Andrés Caldera Pietri
Este 8 de enero de 2018 se cumplen 100 años del nacimiento de un valioso venezolano -olvidado quizás- y a quien debe rendirse homenaje por muchas razones como uno de los grandes constructores de nuestra República Civil: Lorenzo Fernández.
Nacido en Caracas, cursó estudios en el Colegio La Salle para luego graduarse de abogado suma cum laude en la Universidad Central de Venezuela. Con Rafael Caldera, dos años mayor que él, funda la Unión Nacional Estudiantil (UNE) y, a partir de allí transita, en una fraternal relación, todas las etapas de su lucha política. Además de abogado y profesor, es concejal, diputado a la Constituyente del 46 y diputado al Congreso Nacional del mismo año. Es electo a la Constituyente del 52, pero no se incorpora en señal de protesta y es detenido varias veces por el Régimen de Marcos Pérez Jiménez. Para el 23 de enero de 1958 estaba en la cárcel. Participa en la comisión redactora del Pacto de Punto fijo, del cual es firmante, y es electo Senador por el Estado Trujillo en tres oportunidades consecutivas: 1958, 1963 y 1968. Designado Ministro de Fomento en 1958 por Rómulo Betancourt, se proyecta como el Ministro de la Industrialización. Con una frase famosa: “Venezuela se industrializa o se muere”, desarrolla una política integral para la sustitución de importaciones y la promoción de lo “hecho en Venezuela”. Más de mil chimeneas se encendieron en el país como resultado de su gestión. En 1969, Rafael Caldera lo nombra Ministro del Interior y se convierte en el Ministro de la Pacificación, al implementar esa política, con el apoyo de una Comisión presidida por el Cardenal José Humberto Quintero.
Lorenzo Fernández fue el candidato presidencial de COPEI en las elecciones de 1973 y el mensaje central de su campaña fue el de la unión, el civismo y el desarrollo integral del país: “Nada puede justificar el odio entre los venezolanos. Este es un pueblo sin complejos, que rechaza la tiranía, la represión, el sectarismo, el enguerrillamiento, que quiere una democracia abierta y alegre…”. Y, aunque logró aumentar en más de un 50% la votación obtenida por su partido en la elección anterior, no consiguió -principalmente por la polarización y la activa participación de asesores extranjeros- ser electo Presidente. Habría sido un gran Presidente. Un hombre con la experiencia, no sólo de gobierno, sino de la empresa privada, en la que dirigió con éxito por muchos años la empresa familiar que, a partir de la nada, habían creado su hermana y su cuñado: Helados EFE. Era un hombre honesto, prudente y austero, de familia y valores cristianos sólidos, de carácter y buen humor, conciliador, nacionalista, que hubiera administrado con competencia y sensatez la inmensa riqueza que ingresó al país en aquella época, evitando la locura colectiva que nos invadió y que se conoció como “la Venezuela Saudita”.
Muy lejos de la distorsionada imagen que le fabricaron en la campaña, Lorenzo Fernández era conocido por su actitud alegre y jovial, siendo sus amigos cercanos objeto frecuente de sus bromas.
Murió el 4 de octubre de 1982, a los 64 años, víctima de un cáncer que enfrentó con admirable reciedumbre, en su casa de siempre: “La Muchachera”, en Caracas. Tuve el privilegio de acompañar a mis padres -quienes se consideraban sus hermanos- junto a Doña Olga, sus diez hijos y nietos, en el momento en que su espíritu abandonó este mundo.
Citando a Rafael Caldera: “Lorenzo Fernández fue un hombre cabal. Todo un hombre. Un gran hombre. Un venezolano integral. Un servidor público de primera línea, dentro y fuera del poder. Un ejemplo prístino de lo que debe ser un político, no para ambicionar y medrar, sino para servir al pueblo orientado por un hermoso ideal” (“LA VENEZUELA CIVIL).