Mercedes Pulido
Las propuestas y debates parecieran ir detrás de los problemas de la gente. La violencia y la inseguridad rompen cualquier hábito de vida. La escasez de de alimentos aunado al costo de los mismos genera realidades de “hambrunas” tal como lo reflejan los estudios recientes de Venbarómetro donde ya hay un tercio que accede medianamente sólo a dos comidas diarias y no hablemos de la dificultades en la población infantil y de mayor desesperanza son las condiciones de salud y la ausencia de medicamentos con efectos irreversibles. Realidades que exigen rectificaciones profundas en las responsabilidades políticas.
Si bien es innegable el necesario reordenamiento institucional del Estado, la realidad impone asumir el reconocimiento de la diversidad de necesidades que en muchos casos tienen jerarquizaciones específicas. Condición primordial es la recuperación de la credibilidad y confianza en reconocer los problemas y abordarlos con transparencia. En las “colas” hay preguntas que reflejan como la sobrevivencia desplaza los problemas en la gente. Me preguntan, ¿con estas necesidades que tenemos, en que me beneficia discutir una ley de amnistía y de reconciliación? No me alcanzan los ingresos y para mayor evidencia estamos pagando en la caja de un supermercado, no le alcanza para los tres productos que lleva, y la solidaridad se manifiesta ya que algunos de los presentes le completamos su pequeño mercado después de tres horas de paciencia.
Si bien es una realidad que la confrontación implica polarización de pasiones entonces, todas la refundaciones del tejido social requieren un esfuerzo especial de reencuentro. Abordar la realidad de los presos políticos, caracterizados por el castigo a disentir, la inmensa “cola” de medidas cautelares por la libertad de expresión, a título de ejemplo no único el caso de Teodoro Petkoff, los sindicalistas liberados pero sometidos a medidas de presentación ante el temor de sanciones por la OIT, la situación de procesos sustentados por denuncias de los “patriotas cooperantes” , aunado a la realidad de procesos judiciales inexistentes, nos hace ver que aun cuando sea polémica la “amnistía” es un imperativo para abrirnos a nuevos procesos democráticos. Más importante son los procesos de reconciliación para restaurar las relaciones sociales alteradas por los conflictos. Discusión y acción que viene dándose desde los noventa con la justica de paz en ciertas comunidades. A diferencia del perdón que es acción individual, la reconciliación implica comprensión de los hechos para sentar bases de un acuerdo voluntario por aprender a vivir juntos otra vez. Camino extremadamente complejo que puede implicar varias generaciones pero que hay que abordar en la transición para que puedan emerger instituciones legítimas dentro de un orden democrático estable. Fue así en Argentina con la comisión de la verdad para abordar el problema de los desaparecidos, en Suráfrica para discutir y reconocer como realidad concreta las violaciones del apartheid, y sigue siendo proceso inacabado en Centroamérica. La reconciliación abarca también la rectificación de los muros de las ideologías y la revisión de los modelos hegemónicos de verdades absolutas y necesariamente enfrenta el poder intocable, siendo entonces imperativo el caminar con las necesidades de la gente. Paciencia, pedagogía y compromiso difícil ante las precariedades.
Recordamos aquí, a Luis Alberto Machado quien siempre afirmaba el poder democrático de la inteligencia, ya que ella emerge donde sea sin las cortapisas de clases sociales, género o territorios. Si la estimulamos habrá conflictos porque será difícil someter o coaccionar pero también habrá transformaciones profundas en la convivencia social. Descansa en Paz.