En la juventud, las personas se percatan de que el mundo no funciona mediante mecanismos simples, estables y regulares, sino por una serie de factores interdependientes en los que las libertades humanas juegan un papel determinante. Y el razonamiento consiguiente de que esa libertad transformadora del entorno “puede ser la mía”, desencadena también la etapa de los ideales, del liderazgo, de la solidaridad y de la alteridad, así como de todos los vicios contrarios
Mercedes Malavé*
La vida social comienza en la adolescencia y no de manera serena o estable sino, más bien, como el despertar en medio de una tormenta o el movimiento que genera una cápsula efervescente. Aquella descoordinación afectiva del yo con su entorno, con sus circunstancias y frente a sus deberes marcan el inicio de esa primera etapa de relacionalidad consciente y personal.
Ahora bien ¿cómo será ese despertar de la conciencia o naturaleza social, en medio de unas sociedades exasperadas, como apunta Daniel Innerarity? La juventud de hoy despierta, naturalmente convulsionada como hemos dicho, en una sociedad, a su vez, agitada, convulsa, descontenta y descreída. Las causas de la molestia podemos indagarlas a partir de lo que el último gran filósofo italiano, como reseña El País, Gianni Vattimo, define como un estado cósmico-político frente al cuál las personas se sienten inermes, despojadas, alienadas, ante lo cual responden con una exacerbación de su estado de ánimo individual.
Quizás lo más característico de este estado cósmico-político sea “[…] el paradigma de dominio unilateral de los factores políticos, económicos y mediáticos, que configuran lo que los sociólogos denominan tecnosistema o tecnoestructura” (Alejandro Llano); una confluencia entre poder, factores económicos y medios de persuasión que acaba por absorber prácticamente todas las dinámicas humanas, desde las más públicas hasta las más íntimas.
El problema se presenta cuando esa súper estructura interactúa en función de alcanzar bienes para unos pocos; empleando a las mayorías como simple objeto de intercambio y manipulación. O cuando no logra interpretar una nueva sensibilidad frente a planteamientos o crisis existenciales que se expresan en la soledad, crisis de identidad o sensación de falsa libertad:
Por motivos más que suficientes en algunos casos y por otros menos razonables, se multiplican los movimientos de rechazo, rabia o miedo. Las sociedades civiles irrumpen en la escena contra lo que perciben como un establishment político estancado, ajeno al interés general e impotente a la hora de enfrentarse a los principales problemas que agobian a la gente. (Innerarity)
Volviendo al tema que nos atañe, la juventud experimenta la efervescencia de la relacionalidad en un clima que, lejos de dar respuesta serena e institucional a sus interrogantes, desequilibrios afectivos y rebeldías, más bien le muestra signos contradictorios que van desde la percepción de que todos las personas se portan como borregos frente a estímulos mediáticos programados, lo cual representa un signo evidente de ausencia de libertad –precisamente cuando están comenzando a experimentarla–, hasta la necesidad de enfrentarse al cosmo-sistema con el poco éxito que augura una intelectualidad inmadura seducida por la violencia.
