Por Revista BBC World Histories*
El 21 de agosto de 1936, un funcionario bolchevique de bajo rango llamado E.S. Holtzman le dijo a un tribunal ruso que había estado involucrado en un complot trotskista contra Stalin.
Holtzman fue uno de los acusados en el primer gran juicio de exhibición del período conocido como la Gran Purga, durante el cual cientos de miles de ciudadanos soviéticos fueron enviados a prisiones, campos de trabajo y cámaras de ejecución.
Holtzman declaró que en 1932 había viajado a Copenhague para encontrarse con el hijo de Trotsky, Lev Sedov, en el Hotel Bristol. Su evidencia llevó a su propia condena y a la de los otros supuestos conspiradores, todos los cuales fueron inmediatamente fusilados.
Sin embargo, unos días después del juicio, un periódico danés señaló el hecho significativo de que el Hotel Bristol había sido demolido en 1917.
Más tarde surgieron pruebas de que Lev Sedov había estado en Berlín el día en que supuestamente estaba en Copenhague. La “confesión” de Holtzman no pudo haber sido cierta.
El objetivo del juicio era demostrar la existencia de una conspiración trotskista internacional como pretexto para purgar al Partido Comunista de cualquiera que pudiera desafiar el gobierno de Stalin.
El problema para la policía secreta de Stalin, el NKVD, era que no existía ni una pizca de correspondencia incriminatoria, por lo que toda la “evidencia” tenía que venir en la forma de forzadas confesiones escritas de supuestas reuniones cara a cara.
El error del Hotel Bristol dejó al descubierto la fraudulencia de estos testimonios condenatorios. “¿Para qué demonios necesitaban un hotel?”, Stalin, avergonzado, reprendió a los oficiales del NKVD que habían fabricado la confesión.
“Deberían haber dicho que se encontraron en la estación de ferrocarril. ¡La estación de ferrocarril siempre está ahí!”. Cuando el libro oficial del juicio se tradujo al inglés, se eliminó el pasaje sobre el hotel.
Una de las personas que leyó sobre el fiasco del Hotel Bristol fue George Orwell, que seguía de cerca el descenso a la tiranía de Rusia a través de los testimonios de comunistas desilusionados, incluidos Boris Souvarine y André Gide.
A través de sus panfletos, Orwell aprendió sobre muchas de las características del estalinismo que alimentarían su gran novela “1984” (1949): el culto a la personalidad; la reescritura de la historia; el asalto a la libertad de expresión y pensamiento; las denuncias y confesiones forzadas; y el clima paralizante de sospecha y miedo.
Stalin y Hitler
En la novela, Winston Smith es un funcionario subalterno del Ministerio de la Verdad, el ministerio de propaganda del régimen Ingsoc, donde reescribe viejos informes de periódicos para reconciliarlos con la última línea del partido.
Un día, Winston se encuentra con una fotografía perdida que demuestra que los notorios traidores Jones, Aaronson y Rutherford estaban en Nueva York el mismo día en que habían confesado encontrarse con Emmanuel Goldstein -una figura similar a Trotsky- en Eurasia.
Este puede haber sido el homenaje de Orwell al caso de E.S. Holtzman.
Orwell llamó a “1984” “una novela sobre el futuro”, pero también fue una historia profundamente investigada sobre el pasado reciente.
Mientras escribía “El cuento de la criada” (1985), Margaret Atwood estableció una regla: “No incluiría nada que los seres humanos no hayan hecho en otro lugar o tiempo”.
Del mismo modo, Orwell extrajo muchos de los elementos más perturbadores de su dictadura ficticia de Oceanía de la realidad totalitaria.
Muchos lectores en 1949, cuando se publicó, habrían reconocido que la mayoría de los eventos y prácticas en la novela se hacían eco de lo que ya se había desarrollado en la Alemania de Hitler y la Rusia de Stalin.
Winston Smith, el enigmático dictador Gran Hermano y el fanático interrogador O’Brien nunca existieron, pero sí personas muy similares a ellos.
