Ricardo Del Bufalo
Guayoyo en letras
En los países de los hemisferios norte y sur existen cuatro estaciones, cuatro temporales que cambian con sorprendente rigurosidad cada tres meses. Se llaman primavera, verano, otoño e invierno.
En el trópico no conocemos las cuatro estaciones, lo cual afecta enormemente nuestro sentido del tiempo. Les pongo un ejemplo, hace unas semanas nevó en la Sierra Nevada de Mérida, cosa que nos dejó desconcertados, puesto que no solo ocurrió en simultáneo con una sequía que nos ha obligado a racionar agua, sino que estamos en pleno verano y uno siempre ha sabido que la nieve cae en invierno.
Esta temporalidad extraña ha obligado a los venezolanos a ingeniarse otra manera de medir el tiempo. Nosotros utilizamos los mismos calendarios de Occidente, sí, pero en el fondo no organizamos nuestra vida con base en los 365 días del año.
En Venezuela también existen cuatro estaciones, pero son un poco distintas a las de otros países. Aquí las cuatro estaciones son: campaña, elecciones, protesta y depresión. Para dejarlas en claro, procederé a describirlas brevemente.
Campaña es un tiempo de alegría, de renovación, de mirar al futuro; como la primavera. En primavera florecen las flores, en campaña florecen las promesas. Los encuestadores pronostican buen tiempo:
—¿Quién crees que va a ganar? —se pregunta en la calle la gente.
—Capriles —responde quien mira al futuro—, te apuesto que Capriles gana. Si no gana, me voy del país.
Después de la campaña, termina la primavera y llegan las elecciones. El día de las elecciones es nuestro solsticio de verano: el día más largo del año. Comienza a las 3:00 de la mañana con el toque de diana y culmina en la madrugada del día siguiente con el anuncio de Tibisay. El día de elecciones es solsticio de baranda.
Ambos bandos se adjudican la victoria, todos se muestran contentos, la gente mide las altas temperaturas con el carómetro, hasta que llega la hora. Cuando dan el anuncio, decimos:
—Perdimos… ¡Se robaron las elecciones!
Ese día empieza nuestro verano, porque la calle se calienta. Se calienta tanto que el gobierno saca unas ballenas para refrescar a la gente. La gente protesta porque hubo fraude o porque las autoridades prometieron contar los votos y no cumplieron la promesa.
Luego de la protesta racional, basada en el abuso de poder y la falta de institucionalidad, viene la tercera estación: la protesta. Pero la protesta frustrada. Es nuestro otoño: un tiempo de incertidumbre, de claudicación. En esta etapa, la gente pierde la razón y actúa como si le hablara a las hojas de los árboles:
—De aquí no me voy hasta que caigan —dicen los manifestantes.
Así como en otoño se consiguen hojas tiradas en la calle, en nuestra estación de protesta se consiguen papeletas tiradas en la calle. Poco a poco, la gente se va preparando para lo peor, para esa gélida realidad: las protestas no van a llevar a nada.
Por lo tanto, siempre llega la cuarta y última estación: la depresión. Nuestro invierno. En invierno hay mal tiempo… pero el tiempo de Dios es perfecto. La gente se siente defraudada y se deprime luego del fracaso:
—Seis años más con esta gente, vale, no puede ser. En este país nadie quiere progresar. Me voy del país.
Y como las estaciones son un ciclo, nuestras estaciones son un círculo vicioso. Siempre hay alguien optimista en invierno que dice:
—No hay que cansarse, el que se cansa pierde. En diciembre hay elecciones, ¿quién crees que gane?
—Falcón, ese gana, es más, si gana Rosinés, me voy del país.