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Lo común es el bien

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Son muchas las ocasiones en lo cotidiano que referirnos a lo común resulta algo más bien burdo, de poca monta, simplón, hasta despectivo. Expresiones como “nada fuera de lo común” o “fulano tiene cara común” o “algo común y corriente”, así lo denotan.

Pero de todas esas expresiones peyorativas sobre lo común, acaso la que termina siendo más chocante es cuando nos referimos a un lugar común: aquel concepto trillado, sobre-utilizado por todos que de tanto manipularse al final se convierte en una idea vacía, desgastada, un no-lugar, un no-concepto, la nada.

Por ello nos preocupa –y mucho– que un término tan sublime, fundamental y necesario para poder vivir en sociedad, según lo enseña el pensamiento social de la Iglesia, como lo es el bien común, termine siendo por uso y abuso, un lugar común. Este es un riesgo altísimo que hoy estamos corriendo.

El bien común es frase casi obligada en los discursos políticos, en las alocuciones presidenciales, en las charlas empresariales, en las clases de moral y cívica, en las arengas de campañas electorales, en las protestas y reclamos de la gente, en las homilías y lecciones de líderes religiosos, en las reflexiones de los intelectuales, y hasta en canciones, poemas, películas y series de televisión… pero, si bien todos la utilizamos ¿estamos todos refiriéndonos a lo mismo?

Por supuesto que no.

  1. K. Chesterton, con su certera y aguda inteligencia, y en su carácter de fidei defensor, sostenía que:

[…] el mundo moderno está repleto de antiguas virtudes cristianas desquiciadas (que se volvieron locas), que se han desquiciado porque se han separado de las demás y ahora vagan solas. Así, hay científicos preocupados por la verdad, pero cuya verdad es despiadada. Igual que hay filántropos obsesionados con la piedad cuya piedad es –siento decirlo– muchas veces falsa.

Con el bien común ocurre lo mismo. No se trata de la simple suma de los bienes particulares de cada sujeto del cuerpo social, pues esta ecuación no solo es insuficiente, sino imposible. Para poder hablar de bien común deben construirse y existir un conjunto de condiciones de vida social, con las cuales los hombres, las familias y las asociaciones pueden lograr con mayor plenitud y facilidad su propia perfección (Pacem in Terris), y esta perfección atiende y se asienta e inserta por naturaleza propia del ser humano en los planes divinos, en última instancia, en Dios mismo.

No se trata de yo estar bien, ni tampoco de nosotros estar bien. Se trata de que todos tengamos las condiciones que nos permitan dignamente alcanzar y prolongar a Cristo en la universalidad de su encarnación.1

Hoy en Venezuela, se hace tristemente evidente la ausencia del bien común. La indolencia gubernamental, el sálvese quien pueda del comercio, el cálculo miope y egoísta del liderazgo político, la abstención indiferente de la ciudadanía. Son claros síntomas de una profunda inconformidad con las condiciones en las cuales estamos viviendo todos los venezolanos. Todos sabemos que el país está mal y que debe cambiar. Pero no cambiar por cambiar, sino a un país que promueva la vida virtuosa de la multitud.

A eso atiende este número de la revista SIC.

Dios lo permita.


Nota:

1) TEILHARD de CHARDIN, Pierre (2005): Lo que yo creo. Edtorial Trotta.

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