“1984”, insistió Orwell, no era una profecía sino una exageración satírica de la historia reciente.
La guerra civil española
Orwell había sufrido una breve muestra de la “atmósfera de pesadilla” de un Estado policial en 1937, cuando luchó por la República contra el general Franco en la guerra civil española.
El autor británico luchó con el POUM, un pequeño y vulnerable movimiento marxista considerado con recelo por las fuerzas republicanas que eran respaldadas por los soviéticos.
Cuando Barcelona cayó en manos de los estalinistas, el POUM fue acusado de conspirar tanto con Trotsky como con Franco.
Orwell se vio obligado a huir para salvar su vida. Muchos de sus camaradas no fueron tan afortunados.
“Por muy poco que estuvieras conspirando, la atmósfera te obligaba a sentirte como un conspirador”, escribió en sus memorias de guerra, “Homenaje a Cataluña” (1938).
Esta fue la única experiencia de tiranía de primera mano que tuvo Orwell, pero fusionó estos vívidos recuerdos con información recopilada de innumerables conversaciones, libros, folletos y artículos.
Si se publicó un relato en primera persona de la vida en la Unión Soviética o Alemania en inglés o francés entre 1936 y 1948, entonces existe una gran posibilidad de que Orwell lo haya leído.
Los detalles del totalitarismo que ahora son comunes en los libros de historia se filtraban esporádicamente, y Orwell estaba ocupado reuniéndolos, años antes de que tuviera la idea de una novela sobre ese régimen.
La paranoia, el engaño y la traición que había encontrado en España lo habían dejado con un deseo urgente de aprender todo lo posible sobre los métodos totalitarios.
2 + 2 = 5
Uno de esos libros esclarecedores fue “Asignación en la utopía” (1937) del periodista estadounidense Eugene Lyons, un ex comunista y corresponsal en Moscú que se había asqueado por el estalinismo.
Lyons estaba fascinado por un eslogan numérico diseñado bajo Stalin para inspirar a los trabajadores a completar el Plan Quinquenal, una lista de objetivos económicos, en solo cuatro años:
“La fórmula 2 + 2 = 5 instantáneamente me llamó la atención. Me pareció a la vez audaz y absurdo: la audacia, la paradoja y el trágico absurdo de la escena soviética, su simplicidad mística, su desafío a la lógica, todo reducido a una aritmética ridícula”.
Orwell usó la ecuación irreal en su novela como un campo de batalla simbólico en la guerra psicológica entre Winston y O’Brien. En la novela, 2 + 2 = 5 es obscenamente falso, como decir que el negro es blanco o arriba está abajo, pero en la Rusia de Stalin decoraba carteles publicitarios.
La experiencia soviética proporcionó a “1984” muchas de sus características más llamativas. El hábito estalinista de eliminar los nombres de los comunistas purgados de los libros de historia y de retocar sus rostros en fotografías inspiró la categoría de “nopersona” de Oceanía.
Al crear al Gran Hermano, que todo lo ve pero que no es visto, Orwell se basó en relatos de la mística de Stalin, como este pasaje de André Gide: “Su retrato se ve en todas partes, su nombre está en boca de todos, y se lo elogia en cada discurso público. ¿Es todo esto el resultado de la adoración, el amor o el miedo? ¿Quién puede decirlo?”.
El archiherético Goldstein, de Orwell, se basa claramente en Trotsky (cuyo nombre real era Lev Bronstein), pero también se parece a Andrés Nin, el líder del POUM que fue torturado y ejecutado por el NKVD mientras el autor estaba en Barcelona.
Los jóvenes espías que denuncian a sus padres ante la Policía del Pensamiento siguen el modelo del culto a Pavlik Morozov, el “niño héroe” soviético de 13 años que, presuntamente, fue asesinado en 1932 por traicionar a su padre a la policía secreta (Los historiadores ahora creen que el asesinato fue una leyenda creada por los propagandistas soviéticos).
