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Edificio Centro Valores, local 2, Esquina de la Luneta, Caracas, Venezuela.

Los efectos de la violencia crónica en la infancia

Yazmely Labrador

Visitas, conversaciones y un seriado de entrevistas locales nos permitieron observar los efectos de la violencia crónica en niños. Los hallazgos se componen de experiencias que atestiguan muertes violentas, miedo, indignación y vastos esfuerzos por darle sentido a la vulnerabilidad extrema que los arropa

Manuel Llorens*

Varios niños de un sector popular de Caracas discutían sobre la impresión dejada por las incursiones violentas que la policía venía realizando en el sector en que viven. Se debatían entre temerlas o celebrarlas. Relatando experiencias de atropello, uno decía: “Yo me voy a meter a malandro, quiero crecer rápido, voy a conseguir una pistola y los voy a joder, a todos esos policías”. En una conversación análoga, en el mismo sector, una niña razonaba: “dicen que están matando gente, pero lo que están matando es malandros”. Ambas expresiones sorprenden y revelan la incidencia de la violencia crónica en las comunidades y en las vidas de los más pequeños. El dolor, resentimiento y deseo de venganza instalado en la vida del niño y la deshumanización claramente expresada en la expresión de la niña.

Una cultura del miedo y el silencio

Nos venimos preguntando sobre los efectos de la violencia crónica en nuestra cultura. Las bandas delincuenciales toman vías públicas en Caracas, colectivos imponen a la fuerza sus propias reglas en sectores enteros, “cruentos combates” son reportados por el Gobierno en Apure entre militares y grupos irregulares. Eso nos obliga a reflexionar sobre qué efectos tienen estas experiencias en nuestra manera de relacionarnos, funcionar, pensar.

Para ello realizamos tres etnografías en tres comunidades distintas: Los Ruices, La Vega y Los Valles del Tuy, como parte de una serie de investigaciones realizadas por el equipo de la Red de Activismo e Investigación por la Convivencia (Reacin) publicadas el año pasado en el libro Dicen que están matando gente en Venezuela: violencia armada y políticas de seguridad ciudadana.1

Fuente: AFP

En cada una de esas comunidades, de maneras distintas, la violencia se volvió parte del escenario cotidiano. En el caso de Los Valles del Tuy, por ser una de las zonas del país en que han aumentado más los homicidios producto de bandas delincuenciales, en los sectores de La Vega, igualmente por enfrentamientos entre grupos delictivos entre sí y con la policía, y en Los Ruices, por una serie de linchamientos a presuntos delincuentes cometidos por la comunidad.

Así registramos la instalación de una cultura del miedo y el silencio, la fragmentación de la comunidad y la desconfianza como marca en las relaciones vecinales, así como desconfianza hacia un Estado experimentado como abandonador, cuando no enemigo. Finalmente, observamos acciones para tomar la ley en las propias manos y a recurrir a las fuerzas locales para buscar seguridad, aunque implicase refugiarse en las bandas delincuenciales locales.

El impacto emocional de la violencia crónica

Nuestros hallazgos confirman las investigaciones internacionales que han levantado datos sobre el impacto emocional producido en la infancia por la violencia crónica en lugares tan distintos como Siria, durante la guerra, Centro América y las barriadas más peligrosas de los Estados Unidos.2

Pero además de los efectos individuales, nos interesa señalar los impactos interpersonales y comunitarios. Ignacio Martín-Baró3, el psicólogo social jesuita que hizo el registro del impacto de la guerra civil salvadoreña, propuso el término trauma psico-social para subrayar que la comprensión y el tratamiento de los efectos de la violencia no se podían enfocar solamente en el individuo, porque se referían a procesos individuales y sociales.

A su vez, la psicóloga clínica Tani Adams4, también hizo un registro extenso de los efectos de la violencia crónica en Centro América, encontrando consecuencias como la pérdida del espacio público, el cierre de calles, la legitimación de poderes no estatales que controlan territorios, desconfianza en el Estado, multiplicación de la corrupción, linchamientos, la instalación del miedo y el silencio, así como la fragmentación de las relaciones, como ejemplos claros de los efectos en el nivel comunitario.

