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Lo “presencial” se con-fundió con lo “virtual”

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Por Lorena Rojas Parma

En medio de la pena y las pérdidas que ha ocasionado la pandemia, hemos vivido una experiencia especialmente significativa para nuestras relaciones con la tecnología digital. Hay un cierto consenso en la idea de haber acelerado, por así decirlo, la amplitud del espacio vital ocupado por lo digital.

Los encierros y aislamientos propios de los períodos de peste, en esta oportunidad no se caracterizaron por la soledad o el aburrimiento, pues estuvimos acompañados de nuestros seres queridos y nuestros colegas gracias a la presencia digital.

En efecto, no dejamos de visitar museos, escuchar conciertos, comunicarnos o trabajar. Me refiero, en este caso, por supuesto, a quienes tuvieron la oportunidad de mantener sus empleos en medio de la expansión del virus, en el largo período en el que nuestro resguardo era la única garantía.

Las posibilidades de la tecnología digital, sin duda, ya estaban incorporadas de manera importante en nuestras vidas antes de la pandemia. Pero la dimensión de sus alcances fue exacerbada cuando nos vimos confinados a nuestra propia intimidad. Hubo más oferta cultural a través de las ya conocidas plataformas digitales, pero no era algo del todo novedoso. Sí lo fue, quizá, la valoración que hicimos de esas nuevas experiencias en un contexto de aislamiento.

Podemos referirnos al trabajo a distancia de una manera semejante. No se trataba de algo inédito, pero, en los tiempos que exigieron del cuidado de sí, la rutina del trabajo se transformó de una manera especialmente sensible. Es interesante decir “a distancia”, pues cuando vivimos con la inmediatez espacio-temporal, y podemos estar en cualquier parte del mundo sin abandonar nuestras casas, el trabajo “a distancia” exige, al menos, algún replanteamiento.

Decimos, por supuesto, que estuvimos distantes de nuestras oficinas, del concreto, si bien no de nuestras actividades. Y podríamos hacer algunas disertaciones interesantes con relación a ese “distanciarse” o no de las cosas.

Podemos reconocer, sin más, que no estuvimos en los lugares habituales en los que desplegábamos nuestra vida laboral. Con todo, lo que detectamos como una situación especial en el contexto de la pandemia, fue esa suerte de fusión que ocurrió en nuestras vidas: los espacios laborales, que comenzaron a habitar en el siempre misterioso espacio digital, se fundieron con los espacios del hogar.

Desaparecieron los límites tradicionales de lo que solía ser distinto, como parcelas de la vida que, repentinamente, sin ningún orden, comenzaron a fusionarse. Marcar territorios se hizo, entonces, mucho más difícil, y una nueva manera de sobrellevar la cotidianidad vino para nosotros.

De la misma manera, lo “presencial” se con-fundió con “lo virtual”. No solo porque nos vimos protagonistas de la mágica ubicuidad, sino porque mientras compartíamos el té con nuestra familia, respondíamos demandas o asuntos del trabajo que podían atravesar el Atlántico.

Ese contexto del trabajo a distancia, remoto, virtual, en línea, etcétera, hizo que comprendiéramos desde la propia experiencia la hibridez que caracteriza nuestro mundo. La dificultad, cada vez mayor, de erigir muros y fronteras.

No es sencillo separar en términos de dualismo o dicotomía lo “presencial” y lo “virtual”. Ambas nociones son especialmente complejas y tienen mutuas implicaciones. En cierta forma, la interconexión que hoy tanto ocupa al pensamiento filosófico y científico se filtra hasta nuestros espacios más íntimos. Lo que no debe sorprendernos, por supuesto, pues la misma intimidad –como contraparte de la publicidad–, también está siendo repensada: está siendo vivida de otras maneras.

Con más o menos discreción, la vida –y la cotidianidad– ha tomado un vuelco cósmico inédito. La tecnología digital ha permitido que esos ámbitos vitales se expresen de formas novedosas, incluso inesperadas, aunque tal vez el deseo de expresión y exposición sea un cierto patrimonio secreto del corazón humano. Sobre esto la bibliografía, las experiencias y, sobre todo, las opiniones son copiosas.

Teletrabajo en tiempos de pospandemia

Nuestros días transcurren, sin embargo, en lo que desde los inicios de la pandemia ya se llamó “pospandemia”. Por entonces no solo tuvimos miedo al virus, sino que nos sobrevino una extraña fiebre de augurios y predicciones. Además de la siempre lúcida develación de las conspiraciones.