Los lectores menos informados pueden no haberse dado cuenta de que muchas de las atrocidades futuristas de Orwell ya habían sucedido, pero los observadores del totalitarismo se dieron cuenta exactamente de lo que estaba haciendo.
Un resumen
El mayor logro de Orwell al escribir “1984” no fue, por lo tanto, la invención sino la síntesis.
Se topó con algunas de las ideas clave de la novela desde al menos 1937 y las anotó en su cuaderno (bajo el título provisorio de “El último hombre en Europa”) a fines de 1943, aunque no escribió las palabras finales hasta diciembre de 1948.
El libro fue así la culminación de más de una década de lectura, escritura y pensamiento, lo que le permitió fusionar gradualmente múltiples fuentes en una sola escena o concepto.
Tomemos el Ministerio del Amor, el complejo de tortura sin ventanas en el que O’Brien desmantela física y psicológicamente a Winston.
Orwell solo pasó una noche en una celda, después de que se las arregló para ser arrestado por embriaguez en Londres, en 1931, para experimentar el encarcelamiento, pero incluso ese incidente menor arrojó una imagen utilizada en “1984”: un prisionero en cuclillas sobre un inodoro roto.
Para obtener más información, recurrió a relatos como “La mujer que no pudo morir” (1938), las memorias de Iulia de Beausobre, quien pasó dos años en el sistema carcelario soviético y “Oscuridad al mediodía” (1940), la primera novela sobre la Gran Purga, cuyo autor, Arthur Koestler, había sido encarcelado por las fuerzas de Franco en España.
Las escenas de Orwell en el Ministerio del Amor están llenas de observaciones tomadas de la novela de Koestler. El mismo Koestler integró los recuerdos de su amiga Eva Striker, quien había sido encarcelada en Moscú por falsos cargos de conspirar contra Stalin.
La terrible experiencia de Winston es, por lo tanto, un híbrido de las experiencias de Orwell, Koestler, Striker y de Beausobre, y probablemente también de otros.
Cuando los ciudadanos del bloque soviético leían copias samizdat (publicadas de forma clandestina) de “1984”, no podían entender cómo un autor británico que nunca había pisado ese territorio podía describir con tanta precisión la sociedad en la que vivían.
“La historia se detuvo”
La ironía de escribir sobre hechos históricos en “1984” es que el libro describe un mundo en el que los hechos históricos han dejado de existir y el pasado es infinitamente maleable.
La necesidad del Partido de parecer completamente consistente e infalible requiere una mentira incesante a escala industrial, hasta el punto en que los ciudadanos ya no puedan confiar en sus propios recuerdos, porque no pueden ser verificados de forma independiente.
Para citar una de las líneas más famosas del libro: “Oceanía estaba en guerra con Eurasia: por lo tanto, Oceanía siempre había estado en guerra con Eurasia”.
El resultado es una sociedad en la que nada es definitivamente cierto, ni siquiera la fecha. Como Winston reconoce cuando comienza a escribir su diario clandestino, “1984” puede que ni siquiera tenga lugar en 1984.
Orwell creía que el estado de la historia misma había sido radicalmente desafiado por el totalitarismo. En su ensayo “Mirando hacia atrás a la guerra civil española”, escrito en 1942, recordó haberle dicho a Arthur Koestler que: “La historia se detuvo en 1936”.
Con esto quiso decir que la guerra civil española, como el primer conflicto de la era totalitaria, fue la primera vez que las máquinas de propaganda rivales hicieron imposible una descripción precisa de los acontecimientos.
“Sé que es la moda decir que la mayor parte de la historia registrada es mentira de todos modos”, escribió. “Estoy dispuesto a creer que la historia es en su mayor parte inexacta y sesgada, pero lo que es peculiar de nuestra época es el abandono de la idea de que la historia podría escribirse con sinceridad”.
Tradicionalmente, los historiadores no se ponían de acuerdo sobre muchas cosas, pero había al menos algunos hechos básicos y no controvertidos sobre los que podían coincidir.
Sin embargo, el totalitarismo buscó destruir ese territorio neutral y hacer que todo fuera discutible.
