Isaac Nahón Serfaty
Las recientes elecciones en la provincia canadiense de Quebec tienen algunas enseñanzas para los venezolanos. Los dos países son muy distintos y las respectivas situaciones políticas, sociales y económicas son muy diferentes, pero la tremenda derrota que sufrió el gobierno provincial que estaba en el poder nos puede dar pistas para salir de la tragedia venezolana. Veamos porqué.
El gobierno del Partido Québécois, partido que promueve la independencia de la provincia francófona del resto de Canadá, fue derrotado en las urnas apenas dos años después de haber asumido el poder. La Primer Ministro quebequense, Pauline Marois, había estado gobernando como “gobierno minoritario”, lo que en la jerga parlamentaria de tradición británica quiere decir que gobernaba sin tener la mayoría de diputados en el parlamento provincial. Después de dos años como “gobierno minoritario” ella decidió disolver el parlamento y convocar a unas elecciones, creyendo que las ganaría y consolidaría una mayoría para hacer avanzar su proyecto independentista. Se equivocó de cabo a rabo.
Los electores de la provincia no solamente le dieron un mandatado mayoritario al Partido Liberal (que estaba en la oposición) sino que redujeron el peso relativo del Partido Quebequense en el parlamento provincial. Lo que más sorprende de este resultado, es que el Partido Liberal había salido del gobierno dos años atrás envuelto en escándalos de corrupción. De hecho, una comisión especial está investigando las supuestas relaciones de políticos del Partido Liberal con miembros de la mafia italo-canadiense en Montreal. La llamada Comisión Charboneau se ha convertido en un espectáculo televisivo, pues sus sesiones se transmiten en la televisión, donde se han visto confesiones de todo tipo sobre los manejos oscuros para otorgar contratos y cobrar favores.
Sin embargo, eso no impidió que una mayoría importante de electores quebequenses le diera un voto de confianza al Partido Liberal para que formara un gobierno mayoritario. ¿Cómo se explica esto? ¿A los quebequenses no les importa la corrupción? ¿Cambian de opinión tan fácilmente y olvidaron que hace dos años había sacado del gobierno a esos liberales? ¿Qué pasó? Las respuestas a esas preguntas nos pueden enseñar algunas cosas a los venezolanos.
Primero, el Partido Québécois es un partido que conserva un programa altamente ideologizado que se sustenta en la lucha, por medios democráticos, para obtener la independencia de la Provincia de Quebec del resto de Canadá. Aunque en esta oportunidad el tema de la independencia no fue el centro de la agenda electoral, sin duda afectó la percepción de los electores quienes ven en el proyecto de soberanía una posible inestabilidad política y económica a la que no están dispuestos a apostar.
Segundo, la gran promesa electoral del Partido Québécois fue la adopción de un Estatuto de los Valores que, inspirado de una ley similar aprobada en Francia, propone la laicidad como principio rector que regula el porte de signos e indumentarias abiertamente religiosas en los funcionarios del Estado provincial. Aunque el Estatuto con carácter de ley tenía como objetivo establecer la neutralidad religiosa del estado, provocó un debate en una sociedad que se nutre de la inmigración de personas de diversos orígenes y religiosos. La propuesta de los independistas fue rechazada por una gran parte del electorado quebequense que no entendió el sentido de una medida como ésta en una sociedad diversa y, en general, bastante tolerante. La percepción que prevaleció es que el Estatuto sería una fuente de conflicto.
Tercero, el Partido Québécois subestimó el peso de la economía en las prioridades de los electores. Aunque Canadá ha tenido un desempeño económico bastante bueno, entre otras cosas gracias al aumento de los precios del petróleo, la Provincia de Quebec tiene indicadores que no son tan positivos, especialmente una tasa de desempleo un poco más alta que el resto del país. Haber puesto la economía en segundo lugar le costó la reelección al Partido Québécois.
De esta experiencia electoral quebequense, con las grandes diferencias del caso, podemos concluir que una agenda altamente ideologizada, que ignora las necesidades de la gente y los cambios generacionales y demográficos de la sociedad, termina siendo rechazada por los electores. Claro que eso ocurre en un país donde funcionan las instituciones, existe la división de poderes, y los políticos mantienen, en general, un discurso civilizado, aunque a veces se pueda calentar producto del normal debate democrático. Una lección que deberíamos aprender los venezolanos, aunque venga de la fría provincia de Quebec.
* Periodista venezolano y profesor en la Universidad de Ottawa (Canadá)