El nacimiento de la revista SIC en 1938 forma parte del renacer católico en Venezuela. Se presenta con una mirada nueva, crítica y transformadora del país y su puesta al día en la nueva realidad mundial de la época. Con coraje y valentía, SIC se lanza consciente a una lucha decisiva por convertirse en una hoja viva, palpitante de realismo y actualidad, de la que ha de surgir una Nueva Venezuela, como se deja ver en su primer editorial… ¿Es acaso este un pensamiento vigente en la actualidad?
Luis Ugalde, s.j.*
Venezuela llegó al siglo XX pobre y maltrecha, agotada de guerras y metida en cintura por la “dictadura andina” que duró hasta la muerte de Gómez a fines de 1935. Desde hacía casi una década ya estaba en marcha otra novedad radical: Venezuela era el segundo mayor productor y el primer exportador de petróleo del mundo. En ese tiempo empieza a hervir la juventud universitaria con líderes estudiantiles, aventados por cárceles y exilios, que a la muerte del dictador preparan su regreso cargado de futuro.
La Iglesia venezolana sobrevivió en pobreza de hombres y de recursos los brutales golpes que le dio el Ilustre Americano en la década de 1870: expulsión y exilio de obispos, prohibición de todas las congregaciones religiosas masculinas y femeninas, cierre de todos los seminarios, despojo de su subsistencia económica independiente… La recuperación será lenta.
En 1916 discretamente entraron al país los tres primeros jesuitas para dirigir el Seminario caraqueño de formación de sacerdotes, punto clave para la recuperación de la Iglesia. No bastaba que la fe sobreviviera en el corazón de las familias y de las cofradías, carentes de sacerdotes.
Desde 1936 soplan fuertes vientos de democracia y era imprescindible que la Iglesia se renovara y fortaleciera con un clero vigoroso y actualizado y de jóvenes laicos militantes de su fe en la naciente Acción Católica y en varias formas de presencia en el mundo del trabajo (ligas agrarias, círculos obreros, cooperativas…). Todo ello animado y orientado por la mirada novedosa y transformadora de la Doctrina Social de la Iglesia (DSI). Frescos riachuelos que desembocarán en la creación (1946) de un partido político nacional socialcristiano moderno (Copei).
El nacimiento de la revista SIC (enero de 1938) forma parte de este renacer católico desde el Seminario Interdiocesano de Caracas. Viene con una mirada nueva, crítica y transformadora del país y su puesta al día en la nueva realidad mundial con epicentro en Europa: el fascismo y el nazismo en el poder en Italia y Alemania con ambición totalitaria de imponerse en el mundo; al mismo tiempo desde la Revolución Rusa (1917) el poder del totalitarismo comunista está decidido a dinamitar y desplazar al capitalismo liberal, al que rechaza como esencialmente explotador de los trabajadores. En ese ambiente, el coraje y tenaz voluntad de dos jesuitas vascos (Víctor Iriarte y Manuel Aguirre) recogen el deseo de muchos y nace la revista SIC (Seminario Interdiocesano de Caracas). La naciente revista en su Presentación de enero de 1938 afirma que quiere ser “… una hoja viva, palpitante de realismo y actualidad, como reclama la trascendencia de la hora crucial que vivimos, de la que ha de surgir ineludiblemente –buena o mala– una Nueva Venezuela”. Desde la primera página, SIC apunta a enfrentar a los seguidores de la Tercera Internacional (comunista, dirigida desde Moscú) y dice que la Nueva Venezuela, a cuyo alumbramiento doloroso asistimos, “… ha de ser de ellos o nuestra moldeada según la doctrina social católica”.
“SIC se lanza consciente a una lucha decisiva”. Ello le obliga a ser conciencia crítica en el país y en primer lugar en la propia Iglesia, para lo cual tiene que leer la realidad nacional con ojos críticos de la DSI y dar a conocer las encíclicas sociales que desde la Rerum Novarum (1891) quieren ser levadura transformadora de la sociedad. SIC fue destacada promotora de círculos de estudios, difusora de las encíclicas entre estudiantes y trabajadores e inspiró movimientos que terminaron en expresiones políticas social-cristianas. La revista está en la palestra durante 85 años metida de lleno en los grandes debates nacionales y eclesiales.
¿Democracia con exclusividad educativa estatal?
En 1945 se produce un corte tajante de la transición desde la dictadura gomecista hacia la democracia naciente. Irrumpe el “Trienio Adeco” (1945-48), conducido por la Junta de Gobierno cívico-militar presidida por Rómulo Betancourt y luego por Rómulo Gallegos, presidente electo con voto universal por muy amplia mayoría. Gallegos será derrocado antes de que su gobierno cumpla un año.
