Carlos Murga*
REVISTA SIC 754
Jalexi Rangel vive en las Minas de Baruta, trabaja en el comité de salud y labora en la UNES, desde donde ha desarrollado una ardua labor con las comunidades de Catia. Su liderazgo comunitario la acredita para hablar del papel que juegan las mujeres en la realidad venezolana actual
Buscando acercarnos a la realidad de las mujeres que día a día trabajan incansablemente por sus comunidades, tuvimos el gusto de encontramos con Jalexi Rangel Cárdenas. Esta mujer batalladora, de 41 años de edad, vive en las Minas de Baruta, forma parte del Comité de Salud Despertar de las Minas y trabaja en la Universidad Nacional Experimental de la Seguridad, donde nos recibió amablemente para conversar sobre su experiencia.
—¿Cómo te vinculaste con el trabajo comunitario?
—Fue alrededor del año 2004. En ese momento se empiezan a dar respuestas a muchas necesidades que tenía el pueblo a través de las misiones. Yo me metí en Misión Robinson, Misión Ribas y finalmente en la Misión Sucre. Así fue como comencé a estudiar y a involucrarme en muchas cosas. Cuando me dieron esta oportunidad fue algo extraordinario, pues yo venía de una dedicación completa al hogar, cumpliendo al pie de la letra el rol de madre y de estar pendiente de mis hijas y mi marido. Empecé a salir y a encontrarme con mis vecinos y vecinas, involucrándome en distintas actividades.
Allí empezamos a promover el trabajo de organización y participación comunitaria. El objetivo era conformar y fortalecer los consejos comunales. Al final, un grupo de mujeres decidimos conformar el Comité de Salud y éramos como las promotoras del trabajo organizativo en la comunidad.
—Era un grupo entonces de puras mujeres. Sobre ese tema, ¿cómo ves la participación de las mujeres en relación con la de los hombres?
—Mira, la experiencia en mi comunidad y la que he visto en la mayoría de las comunidades donde también he trabajado es que las mujeres participamos muchísimo más. Yo pienso que eso se debe a que las mujeres podemos ser nosotras mismas en el espacio comunitario. Es como el espacio donde dejamos de ser la mamá, la que cuida, la que lava, la que atiende al marido. Lo comunitario hace que nosotras comencemos a explorar el potencial que tenemos allí dormido.
Siempre he dicho que cuando salimos a las comunidades somos otras. Siento que en la comunidad somos libres. Porque en la casa todo está predeterminado. Estás hecha para esto: tienes que cocinar, lavar, atender a los hijos, atender al marido. Ese es tu mundo. Es una cuestión que yo también he ido desnormalizando. Cada vez que voy a las comunidades me encargo de problematizar esto con las mujeres. ¿Qué otras cosas tenemos que aportar como mujeres? ¿Qué te hace sentir a ti feliz como mujer? ¿Qué sueños tenemos? La idea es que nos hagamos esas preguntas.
—¿Percibes lo comunitario como un espacio de liberación para la mujer?
—Es un espacio que nos hemos ganado con mucho esfuerzo. Allí, nosotras las mujeres que vivimos y trabajamos en los barrios, podemos alzar nuestra voz sin que nadie nos venga a callar. Yo lo veo como un espacio libre, un espacio liberado. Ha sido un espacio que se ha venido conquistando a partir de todos los procesos de participación que estamos viviendo actualmente en el país. Antes no se veía a las mujeres participando como lo hacemos ahora.
—Claro, han sido años de lucha para esto. Además de lo que menciona, ¿qué otros vínculos y motivaciones tienen las mujeres para trabajar por sus comunidades?
