora preocupado ante los peligros que encierra la depredación ciega de la minería.
Angustiado por el extractivismo minero, propugnado por el mismo Gobierno que lanzó proclamas de ecosocialimo, nos deja este mensaje en SIC:
…Hay que prepararlos para ese golpe, pero aun estando preparados el desequilibrio que les produce el contacto es demasiado devastador (…). Uno siempre sueña, y dicen que es bueno soñar. Pero no hay que perderse en los sueños. Pensando en que la humanidad progresa, en el desarrollo de Venezuela y en la idea de que los derechos de los indígenas deben respetarse reconociendo sus territorios, uno debe, al mismo tiempo, apostar por la integración. Pero una integración en la que ellos conserven su identidad cultural1.
En la canonización de Charles Foucauld y otros nueve beatos el 15 de mayo, el papa Francisco enfatizó en la Misa que “la santidad no está́ hecha de algunos actos heroicos, sino de mucho amor cotidiano” por lo que invitó “a servir al Evangelio y a los hermanos y a ofrecer nuestra propia vida desinteresadamente, sin buscar ninguna gloria mundana”.
Al menos en esta oportunidad, la revista SIC se asocia a la alegría del reconocimiento de los Hermanos del Evangelio en la figura de Charles de Foucauld y agradece su contribución a Venezuela y especialmente al mundo indígena.
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