Por Simón García
No existe duda. Puestos a escoger entre votar o disparar, la mayoría se inclinará por lo primero. Pero un sector apreciable de la oposición, a pesar de hacer esa escogencia, permuta su idea inicial y decide restarle, a los votos contra el régimen, el suyo. Un fatal error cívico.
El efecto desastroso de este descuento en votos ya lo vimos el 2005 y de nuevo el 2018. Al llevar a cabo su renuncia al voto realiza la mitad de la profecía que indica que dictador no sale con elecciones. Después, tras el “se los dije”, cae la otra fatídica mitad de ese vaticinio derrotista: el régimen obtiene más poder.
La democracia es vigencia de unas reglas, separación de poderes, garantía de derechos y hasta vivencia humana. Su energía se nutre de cinco procedimientos básicos: la mayor simetría posible de información entre los ciudadanos, relaciones asociativas con autonomía individual, rendición de cuentas, deliberación pública transparente y voto libre. Pero este último es el disparador del ciclo democrático.
Los embates contra esos pilares también provienen, además del régimen, de opositores que están convencidos de que es imposible generar democracia en medio del desierto autoritario. A nombre de esperar a que Maduro caiga se pospone la acentuación de perfiles alternativos, se contribuye a minar la confianza en el voto o se elude examinar críticamente los resultados de una estrategia que pide a gritos otros desarrollos.
Trabas como estas, apuntaladas desde adentro, recortan la eficacia de la oposición, reducen la resistencia al desempeño de la AN y dificultan que el significativo respaldo a Juan Guaidó lo conviertan en dirigente de una nación y principal figura de reunificación del país para asumir su reconstrucción.
Los partidos opositores que conducen la AN podrían considerar como urgente:1. Informar el costo de un acuerdo para realizar elecciones presidenciales bajo estándares universalmente establecidos, 2. Promover compromisos entre gobierno y oposición para atender las crisis en sectores de población y ámbitos donde se anula anula el derecho a la vida, 3. Abrir una consulta nacional sobre las bases de un esquema de nueva gobernabilidad a mediano plazo y sin hegemonía, 4. Garantizar un entendimiento mínimo entre una oposición heterogénea que no debe seguir dividida.
El desafío para todos los venezolanos es alcanzar el siglo que nos dejó en una cuneta trágica y horrible. No se trata de dictar juicios morales sino de reunir capacidades para reconstruir una sociedad avanzada en términos de bienestar, libertad y justicia.
El país se extingue en medio de actores incapaces parac acordarse en cómo poner fin a la destrucción y al bloqueo múltiple de la transición posible hacia la democracia. La oposición arriesga empequeñecerse en debates como el que contrapone las elecciones parlamentarias a las presidenciales, en vez de integrarlas en una estrategia que pueda ser hecha con aportes diferentes.
Los partidos deben ponerle más oído a la gente y permitir que ella emerja en el Frente Amplio y más allá de él. A través de elecciones o en la dinámica multiforme del conflicto político y social, los ciudadanos son el sujeto constituyente de la soberanía.
La oposición ´tiene que pensar con cerebro propio. Dejar de pensar y reproducir los pensamientos del poder. Más bien, aprender a condicionar las acciones del régimen, saber usar sus reglas contra él y desde su territorio neutralizar o atraer a franjas de sus seguidores hacia una negociación para superar el empate del poder dual y abrir una transición.
No es tan difícil. Lo han logrado otros, desde que se propusieron sumar, crear confianza y construir coincidencias.