Por su parte, quienes plantean la necesidad de volver a calmar las aguas y concentrar esfuerzos en el equilibrio y en la huida de los extremos, aquellos que exponen claramente los límites de la política que no alcanza, no puede resolver los problemas existenciales de las personas, sino a lo más garantizar un cierto equilibrio entre satisfacción e insatisfacciones humanas, lucen como seres resignados, aburridos, con un discurso que, en el mejor de los casos, resulta insípido y que, por lo general, pasa desapercibido pues es deliberadamente ignorado por el entramado cósmico-político al que hacíamos referencia:
En esta sociedad irascible, gran parte del trabajo de los medios consiste precisamente en poner en escena los ataques de ira, mientras que las redes sociales se encienden una y otra vez dando lugar a verdaderas burbujas emocionales. En esta mezcla de información, entretenimiento y espectáculo que caracteriza a nuestro espacio público, se privilegian los temperamentos sobre los discursos. Las virulencias son vistas como ejercicios de sinceridad y los discursos matizados como inauténticos; quienes son más ofensivos ganan la mayor atención en la esfera pública. (Innerarity)
Frente a este panorama de cosas los retos saltan a la vista: ¿Pueden los jóvenes dar estabilidad y norte a sociedades exasperadas e irritadas? ¿Cómo enfrentar, desde la inmadurez propia de la juventud, la indignación irreflexiva que abunda en su entorno, para pasar al razonamiento ponderado de las soluciones? ¿Cómo lograr que, en medio de un clima cosmo-político ajeno a las libertades humanas, los jóvenes eviten la reacción inflamatoria del propio yo o de la propia individualidad, y salgan al encuentro del otro otorgándole el reconocimiento de persona humana del que carecemos recurrentemente?
Diálogo
Las sociedades exasperadas no dialogan porque sus movimientos sociales se reducen a movilizaciones, agitación, consignas y denuncia. A su vez, quienes ejercen el poder simulan de manera demagógica un diálogo publicitado para luego volver a sus prácticas habituales: “Tenemos una sociedad irritada y un sistema político agitado, cuya interacción apenas produce nada nuevo, como tendríamos derecho a esperar dada la naturaleza de los problemas con los que tenemos que enfrentarnos” (Inneratity).
En su carta encíclica Fratelli Tutti, el papa Francisco señala la importancia de adquirir el hábito del diálogo:
Acercarse, expresarse, escucharse, mirarse, conocerse, tratar de comprenderse, buscar puntos de contacto, todo eso se resume en el verbo ‘dialogar’. Para encontrarnos y ayudarnos mutuamente necesitamos dialogar. No hace falta decir para qué sirve el diálogo. Me basta pensar qué sería el mundo sin ese diálogo paciente de tantas personas generosas que han mantenido unidas a familias y a comunidades. El diálogo persistente y corajudo no es noticia como los desencuentros y los conflictos, pero ayuda discretamente al mundo a vivir mejor, mucho más de lo que podamos darnos cuenta (N.198).
Invitar a los jóvenes a la escucha paciente del otro, a la prudencia, al silencio abierto a los demás, constituye uno de esos nuevos desafíos de nuestro tiempo que los jóvenes pueden aprovechar para cambiar el curso de las sociedades irritadas. Evitar alzar la voz, elevar banderas o reaccionar precipitadamente, antes de escuchar todas las voces, a todas las partes. Volver a la fórmula ver-juzgar-actuar recomendada por la doctrina social de la iglesia a quienes tienen el deseo y el propósito de trabajar por el bien común.
Bien podríamos calificar la actitud dialogante como uno de los pilares de la nueva sensibilidad que Alejandro Llano define como Humanismo cívico: “Al cambio de mentalidad que este paso supone lo denominé en su momento ‘nueva sensibilidad’ y, en los aspectos sociales que ahora nos ocupan, lo denomino ‘humanismo cívico’”. Ciertamente, el arte de la escucha, sobre todo cuando se ejerce por jóvenes que, aun teniendo toda la energía para reaccionar y acometer, por el contrario, reflejan una actitud abierta y paciente, constituye un gesto muy poderoso que podría calmar el curso de las sociedades exasperadas. Alejandro Llano lo sintetiza de forma magistral:
Aprender el oficio de la ciudadanía. Lo primero que habría que decir de la formación ciudadana es que no consiste en una información teórica que hubiera que impartir en unas clases determinadas del curriculum escolar. Se trata de aprender el oficio de la ciudadanía. Porque, efectivamente, la ciudadanía es una especie de saber artesanal, hecho de capacidades de diálogo, de mutua comprensión, de interés por los asuntos públicos y de prudencia a la hora de tomar decisiones.
