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“Las invasiones bárbaras”

Marcelino Bisbal
El Nacional

Si en 1999 nos hubiesen proyectado la película que hemos visto, que seguimos viendo los venezolanos a lo largo de todos estos años, hubiésemos dicho tajantemente que no podía ser, que todo había sido y es pura ficción y de la mala. Pero resulta que no es ficción, se trata de un drama que poco a poco se ha ido convirtiendo en barbarie. De ahí, el título que le podríamos dar a esta realidad es el de “las invasiones bárbaras”. Título que nada tiene que ver con la cinta del canadiense Denys Arcand cuando nos presentó la estupenda historia que muestra una experiencia vital fronteriza encarnada en el último respiro de vida de su protagonista Rémy.

A la Venezuela del presente “las invasiones bárbaras” nos están diciendo que estamos en presencia de lo que el prócer argentino Domingo Faustino Sarmiento definió como la antinomia civilización frente a la barbarie. Quizás, más cerca en el tiempo, el diálogo entre T. W. Adorno y Max Horkheimer cuando de una forma desesperada le decía Adorno a Horkheimer:

“Hay que salvar la Ilustración de la barbarie imperante por doquier. Nuestro tema es determinar la salvación de la Ilustración, la relación positiva entre lo absoluto y el pensamiento”.

Después de los hechos de la Segunda Guerra Mundial, de sus estragos, de los campos de concentración y de exterminio, del Holocausto, de Auschwitz y, en definitiva, del horror humano, la barbarie debe ser dejada de lado para que no se repitan esos hechos y aparezca la civilización como resultado de la Ilustración. En suma, para que no caigamos más nunca en lo que el poeta Rafael Cadenas llamó “los extravíos colectivos”.

Esos extravíos, producto de la barbarie, es lo que estamos viendo en estos tiempos. La escena que todos vimos una noche, además en una cadena nacional de las tantas que hemos tenido a lo largo ya de casi quince años, fue toda una sorpresa escalofriante. El presidente Maduro vociferó: “…Que no quede nada en los anaqueles”. Y ¿el ciudadano? se lanzó a las calles, de manera tumultuosa, sin freno y además con el debido permiso. Nuevamente el presidente en la pantalla del televisor diciendo: “Ha sido una sacudida económica necesaria”. ¿Qué interpretación le podemos dar a esas dos proclamas desde el poder? La primera que se nos ocurre presentar, no es ni más ni menos que “la desvergüenza del poder contra el derecho”. La segunda tiene que ver con la propia expresión del lenguaje usado en boca de un primer mandatario. Me viene a la memoria aquella idea del analfabetismo funcional que Wittgenstein –filósofo, matemático, lingüista y lógico austríaco– intentara explicar y definir con la siguiente cita: “Los límites de mi lenguaje son los límites de mi mundo”. Sumando ambas ideas la mezcla resulta explosiva, con toda seguridad deleznable. Es la presencia de la barbarie en contra de la civilidad. Es decir, en nuestra comarca y fuera de ella sería la razón y el sentido común que nos hace libres, que nos emancipa, frente al “colectivismo tribal” que se dibuja en la avalancha de actos que hemos visto en estos meses, en estos días, expresados por la incompetencia y la ineptitud del sistema que se nos quiere imponer muy poco a poco, pero con gran efectismo y efectividad.

La pregunta: ¿dónde y cómo quedamos los ciudadanos en todo este drama? No salimos bien parados. De alguna manera hemos sido arrastrados por esa violencia verbal del poder que nos quiere aniquilar la memoria de lo que fuimos. Porque nosotros no éramos así y ahora resultamos unos extraños, unos desconocidos frente al espejo del tiempo. Releyendo al periodista polaco Ryszard Kapuściński en El Imperio (1994) me refiere una cita del escritor Vladimir Soloújin que decía: “Todo esto se hizo en nombre de crear un paraíso en la tierra. ¡Paraíso! ¡Ja, ja! Y hoy andamos sin pantalones”. Y más adelante cita a otro escritor que con tono de crítica mezclada con desesperación expresa: “Hemos perdido la razón, hemos perdido la conciencia, hemos perdido el honor. Cuando veo en derredor, no veo más que barbarie”.

¿Exageramos? Es posible. Pero bien vale la exageración para darnos cuenta de que por este camino emprendido no vamos más allá del puro desorden. Y este des-orden es la expresión de la barbarie frente a la civilización.

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