Acción Democrática (AD) se ganó el reconocimiento como el Partido del Pueblo porque con su orientación socialdemócrata abrió la puerta a la democracia y movilizó al pueblo. Se diferenciaba del comunismo soviético, aunque estuvieran emparentados en sus orígenes. Para la Iglesia y para SIC la educación fue el tema de dura confrontación en el Trienio Adeco. Lógicamente la Venezuela democrática que nacía de la mano de AD requería sembrar el país de escuelas públicas y gratuitas, pues no hay democracia sin educación, pero la ambición hegemónica llevaba a buscar la exclusividad educativa y un sector muy significativo de AD quiso imponer el monopolio del “Estado docente”, con exclusiva en la formación de docentes y consiguiente sectarismo partidista. La Iglesia defendía la obligación y el derecho de las familias en la educación de sus hijos y el papel educativo de la Iglesia y sus colegios. El decreto 321 (1946), que discriminaba en los exámenes a los alumnos de los colegios privados provocó fuertes debates y manifestaciones, hasta que la inteligencia política de Rómulo Betancourt aceptó la renuncia del ministro de Educación y el decreto fue sustituido. Luego, en la Asamblea Constituyente la educación y la religión volverán al centro del debate. La revista SIC no solo recoge esos debates nacionales, sino que es parte militante de ellos. Crece la tensión política provocada por el sectarismo de AD y lamentablemente Rómulo Gallegos es derrocado por el golpe militar del 24 de noviembre de 1948, hecho que fue celebrado por una buena parte de la población y por partidos opositores como URD y Copei. El editorial de SIC expresó este alivio diciendo que “… la noche blanca ha pasado”, celebrando el fin de la amenaza adeca y sin prevenir la dictadura que venía. La paradoja está en que el P. Pedro Pablo Barnola, autor de ese editorial, celebrando la salida del sectarismo adeco y ahora rector de la Universidad Católica Andrés Bello (UCAB), en 1957 fue apresado por la dictadura perezjimenista por criticarla y apoyar las protestas universitarias en la universidad católica…
Exilio y pacto democrático
La dictadura, la cárcel y la clandestinidad enseñan con sangre. Uno de los hechos más meritorios y trascendentes del siglo XX venezolano es el encuentro, en 1957, de los dirigentes enfrentados en 1948: Jóvito Villalba, Rómulo Betancourt y Rafael Caldera, superando resentimientos y enfrentamientos pasados celebraron en New York un desayuno-encuentro demostrando su talla política y su visión trascendental, poniendo por encima de todo el rescate de la democracia social. Al mismo tiempo en la clandestinidad interna, representantes de los tres partidos y del partido comunista se encontraban y colaboraban en la Junta Patriótica.
Todo ello llevó al Pacto de Punto Fijo (octubre 1958), acuerdo de unidad acompañado de programa y compromiso de apoyo al ganador de las elecciones.
Un hecho importante y en cierto modo novedoso es que la Iglesia, y junto a ella la revista SIC, apoya este cambio de enfrentados a unidos, acuerdo indispensable que produjo cuarenta años de democracia, cuya primera parte fue de logros históricos muy importantes. Apoyo muy significativo de la revista SIC a la democracia cuando había en el país muchos católicos que seguían pensando (erradamente) que AD y sus líderes eran comunistas disfrazados. En este tema la revista hizo una labor muy importante de apertura y de conciencia crítica.
¿Es comunista el Centro Gumilla?
En la década de los 70 algunos se hicieron esa pregunta acerca del equipo jesuita que dirigía la revista SIC y otras iniciativas sociales. Algunos de peso respondieron afirmativamente y presionaron por su cierre a las autoridades civiles y eclesiásticas.
La clave de esta percepción novedosa está en el Concilio Vaticano II (1962-65) y en la Asamblea del Episcopado Latinoamericano (1968) que con audacia de espíritu dio orientaciones y se dejó interpelar para actuar con frescura de Evangelio y esperanza del pueblo creyente latinoamericano condenado a la pobreza. Unos meses antes, en Río de Janeiro (1968), los superiores provinciales jesuitas latinoamericanos con el P. General Arrupe, elaboraron la “Carta de Río”, documento inspirador y muy exigente para los jesuitas. Nada de eso era posible en la Iglesia venezolana y en la revista SIC sin un cambio muy profundo.
La Compañía de Jesús tomó en serio esta llamada y espíritu de renovación; pero era imposible que los cambios exigidos se dieran sin tensiones ni conflictos entre los jesuitas y en sus obras apostólicas. Esta es la tarea de conversión que la revista SIC no evadió. No se trata de un cambio ideológico sino de poner el epicentro de la Iglesia donde lo pone Jesús, en los pobres. Desde ahí, desde los inmensos y crecientes problemas sociales de América Latina se ve con luz renovada y penetrante la labor de la Iglesia y su necesaria conversión. SIC en esta década fue conciencia crítica conflictiva y pagó un precio comprensible e inevitable cargando el sambenito de “curas comunistas”. Este camino lo recorrimos con aciertos y errores, pero como un deber de conciencia que nos llamaba a salir de nuestra comodidad y a perder a veces a nuestros amigos.
La verdad comprobable es que ningún jesuita del Centro Gumilla fue comunista y nunca escribieron un solo artículo de defensa del totalitario régimen soviético y de la dictadura castrista a él sometida. Con el Concilio y con Medellín buscamos que los pobres y creyentes de América Latina no siguieran excluidos de la democracia social, ni del Reino de Dios.
Hoy, ante el desastre nacional que vivimos, es lamentable que los liderazgos de Venezuela entre 1970 y 1990 no tuvieran la visión crítica, la audacia y la creatividad de convertir la bonanza nacional y la democracia de esos años en una fuerza audaz de cambio. Por el contrario, se dejó acumular el malestar social que terminó en esta lamentable catástrofe. Hoy, al encontrarnos con quienes nos tacharon de comunistas, podemos ver ese pasado en perspectiva y con más serenidad. Nos alegra haber contribuido a la conciencia crítica y renovación de la Iglesia en Venezuela y lamentamos no haber hecho más para la comprensión de los cambios necesarios que cultivamos en SIC y también en la UCAB, en los colegios jesuitas, en Fe y Alegría y demás presencias cristianas con el sello inseparable de Fe y Justicia.