Diego Salgado
Esta sexta película del guionista y realizador belga Joachim Lafosse, obtuvo la Concha de Plata a la mejor dirección en Festival de San Sebastián. A pesar de lo cual, como constató de primera mano quien esto escribe al tener la oportunidad de cubrir el certamen, su proyección estuvo lejos de suscitar el entusiasmo de la prensa y la crítica allí presentes. Hay razones para ese desapego, extensible asimismo a la demora con que Los caballeros blancos se ha estrenado en cines españoles: transcurrido casi un año del reconocimiento logrado en Donosti, en un mes tan marginal para la exhibición como agosto, y cuando Lafosse ya tiene en su haber un nuevo largometraje, L’économie du couple (2016), programado a su vez en la última edición de Cannes.
Y es que este filme que nos ocupa renuncia a hacer gala de un afán autoral en clave subjetiva y exhibicionista, desecha las emociones descarnadas y las expresiones románticas de ira y rebeldía contra el mundo, no presume de formas vanguardistas. Por el contrario, nos hallamos ante una película carente de lo que entendemos habitualmente por inspiración auténtica, por hálito creativo. De modo que, en un primer vistazo, apenas trasciende lo anecdótico de su argumento, que, por otra parte, linda con lo incómodo; algo que, en una época tan proclive a la afasia política y el fanatismo ideológico como la presente, apostamos que también tiene algo que ver con la desafección de que ha sido víctima hasta hoy: Los caballeros blancos recrea como ficción tortuosos hechos reales acaecidos hace algún tiempo y recogidos en un libro por el periodista Geoffroy d’Ursel y el piloto François-Xavier Pinte, que tuvieron como protagonista a una organización no gubernamental francesa tan voluntariosa como amateur, cuya pretensión de llevarse de regiones de otros continentes sumidas en crisis bélicas a huérfanos que serían adoptados en el país galo, se saldó con una gestión catastrófica.
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