“El objetivo implícito de esta línea de pensamiento”, escribió Orwell, “es un mundo de pesadilla en el que el Líder, o alguna camarilla gobernante, controla no solo el futuro sino también el pasado. Si el Líder dice de tal o cual evento, ‘Nunca sucedió’, bueno, nunca sucedió. Si dice que dos y dos son cinco, bueno, dos y dos son cinco”.
Al anticipar algunas de las frases y conceptos cruciales de “1984”, “Mirando hacia atrás a la guerra civil española” deja en claro que el ímpetu moral para la novela surgió de la sensación, experimentada por primera vez en España, de que “el concepto mismo de verdad objetiva se está desvaneciendo del mundo”.
La década de 1930 vio una obsesión cultural con el auge de datos junto con la capacidad de documentar convincentemente documentos, estadísticas y fotografías.
En “Los años treinta” (1940), una historia enérgica y mordaz de la década, que Orwell reseñó con aprobación, el periodista Malcolm Muggeridge escribió: “Nunca antes, se puede suponer, las estadísticas han tenido tanta demanda, y nunca antes han sido tan extravagantemente falsificadas.”
Una de las tareas de Winston en el Ministerio de la Verdad es borrar todo rastro del miembro del Partido Interior, el camarada Withers, que ahora es una nopersona, y reemplazarlo en el texto de uno de los discursos del Gran Hermano con el héroe de guerra totalmente fabricado, el camarada Ogilvy:
“El camarada Ogilvy, que nunca había existido en el presente, ahora existió en el pasado, y cuando se olvidara el acto de falsificación, existiría con la misma autenticidad y con la misma evidencia, como Carlomagno o Julio César”.
Incluso al humilde Winston, a su pequeña manera, se le ha otorgado el poder de controlar el pasado y, por lo tanto, el futuro.
Apego a la verdad
Durante la década de 1940, Orwell creía que el mundo se estaba ahogando en mentiras.
Una forma en la que se mantuvo a flote fue escribir una novela que dramatizara las consecuencias últimas de la guerra del totalitarismo contra la verdad objetiva.
Otra fue atenerse a los más altos estándares. Si se daba cuenta de que había cometido un error en algo que publicaba, se apresuraba a admitirlo.
Un pequeño incidente personifica la extraordinaria dedicación de Orwell para aclarar los hechos, incluso cuando no tenía ningún incentivo para hacerlo.
En marzo de 1945, “Rebelión en la granja” ya estaba terminada y editada, y Orwell estaba en París, trabajando como corresponsal de guerra.
Mientras estaba allí conoció a Jósef Czapski, un sobreviviente de la masacre soviética de decenas de miles de soldados polacos en el bosque de Katyn en 1940.
Czapski le dijo que el coraje y el liderazgo de Stalin habían sido fundamentales para repeler la invasión alemana de Rusia; de hecho, el líder soviético había permanecido en Moscú incluso cuando se le instó a huir por su propia seguridad.
En “Rebelión en la granja”, sin embargo, Orwell había hecho que el cerdo Napoleón, que representaba a Stalin, abandonara su puesto durante la Batalla del Molino de Viento.
Rápidamente escribió a su editor, pidiendo que se enmendara esa frase: “Simplemente pensé que la alteración sería justa para JS”, afirmó.
Ni Orwell ni Czapski tenían ningún motivo para ser justos con Stalin. Aun así, un hecho era un hecho, e incluso una versión ficticia porcina de Stalin merecía una versión precisa.
Como novelista, escribiendo sobre animales que hablan o una tiranía del futuro, Orwell mostró el compromiso escrupuloso de un periodista de decir la verdad. Abandona eso, pensó, y no hay fin a lo que puedes perder.
*Este artículo fue escrito para la edición de octubre/noviembre de 2019 de la revista BBC World Histories por el periodista y autor Dorian Lynskey. Su libro más reciente es “El Ministerio de la Verdad: una biografía de ‘1984’ de George Orwell” (Picador, 2019).