Piero Trepiccione
Más allá de cualquier signo ideológico o modelo económico, las cuentas de un país deben obedecer a unos principios básicos para su sabia gerencia. La macroeconomía debe ser una extensión del manejo que las familias hagan de sus presupuestos o microeconomía. No se debe gastar más de lo que recibes en ingresos y si se llegase a requerir un financiamiento en un momento determinado debes tener claridad y respaldo para poder pagarlo. Las cuentas siempre deben obedecer a una lógica de justicia y honestidad para que sirvan de soporte a mejores estadios de calidad de vida tanto a la familia como al país en general.
Si esto no es así, se presentan las dificultades que tendrán incidencia o bien en todos los miembros de una familia o bien según sea el caso, en todos los habitantes de un país. Deterioro del signo monetario, inflación, desabastecimiento, improductividad, desorden en las cuentas, agobio fiscal, entre otros, son síntomas a los que hay que prestar la debida atención porque se pueden convertir en catástrofes anunciadas.
La mayor de las catástrofes que pueden ocurrir tiene que ver con la disminución permanente del poder adquisitivo real de la gente. Esto ocasiona grandes tragedias familiares y personales ya que se hace muy difícil equilibrar las cuentas de cada quien y las del propio estado. Esto da lugar a un esquema de reproducción de la pobreza que abarca grandes capas de la población y en consecuencia, el deterioro social se hace presente con mucha fuerza debilitando la convivencia y el manejo de la institucionalidad.
En ese momento hace eclosión la crisis. Ya el iceberg se deja ver en su justa dimensión, no sólo en su punta. Y lamentablemente, ha sido tradición en la historia de la humanidad que los más débiles siempre paguen las culpas del manejo improvisado de las finanzas públicas.
Por eso es crucial estar atento a las señales de la economía. Por eso es clave que la ciudadanía haga contraloría social sobre el manejo financiero del estado. Muchas crisis se hubiesen podido evitar de esta manera; y más atentos aún debemos estar en un país que vive cada cierto tiempo altas dosis de “anestesia rentística” que producen un aletargamiento en las condiciones objetivas que favorecen la productividad del país.
Bajo los efectos de esa “anestesia rentística” las decisiones económicas se tornan irracionales y a contravía de lo que debería ser el interés nacional. Y generaciones enteras deben pagar las graves consecuencias que se causan al país y a las familias. Creo que es hora que aprendamos definitivamente las lecciones de la historia en materia económica y demos un giro por el bien de nuestros hijos y los millones de hijos del futuro. No es bueno seguir repitiendo la “mala historia”.