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Las tentaciones de Jesús iluminan nuestra condición humana. Primer domingo de Cuaresma. Ciclo C. 

sábado05_Ivan Kramskoi (1872)

Por Alfredo Infante s.j.

Después de ser bautizado por Juan Bautista, el Espíritu Santo condujo a Jesús al desierto durante 40 días y 40 noches, donde fue tentado por el diablo.

En las sagradas escrituras el número 40 significa totalidad, es decir, la escena de las tentaciones en el desierto indica que no estamos ante una experiencia puntual, sino que Jesús fue tentado a lo largo de toda su vida, hasta la muerte en la cruz.

También, es importante considerar que la palabra “diablo”, con la que denomina Lucas al tentador, etimológicamente quiere decir el que divide, desvincula y fragmenta, con el objetivo de dominar, controlar y subyugar para sus deshonestos fines; y el desierto representa un lugar de prueba, de tentación, pero al mismo tiempo, también de despojamiento, de purificación, de acrisolamiento, de adentrarse a las profundidades de uno mismo y a las fronteras del mundo con sus dinámicas y desafíos.

Podríamos decir, pues, que el Espíritu Santo, conduce a Jesús –y él libremente se deja conducir– a lo largo de la vida a las profundidades de su existencia humana y a las fronteras del mundo, donde es contrastado en lo más medular de su proyecto existencial de fe.

En el desierto, el proyecto filial y fraternal de Jesús se ve crudamente confrontado por el enemigo, el tentador, quien va a buscar por todos los medios –utilizando todas las estratagemas– desvincular a Jesús de su fuente, que es la relación con su Abba-Dios y su proyecto del reino: la fraternidad de los hijos e hijas de Dios.

Es por eso, que el divisor comienza su seducción diciendo “si eres hijo de Dios” y, en consecuencia, le propone una praxis absolutamente desligada del proyecto fraternal. El propósito del diablo es que Jesús se desligue de su misión de ser hermano de la humanidad y que viva sólo para sí, aceptando una praxis para nada fraternal y, por esta vía, minar también su condición de Hijo de Dios revelada en el bautismo en el Jordán, donde la voz del Padre reconoce a Jesús: “Este es mi Hijo amado, mi predilecto”.

Pero Jesús, aunque es tentado por el enemigo, no se deja seducir por sus propuestas, y, zarandeado por el Espíritu y afianzado en la Palabra de Dios, afronta la prueba desde su relación fontanal con su Abba-Dios y sale liberado y fortalecido de esta batalla, revelando su identidad y misión de Hijo de Dios y hermano de la humanidad.

Las tres tentaciones que reseña el evangelio de Lucas son emblemáticas y tocan dimensiones neurálgicas de la condición humana.

La primera se asienta en la paradoja antropológica de que el ser humano es un ser de necesidad y, al mismo tiempo, llamado a la libertad.

Jesús, cómo ser humano, siente hambre por lo que necesita saciar esta necesidad básica y consumir pan. En el reino de la necesidad y la sobrevivencia, tan propiamente humano, aparece la oferta del tentador, nada descabellada, de buscar por todos los medios de satisfacer la necesidad. Pero Jesús cae en cuenta de que “convertir las piedras en pan” sería poner las necesidades individuales y el consumo por encima de la vocación a la libertad y a la alteridad que se concreta en hacerse prójimo.

La propuesta del enemigo, aunque apetecible, es intrascendente porque pone a gravitar a la persona sobre sus propias necesidades desvinculándose de cualquier alteridad solidaria y de su vocación siempre trascendental a la libertad.

Los regímenes autocráticos como el venezolano, despojan a las personas de las más elementales condiciones de vida para atraparlas en el reino de la necesidad y reducir o aniquilar su vocación a la libertad, pero también, en las sociedades del confort y la abundancia, el mercado crea falsas necesidades para que la persona gravite sobre el consumo y, así, quede atrapada en el reino de las necesidades superfluas y ser esclava del consumo compulsivo e insolidario ofertado por el mercado.

En ambos modelos, el ser humano es tentado a no ser libre y a vivir en el reino de la necesidad, en uno esclavo de su precariedad y en el otro esclavo del consumo narcisista. En ambos contextos la respuesta de Jesús es liberadora: “no solo de pan vive el hombre”.

La segunda tentación es la del “poder y la gloria”. En tiempos de Jesús el pueblo de Israel esperaba a un mesías justo y poderoso que iba a liberar a Israel de la humillación a la que había sido sometida por el Imperio romano y reestablecería la nación haciendo justicia. Pero la misión fraternal de Jesús, su proyecto de hermano universal, pasa por el servicio, la corresponsabilidad, el caminar juntos construyendo desde abajo, a largo plazo, despertando la consciencia y la fe: “tu fe te ha salvado”(Lc 7,50).

Las expectativas mesiánicas “del poder y la gloria”, en múltiples circunstancias y personas, se hicieron presente en la vida de Jesús, y uno de los tentadores más emblemáticos en este punto para Jesús fue el mismo Pedro. Recordemos la escena (Mateo 16,23) donde Jesús reprende a Pedro y le dice “detrás de mí, Satanás”, justo porque Pedro no entiende que el modo de Jesús no es desde el poder en la lógica de este mundo, sino desde el servicio y la construcción desde abajo.

Jesús está convencido de que la lógica del poder y la dominación trae consigo las guerras fratricidas y la destrucción entre los pueblos; por eso, ante la tentación del poder cómo dominación, responde con la dignidad del Hijo de Dios y hermano de la humanidad: “sólo te postrarás ante Dios y a él sólo rendirás culto”.

Hoy vemos cómo la invasión de Rusia a Ucrania, en la lógica del poder cómo dominación, nos tiene al borde de una guerra global de consecuencias catastróficas e impredecibles para toda la creación, y, en ella, para toda la humanidad.

De igual manera, cómo en los últimos años, nuestra Venezuela ha sido destruida por la lógica de un poder arbitrario y compulsivo en su dinámica de dominación y, al mismo tiempo, quienes políticamente se oponen al estatus quo, han pretendido infructuosamente cambiar el sistema con la misma lógica, desde arriba, desde el paradigma poder-dominación, desvinculados de las necesidades del cuerpo social.

Y, por último, la tercera tentación tiene que ver con una religión desligada de la vida y de la historia centrada en el templo, el culto vacío, y el espectáculo, “lo llevó a Jerusalén y lo puso en el alero del templo”, modelo religioso que, en definitiva, termina sacralizando la lógica del mundo, tomándose el nombre de Dios en vano.

Recordemos en esta dirección los insultos al crucificado: “si eres Hijo de Dios baja de la cruz”. Pero en esta tercera tentación, Jesús, desde su libertad liberada de Hijo y hermano, resiste dignamente diciendo “no tentarás al Señor tu Dios”.

La batalla de Jesús con el diablo, el divisor, a lo largo de toda la vida, concluye con el triunfo de Jesús, revelando su dignidad de Hijo de Dios y hermano de la humanidad.

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