Palabra y acción
Dice el papa Francisco:
Nadie puede pelear la vida aisladamente. Se necesita una comunidad que nos sostenga, que nos ayude y en la que nos ayudemos unos a otros a mirar hacia delante. ¡Qué importante es soñar juntos! Solos se corre el riesgo de tener espejismos, en los que ves lo que no hay; los sueños se construyen juntos. Soñemos como una única humanidad, como caminantes de la misma carne humana, como hijos de esta misma tierra que nos cobija a todos, cada uno con la riqueza de su fe o de sus convicciones, cada uno con su propia voz, todos hermanos. (Fratelli Tutti, N. 8)
La actitud de escucha debe ir acompañada de la palabra alentadora promotora de encuentros y no de confrontaciones. Palabras que nos remiten al complicado asunto del lenguaje, continuamente acechado por ideologías que modifican el sentido de las palabras, pues han encontrado en la semántica una importante arma de manipulación de una juventud que está descubriendo el significado de las palabras y su fuerza relacional.
Además, el lenguaje es vehículo del pensamiento. Sin lenguaje no hay reflexión posible y, por el contrario, cultivar el lenguaje, las letras, las humanidades constituye una fuente preciosa de inspiración y relaciones constructivas. Inneratity plantea el desafío del lenguaje en nuestras sociedades exasperadas de forma magistral:
Reconducir el desorden de las emociones hacia la prueba de los argumentos. Nos lo jugamos todo en nuestra capacidad de traducir el lenguaje de la exasperación en política, es decir, convertir esa amalgama plural de irritaciones en proyectos y transformaciones reales, dar cauce y coherencia a esas expresiones de rabia y configurar un espacio público de calidad donde todo ello se discuta, pondere y sintetice.
A su vez, Alejandro Llano expone el camino al que conduce la falta de diálogo y el desprecio del lenguaje:
El olvido de las Humanidades conduce a la incomunicación, la incomunicación lleva al aislamiento, y el aislamiento –como advirtió Hannah Arendt– es pretotalitarismo. Las Humanidades facilitan que se logren cuatro metas educativas de la mayor trascendencia: 1) La comprensión crítica de la sociedad actual; 2) La revitalización de los grandes tesoros culturales de la humanidad; 3) El planteamiento profundo de las cuestiones fundamentales que afectan a la vida de las mujeres y de los hombres; 4) El incremento de la creatividad y la capacidad de innovación. Y estas finalidades poseen hoy la mayor actualidad.
De ahí que la palabra proferida esté estrechamente relacionada con la práctica de las virtudes humanas:
[…] la fortaleza, la prudencia, la sabiduría, la templanza, el arte y la justicia. Las virtudes son excelencias del carácter que no se pueden desarrollar a través de una enseñanza meramente teórica. En realidad, como decían los filósofos griegos, las virtudes no se pueden enseñar: sólo se pueden aprender. Lo cual equivale a decir que el protagonista de la educación no es el padre, la madre, la profesora o el profesor: el gran protagonista y autoresponsable de su educación es el propio educando, es decir, el hijo o el alumno. (A. Llano).
Conscientes de la complejidad que supone arribar a la juventud en tiempos convulsos, no habrá remedio, ni viraje, ni soluciones estables sin ese despertar consciente, racional y libre de los eternos protagonistas del presente, jóvenes de hoy y de siempre, a la misión con rasgos épicos y de aventura, que supone promover la cultura del diálogo y del encuentro, en nuestra nación y más allá de nuestras fronteras.
*Doctora en Comunicación Social Institucional por la Universidad Pontificia de la Santa Cruz en Roma. Profesora Universidad Monteávila. Dirigente político.
Fuentes consultadas:
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Papa Francisco, carta encíclica Fratelli tutti. 2020.
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Innerarity, Daniel, “Sociedades exasperadas”, El País, 12-06-2016.
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Llano, Alejandro, “Claves para educar a la generación del yo”, Nuestro Tiempo, I-2001.