Pero la vida sigue su propio devenir, y tras las vacunas y el control más o menos generalizado de la situación, hemos entrado en una fase interesante en la que algunos han asumido los cambios de lo vivido, mientras que otros tratan de regresar al lugar y los ritmos previos a la pandemia. Y eso supone, entre otras cosas, una toma de posición especialmente ante el teletrabajo, la digitalización de nuestras labores o toda esa experiencia con la tecnología que arropó nuestras vidas. Quizá no sea un exceso afirmar que la tecnología digital fue protagonista del largo período de aislamiento.

Con todo, decir “pospandemia” no deja de ser un tanto arriesgado. Tenemos noticias de ciudades importantes que están nuevamente bajo unos alarmantes índices de contagio. De cualquier manera, el bien conocido prefijo “pos” no implica una superación definitiva de lo que, finalmente, tampoco se constituye aún como pasado.

Esta nueva fase de revisiones, de contar al menos con cierta perspectiva para ver lo sucedido, ha elevado voces a favor, en contra y, también, en tono moderado con relación a la virtualización del trabajo, o al teletrabajo.

Ha sido también una virtualización de nuestras relaciones. Si “pospandemia” es un término riesgoso, lo es aún más “virtualización”. “Virtual”. Y lo es desde muchos puntos de vista. Ahora me refiero a nuestras relaciones a través de la tecnología digital, sin hacer mayores puntualizaciones por evidentes razones de espacio que exigen una discusión académica.

En este sentido, es frecuente escuchar opiniones descontentas con la experiencia digital de sus labores, haciendo, además, una vehemente apología de la “presencialidad”. Desde esa perspectiva, no se reconoce ninguna posibilidad de apertura o ganancia en vincularse de otra manera para comunicarse o trabajar. No hay disposición de explorar nuevos recursos para hacer las cosas que solíamos hacer, pero de una forma distinta.

Pareciera, entonces, que nuestro esfuerzo en las plataformas digitales no implica nuestra presencia, y que solo podemos hacer lo que debemos hacer si estamos en un lugar “de concreto”. Pero estar o no “presentes”, como lo muestran las discusiones contemporáneas, tampoco es un opuesto a virtual o digital. En realidad, es preciso elaborar un poco lo que realmente se rechaza y lo que se admite.

Por su parte, están quienes están totalmente a favor del teletrabajo y abogan por la productividad, el ahorro, los alcances y las posibilidades internacionales que se abren a través de las plataformas digitales. Sabemos de grandes empresas que han ido ralentizando el regreso a sus oficinas, o incluso reduciendo su número activo, no porque despidan a sus empleados –al menos no necesariamente–, sino porque estos pueden, en efecto, trabajar con eficiencia desde cualquier otro lugar.

Ahora hay una conciencia y una experiencia sobre lo digital que desborda los edificios, que ha descubierto que la presencialidad ha ganado otras dimensiones y que también se puede ser más productivo. Al evitar el desgaste en el transporte o el tráfico, por ejemplo, aumenta el tiempo efectivo de productividad.

Lecciones aprendidas

Finalmente, la perspectiva que se suma a los términos medios suele ser, no es ninguna novedad, más conciliadora. Querer omitir lo sucedido para regresar a lo que era, tal y como era, es omitir también cómo funciona la vida. Esos procesos que nos toca transitar deben dejar lecciones aprendidas, transformaciones, sensibilidad hacia otras miradas y nuevas experiencias. Asimismo, subestimar nuestro estar en los edificios, jardines, oficinas, tampoco parece del todo propicio. La experiencia sencilla, pero no por ello menos maravillosa de compartir un café, debería dejárnoslo claro.

Tenemos que admitir que la hibridez de las cosas es la realidad de nuestro mundo, el espíritu de los tiempos. Que lo digital y lo no digital son experiencias complementarias, distintas, con posibilidades igualmente diversas, pero no rivales ni en relaciones competitivas.

Acaso nos toque comprender que el día a día del concreto ha asumido otros matices, que debe compartirse con inspiraciones y modos de trabajar que se despliegan en lo digital. Donde somos ubicuos y experimentamos nuevas relaciones con el tiempo; donde hemos descubierto nuevas habilidades, recursos y una nueva relación con los espacios.

Claro que la experiencia de cada uno se impone como una gran certeza; y cada uno puede contar cómo ha vivido estas transformaciones. Pero siempre será mejor tratar de ser comprensivos, cultivar una disposición de apertura y disfrutar lo diverso de las cosas. A veces desde allí, desde esos horizontes más amplios que nos permitimos, nos asombra la belleza.

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