Nosotros encontramos estos mismos procesos en las tres comunidades estudiadas. Pero además observamos dinámicas que permiten pensar en cómo la violencia se inserta en la socialización de los jóvenes.

La crianza en comunidades precarias que padecen la violencia crónica plantea retos complejos. Enseñar a los hijos a lidiar con la peligrosidad del entorno en ocasiones pasa por enseñarlos a protegerse. La línea entre ayudarlos a desarrollar estrategias para sobrevivir, establecer límites contundentes que eviten que se acerquen a los riesgos cercanos y el transmitir valores violentos, no es siempre tan clara. El intento de proteger a los pequeños de la violencia, en ocasiones, produce efectos paradójicos.

A eso se le añade el hecho de que, a menudo, las figuras paternas –sobre todo las madres a las que se les suele endilgar toda la responsabilidad de la crianza– están sobrecargadas por el exceso de demandas y falta de recursos que implica vivir en comunidades llenas de carencias. Es doblemente injusto que a las madres a las que la sociedad les niega recursos mínimos para llevar una vida digna –servicios básicos, transporte público, escuelas dignas, sistemas de salud, etcétera–, luego se les acuse de no ofrecerle suficiente contención a sus hijos.

Observamos también cómo la violencia a menudo deja heridas no cicatrizadas y duelos no elaborados en los padres, que entonces le transmiten a sus hijos códigos de desconfianza ante los vecinos, exigencias de lealtad que marcan a algunos como enemigos naturales y hasta mandatos de venganza que se instalan como lealtades invisibles. Hemos observado ejemplos claros de transmisión transgeneracional del trauma en que las heridas emocionales se transmiten a las generaciones siguientes manteniendo ciclos viciosos de violencia.

La militarización de la mente

Finalmente, es relevante cómo la violencia opera a menudo como ideal, desde el discurso gubernamental que promociona fotografías de niños disfrazados con uniformes del FAES –el cuerpo de la policía nacional que ha sido señalado por cometer ejecuciones extrajudiciales en escala masiva–, pasando por la cultura local en que las madres de un barrio invitan a sus hijos a pedirle la bendición al jefe de la banda delincuencial, hasta llegar al discurso de los niños donde las armas y los malandros peligrosos aparecen repetidas veces como objeto de admiración.

Martín-Baró habló de la “militarización de la mente”, un concepto que no llegó a desarrollar en profundidad, pero que nos resulta sugerente para referirse a cómo el trauma psico-social, a través de la naturalización de la violencia y la deshumanización del otro conduce a lógicas que entronizan a la violencia y el belicismo como ideal, defiende la arbitrariedad de los grupos armados estatales y para-estatales, y asegura que los conflictos sociales se deben resolver a través de la ley del más fuerte, conduciendo a la monopolización de los militares del poder.

La violencia crónica lesiona al individuo, pero también lesiona la relación con el Estado y conduce al deterioro de la democracia. Debemos atender a estos efectos, además de las lesiones emocionales individuales, si queremos ayudar a las próximas generaciones a vivir en paz.


*Psicólogo clínico y comunitario. Profesor universitario (UCAB) y co-director de Reacin. Su investigación y trabajo psicoterapéutico gira en torno a temas de violencia y exclusión social.

Notas:

  1. ZUBILLAGA, V. y LLORENS, M. (2020): Dicen que están matando gente en Venezuela: violencia armada y políticas de seguridad ciudadana. Caracas: Dahbar.
  2. OSOFSKY, J. y FENICHEL, E. (1994): Hurt healing hope: caring for infants and toddlers in violent environments. Arlington, VA: Zero to Three.
  3. MARTÍN-BARÓ, I. (1994): Guerra y trauma psicosocial del niño salvadoreño. Anthropos. 156, pp. 38-43.
  4. ADAMS, T. (2017): How chronic violence affects human development, social relations, and the practice of citizenship: a systemic framework for action. Washington: Wilson Center.

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