Jesús María Aguirre s.j
Ayer día 3 de octubre, para muchos, comienzo de actividades escolares y para todos entrada en la rutina laboral, a las 6.15 am. me aprestaba a tomar el bús que lleva de Antímano al Ministerio de Educación (Esquina Salas). Entre vendedores de empanadas y perros callejeros hice la cola, que no lucía larga, como de costumbre (las hay más largas para buscar comida). Pero la cola se iba diluyendo al rumor de que había huelga de transporte y las riadas humanas se volcaron hacia el Metro.
Después de tres oleadas pude entrar al vagón del metro, que dicen que privilegia a los de tercera edad, embarazadas y discapacitados, pero en cuya entrada siempre se antepone un grupo de muchachotes fortachones, que se aprestan a entrar los primeros y se sobreponen a mujeres embarazadas, ancianos y cuanto viviente se interponga. Abrí paso a codazos, ya estaba dentro, y ante mí había una mamá con un niño de pecho y otro a su falda. Ante el intento de cierre de puertas, repetidas cornetas de cierre, y avisos reiterados para no obstruir las puertas, recibí una embestida última con el reclamo de dejar paso, y resistí hasta donde pude con la exclamación desaforada: “¿quiere que le aplaste el cráneo al bebé?”.
Con una sensación de ganado acarreado en una gandola al matadero, sin poder asirme a una barra, sostenido por los cuerpos sudorosos y con hedor de orines, llegué a la transferencia de Capuchinos… A falta de las busetas habituales aparecieron en el Capitolio otros buses piratas que, por supuesto, ya cobraban los 60 bfs., exigidos por los huelguistas. Para el atardecer a la vuelta del trabajo, ya los carteles anunciaban la subida y se restablecía cierta normalidad.
A la salida del metro en Antímano, mientras la gente de barrio hacía sus colas para subir al cerro, los vendedores de comida y hortalizas cacarean sus ofertas, los perros rastreros husmean los restos entre los deshechos y pasean sin ser molestados.
Hoy, 4, el día lucía mejor tras la huelga, y, aunque la cola de pasajeros, sobre todo escolares de primaria y secundaria, era mayor que la de ayer, la misma se movía con fluidez, hasta que la ruta del viaje se vio interrumpida por un colapso de tráfico a la altura de Centro Plaza Paraíso, porque había un carro atravesado, un policía atorado sin saber qué hacer, y varios espontáneos tratando de resolver el caos. Por fin, tras un cuarto de hora, salimos del atolladero. Ya el trayecto estaba a punto de culminar, cuando de pronto el chofer de la buseta –ruta Antímano/Salas– avisa a la altura del Capitolio, que no sube a Esquina de Salas, y arbitrariamente se desvía a la cuadra siguiente. Ante la protesta de la gente: “son unos abusadores”, con una risa forzada manda desalojar la buseta.
El antropólogo Baudrillard diría, proyectando estas prácticas sociales al conjunto social, que el transporte es “un no-lugar”, pero yo diría corrigiendo su lenguaje que es “tierra de nadie”.
Ante tanta proclamación constitucional y discursos vanos sobre el protagonismo ciudadano, maltratado por un entorno hostil, he deseado ser tratado, al menos como un perro callejero, ya que hoy, día de San Francisco de Asís, los animalitos recibiremos una bendición.