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Lissette González: “Responsables somos todos”

Lissette González
Conjeturas para llevar

 Como era de esperarse, hemos pasado esta semana leyendo múltiples textos que tratan de explicar el resultado electoral del pasado domingo. Que si el fraude, que si el ventajismo, que si la operación remate. Textos que agradecen a Capriles Radonski el esfuerzo de la campaña, que llaman a la abstención o a votar aún con más ganas. Otra vez aparece la conexión emocional de Chávez con sus electores o la tesis contraria resumida en “billete mata galán”. Posiblemente porque lo mío no es el análisis político, yo no me voy a dedicar hoy a esos temas. Según creo, hay temas sociales más profundos detrás de ese resultado e intentaré resumirlos en las próximas líneas.

Empecemos por la frase de una tía mía que, a mi juicio, describe de forma clara el cambio ocurrido en los últimos catorce años: “es que ahora la gente ya no sabe estar en su puesto”. Mi tía veía desde hace ya años que el problema radicaba en que había ciertos grupos que estaban “alzados” y no estaban dispuestos a mantenerse en las posiciones que tradicionalmente les asignaba nuestro orden social pre-Chávez; posiciones subalternas, dominadas, o como queramos llamarlas. Pero un grupo de venezolanos (mayoritario, por demás) ya no está dispuesto a ser el último de la lista. Cree que es importante, que otro futuro donde es protagonista es posible para él. En eso consiste la esperanza que Chávez ha sembrado a lo largo de estos largos años de gobierno.

Mis lectores argumentarán, y con razón, que esta esperanza carece de asidero, que los servicios públicos están peor que nunca, que la inseguridad es un problema agobiante, que el déficit de viviendas ha crecido, así como el embarazo adolescente y la mortalidad materna. Pero la mala noticia que vengo a darles es que probablemente para los más pobres, la vida no debe haber cambiado demasiado en los últimos treinta años (ya vivían en barrios sin servicios desde entonces, por ejemplo), ahora al menos tienen ahora una esperanza que antes no tenían y para algunos esta incluso de ha materializado en misiones, cooperativas, electrodomésticos, viviendas y empleo. Aunque este último sea público y tutelado, es un ingreso mejor y más estable que el de la informalidad.

Pero el asunto no se reduce a estos grupos sociales, ahora movilizados por la esperanza. También se trata del resto de nosotros; los que cantan fraude, por ejemplo, simplemente niegan la existencia de ese pueblo que mayoritariamente cree que esta es su vía para salir adelante. Para los demás, aunque tengamos certeza que esa gente y esos votos existen, no los conocemos. Son el “otro” al que tememos: los cerros que bajaron el 27 de febrero, los que nos asaltarán si cruzamos esa frontera imaginaria de nuestra zona de confort. Ese video, “Caracas, ciudad de despedidas” que fue tan duramente criticado, lo que muestra es un grupo de jóvenes profundamente desarraigados, a quienes se les ha quitado la posibilidad de vivir una ciudad. Que sólo conocen sus pequeñas burbujas: su casa, su club, su universidad. ¿Cómo pueden querer luchar por un país que les es completamente ajeno? Y si deciden hacerlo, ¿cómo pueden tener un proyecto, un mensaje, para ese país mayoritario que no sea sólo altruismo benevolente o caridad?

Quizás hay un poco de eso en la campaña de Capriles. En estos días mucho se ha dicho sobre que le “faltó pueblo”, aún a pesar de la importancia que se le dio al contenido social de su plan de gobierno. El tema es quizás no que debemos trabajar “para ellos”, sino “con ellos”. El gran éxito comunicacional de Chávez ha sido precisamente identificarse con esos grupos excluidos, ser su voz. Mientras tanto, la campaña opositora no logró romper la barrera de ser distintos a ese pueblo que se pretende representar. Y se concluye: hay que hacer más trabajo en los barrios, potenciar sus propios dirigentes. Lo cual, sin duda, da resultados como lo muestra la victoria de Capriles en Petare. Pero eso no será suficiente para la inclusión, porque la barrera no es sólo, ni principalmente, política.

La clase media se encierra en sus feudos y, aunque es producto de un acelerado proceso de movilidad social, se empeña en olvidar que el abuelo vino del campo o de Catia o del Prado de María. Nos sentimos importantes por nuestros estudios, nuestros trabajos, lo que hemos logrado, y no queremos recordar que la abuela o el bisabuelo eran pobres y que los hijos salieron adelante porque había una excelente educación pública en nuestras ciudades, porque había buenos hospitales donde nacimos nosotros o nuestros padres. En resumen, porque había oportunidades. Hoy nos preocupamos por pagar un buen HCM y el colegio privado de los niños, y no nos importan demasiado esos liceos sin profesor de matemática o física gracias a los cuales quienes están hoy como nuestros padres o abuelos hace cincuenta años, no podrán preparar a sus hijos para tener una ocupación que les permita salir adelante por sí mismos. Pensamos que son pobres porque quieren, que son flojos, que prefieren la dádiva. No queremos ver que este país dejó de ofrecer hace mucho tiempo oportunidades para ellos.

Nuestras interacciones son exclusivamente con nuestros iguales. Despreciamos o tememos a cualquiera que venga de esa otra Venezuela. Somos profesores, periodistas, ingenieros, médicos, escritores que no nos cuestionamos por estar viendo solo una parte de la película. Y minoritaria, además. Cada programa de TV, cada artículo en prensa, cada libro que no se proponga romper las barreras que separan a los venezolanos mirando desde esa otra perspectiva, lo que logra es reforzar la barrera. Cada vez que educamos a nuestros hijos en el miedo y sin conocer esa otra mitad de su ciudad, de su país, estamos haciendo más grande la distancia. Qué les puedo decir, no podemos pedir a los políticos integrar al país cuando lo que nos gusta es que en nuestro restaurante favorito, cine, colegio o plan vacacional haya puro VIP como nosotros. Por mucho que se fajen, los políticos no pueden hacer magia. Y tú, ¿estás haciendo algo?

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