Naibet Soto Parra*
REVISTA SIC 746
Caracas es femenina. Caracas es plural, aunque en el acento local le suprimamos la ese final. Es una y es muchas, de envidiable clima y connotada violencia: Caracas muerde. La mandíbula que gestó Héctor en sus relatos posee el don del asalto secuencial, estimulante, inevitable, personalísimo.
Como en sus cuentos, yo también sentí la afrenta de imaginarme asaltada en cualquier otra ciudad, y la necesidad de birlarle al atacante el logro de una caraqueña en su palmarés. Y fui una madre sorteando el Metro para abrazar a sus hijas, una motorizada condenando con mi ausencia a quien me amase, una mujer cuya belleza podría calibrar solo aquel que cerrara los ojos para oírme. Fui muchas y discutí con sus páginas, imaginándome la próxima vez que lo viera para decirle: “Chico, ¿tú estás loco?, ¿cómo me echas esta vaina? Qué hago con el desasosiego, qué con la esperanza, qué con mis otras Caracas que te incluyen en la docilidad de un guayoyo a media tarde para reconciliarnos a diario con la que tú y yo construimos”.
El libro de Héctor Torres es como jugar con un cachorro al que comienzas a fastidiar ante la imposibilidad de que te haga daño, y él se acelera y tú no lo sueltas, y él te busca y tú sigues confiado, y al finalizar el juego tienes el saldo de unos cuantos rasguños que te duelen al día siguiente, en esa clara correlación entre herida y tropiezo, por la que, no importa lo improbable que sea volver a lastimarte ahí, indefectiblemente lo harás. No diré la cuenta de mis rasguños ni tampoco de mis sucesivos golpecitos acumulados. Diré que sentí el compromiso con mi optimismo compulsivo, y esperé que pasara la hora de almuerzo para salir a hablar con el chichero y sus clientes. Les eché uno de los cuentos del libro y esperé. No hubo aspavientos, ni sorpresas. Así las cosas, de mordiscos estamos llenos todos. El cuero se va engrosando para que el próximo duela menos.
El chichero me dijo con gracia: “Por eso es que yo no compro periódicos, mija, los sucesos me los cuentan aquí. La gente se toma un vaso grande para ahogar con dulce la amargura de esta ciudad. ¿Usted cree que esta ciudad muerde? Si te descuidas te arranca el tajo”.
Regreso. Releo el más esperanzador de la selección editada por Ulises Milla para el catálogo de la editorial Punto Cero, y no termino de sonreír. La esperanza está diseminada. Es un spray de alto espectro y cada quien decide las gotas que asimila y acumula para su próximo baño de realidad modelada. Comprando una película quemada, antes de ser asaltada en una sala de cine; o celebrando un cumpleaños en la sala del apartamento, comprobando así el rendimiento de un metro cuadrado. Apuestas para tu ghetto, para tu forma de conservar un espacio dentro de las muchas Caracas que se desarrollan sin que las protagonices, porque no hay garantías para la vida, tanto menos para el placer.
Por eso me gustaron las historias de Héctor Torres. Es un protagonista, no un narrador. Es un fiel cultor de la feminidad que describe con cuidado; de la feminidad caraqueña, además, que tantos millones aporta a la industria cosmética mundial.
Es inevitable leer y situarse en esas historias, caminar esas Caracas de Héctor. Hay un raro imperativo moral al finalizar el libro, como si lo hubieses leído en voz alta para gente que no conoce esta ciudad, que no la vive. Son unas ganas terribles de decirle: “¡Bueno, ya va, la cosa tampoco es así!”, pero en rigor te lo dices a ti, se lo dices a tus otras Caracas, a tus amores, a tus encuentros, a tu ghetto.
Caracas muerde, sí. Y Héctor me debe un guayoyo.
*Licenciada en Relaciones Industriales.