—Hay de todo. En mi experiencia me he dado cuenta de que no todas las mujeres lo ven como un espacio de liberación. Muchas participan para ayudar a que se puedan solventar necesidades. Yo creo que también la visión cultural de la mujer vinculada con lo maternal, el cuidar, el estar pendiente del otro, incide en que uno vea a tantas mujeres en esto. En cambio al hombre le asignan como otros roles. Ellos suelen vincularse con lo comunitario desde el poder, desde el que toma las decisiones y a veces suelen darse confrontaciones desde allí.
También ocurre que, como muchas mujeres se quedan en sus casas, suelen conocer mucho más a fondo las problemáticas que se viven en las comunidades. Saben cuando no hay agua, cuando fallan los servicios, la escuela. Esto incide y potencia mucho la participación de la mujer.
—Específicamente, ¿en qué ámbitos participan las mujeres?
—Yo veo que como mujeres participamos en todos los ámbitos de lo comunitario. Cada una de nosotras trabaja en el área donde se sienta más cómoda, sea por gusto o por capacidades. Estamos en los comités donde sentimos que tenemos mayor capacidad de trabajo. Participamos en todo: desde hacer los diagnósticos, motivar al resto de los vecinos, formular los proyectos, la gestión con las instituciones. También siento que ahora tenemos mayores herramientas, estamos más preparadas y esto hace que tengamos una participación mucho más efectiva.
—Es una labor ardua y compleja. ¿Cómo impacta esto en la vida cotidiana de la mujer?
—Mira, tienes razón. Es una dinámica donde está el llevar la familia, el hogar, el trabajo y la participación en las actividades comunitarias. Así se vive. Ante estas situaciones, yo he optado por involucrar a mi familia. Yo les cuento lo que hago y promuevo que se vinculen como puedan. Siempre desde el respeto. Por eso es fundamental la comunicación, darle a conocer al otro lo que tú estás haciendo para que comprenda en qué andas y se vayan haciendo parte de esto.
La comprensión de la pareja y la familia es vital. Yo creo que es fundamental el poder compaginar e integrar estas cosas y no verlas como opuestas. Es importante compartir y dialogar mucho. También, entender la situación del hombre. Ellos se formaron creyendo que la mujer tiene un rol fundamental en la casa y no ven con claridad la corresponsabilidad del trabajo por la comunidad. Entonces si uno entiende eso, puede ir generando los cambios en ellos progresivamente. No es de un momento para otro. No es que ahora seamos hombres y lleguemos a la casa gritando para supuestamente ganar un espacio. Allí repetimos lo mismo que nos han enseñado.
—¿Cómo se puede promover la participación del hombre en los asuntos comunitarios?
—Hay que buscar sus intereses, sus gustos, en qué andan, qué los motiva. Hay que meterse en el mundo de los hombres para poder destacar también todo el potencial que tienen. Eso también está oculto. Darles el reconocimiento y desde allí vincularlos para hacerlos parte de lo que estamos haciendo. Yo creo que desde ese compartir es que se involucrarán mucho más en los procesos organizativos a nivel comunitario.
—¿Qué ha significado para ti toda esta experiencia de trabajo comunitario?
—Mira por un lado es ver la riqueza de ese espacio de encuentro. Son momentos de libertad donde podemos ser y expresarnos, donde podemos hablar, compartir, hacer chistes, relajarnos. Es una esencia bonita y sencilla. Hay que quitar esa visión del trabajo comunitario como sufrimiento. Ya a nivel personal, para mí ha sido un cambio trascendental. Yo descubrí esta parte de mi vida a partir de esto. Por un lado, me di cuenta que tenía otras actitudes. No sabía que podía hablar en público. No sabía que me movían las situaciones de injusticia hasta el punto de alzar la voz. Por otro lado, es impresionante darte cuenta de la calidad de personas que uno se consigue. Gente que está en las condiciones más difíciles de pobreza y son seres humanos extraordinarios, solidarios, que nos terminan enseñando tantas cosas. Uno realmente se nutre y crece en estas labores.
*Coordinador del programa Fortalecimiento para las Comunidades Organizadas (FOCO), del Centro Gumilla.