Carlos Alberto Meléndez Pereira
En el pensamiento de los principales líderes del partido-gobierno en Venezuela la violencia y sus herramientas forman parte de los recursos que se utilizan para hacer política. El desiderátum que determina alguna de sus decisiones deviene del precepto maoista según la cual “el poder procede del cañón de un arma”. Los líderes civiles de mayor influencia: Maduro-Flores-Jaua-Rodríguez-El-Aissami se formaron (tanto en los movimientos universitarios a los que pertenecieron, como en los partidos que militaron) con la idea de que la violencia significa maneras de entender relaciones de poder. Los militares partícipes del golpe de Estado del 04 de febrero de 1992, adoptaron el mismo discurso, y a partir de 1999 luego de la victoria de Chávez, lo transversalizaron en la FANB, cuyos integrantes activos han desarrollado más del 50 % de su carrera en estas dos décadas de nuevo siglo.
En las significaciones de Maduro y su selecto equipo de gobierno existe una combinación conceptual entre poder y violencia. Para ellos, el poder es violento, necesita del sometimiento armado para alcanzar su conquista. En ese sentido, existe una violencia buena que es aquella que justifica su lucha. Y una mala, que es la que utilizan los opositores, tanto los que protestan cívica y pacíficamente (grupo mayoritario) como los que caen en el vandalismo, el mismo que ellos una vez utilizaron para enfrentarse a los gobiernos del siglo pasado. Con lo que ahora se distancian dándole la denominación de terrorismo-capitalismo-imperial. Mientras que la suya fue y es patriótica-nacional. Ahora, en sus mentes, más violento es quien lanza una piedra en su defensa que el que dispara un perdigón para contener la protesta. Su responsabilidad primaria con el país no es lograr la paz en la negociación de un conflicto, es proteger su poder; para lo que necesitan un enemigo, una guerra… necesita ser violento. El propósito ya no es el mismo de sus acciones opositoras, treinta años atrás, es la ruptura de la institucionalidad burguesa. La destrucción como transformación sigue siendo el medio de su fin, en el entendido que es el primero y no el segundo lo que define la verdadera naturaleza de la política.
Al respecto de la diferenciación entre poder y violencia, Hannah Arendt nos explica que “la extrema forma de poder es la de todos contra uno, y la extrema forma de violencia es la de uno contra todos” (p.75). El poder necesita del consentimiento del dominado, el poder reside en la voz de la gente, en su opinión, tanto para la estabilidad de monarquías como la de democracias. El poder, en la tesis de Arendt, va más allá de los límites del mando y la obediencia de un individuo frente a una sociedad. Es esta última, la que reconoce a un grupo de personas, al que a su vez le brinda la oportunidad de ejercer la autoridad; la cual no necesita de la coacción ni de la persuasión, sino del respeto. Es el apoyo del pueblo el que presta poder a las instituciones de un país y este apoyo no es nada más que la prolongación del asentimiento que, para empezar, determinó la existencia de las leyes (Arendt, 1970 p. 56). La violencia mientras tanto es autoridad por sumisión. Se mueve en la obediencia del fusil. Quien la ejerce institucionalmente es capaz de patear la ley para satisfacer necesidades puntuales, aspirando obediencia.
El decaimiento indetenible de la popularidad de Maduro ha conllevado a una mayor profundización militarista. Maduro se hace más violento que Chávez y los venezolanos sufrimos las secuelas de una espiral que tras de ser aprobada la ANC se va a intensificar. La violencia de Estado se articula con la delincuencial, la GNB tiene como colaboradores a delincuentes que han nacido y crecido en el mundo de vida delictivo. Los “colectivos armados” hoy se presentan como parte de un ejército al que se le paga con dinero, drogas y armamentos. Se les retribuye con oportunidad para delinquir y entender su accionar como parte de lo que el gobierno –su enemigo por naturaleza- acepta en defensa de su interés. Los roles se entrecruzan, por un lado, vemos a policías robando, y por el otro a colectivos armados ejecutando detenciones.
En los años de revolución madurista según los cálculos del Observatorio Venezolano de Violencia (OVV) las muertes violentas superan las 106.000 personas. Es decir, casi el 40 % del total de los asesinatos desde 1999 al 2016 han ocurrido en la administración del actual presidente. La política de seguridad más conocida para hacer frente a tal situación han sido los Operativos de Liberación del Pueblo (OLP) que se resume en la actuación represiva de cuerpos de seguridad, en plena violación del derecho al debido proceso, y sin nigún tipo de efectividad que garantice la disminución del enorme ascenso de la violencia delincuencial. Los testimonios de las maestras del Liceo Bolivariano Jesús Peraza en la comunidad La Sábila en Barquisimeto, con las que he tenido la oportunidad de conversar, son alamarmantes. Los niños luego de una noche de OLP llegan llorando a los salones de clases, con el miedo a flor de piel, sorprendidos y sin respuestas al porqué los policias los robaron, al porqué sus madres fueron golpeadas. También en el 2016 las letalidades de las intervenciones policiales llegaron al 85%, veinte puntos más en comparación con el 2015 (OVV, 2016).
¿Y ante esta situación cuál ha sido el accionar del gobierno? Su respuesta ha sido más violencia en el discurso, menospreciar los votos y hacer alarde de los fusiles, insistir en la lucha de clases para la significación del conflicto y más de un centenar de muertes en 130 días de protestas. El rencor, el odio y la venganza son emociones que se reproducen en las cadenas que a diario se proyectan por radio y televisión. Los presos políticos se multiplican. Las libertades en Venezuela se pierden, y el bienestar entendido desde la óptica de los DDHH cae en picada. A lo sumo, han materializado la idea del poder como violencia.
Por el contrario, a lo que hace el ejecutivo, cuando ejercemos el poder en sociedades democráticas es para garantizar la gobernanza, entendiendo como principio básico el respeto a la pluralidad. Cuando esta última es considerada como enemiga, se muestra el abismo hacia el canibalismo humano. El poder y la violencia son opuestos; donde uno domina absolutamente falta el otro. La violencia aparece donde el poder está en peligro, pero, confiada a su propio impulso, acaba por hacer desaparecer al poder. (Arendt, 1970 p.77) En estos momentos, el ideal de revolución que pregona el partido de gobierno terminó convirtiéndose en estado policial, tortura, hostigamiento y amedrentamiento.
Y ante esto ¿Cuál es la ruta de nuestra lucha?
Entonces, ¿qué certezas tenemos de nuestro desarrollo personal en una sociedad que se encuentra gobernada por un hombre que menosprecia la vía electoral y acude a la violencia en todo momento? Si la escasez, los robos, asesinatos, persecución, hambre e inflación son de las realidades con la que lidiamos en la cotidianidad. ¿Será que mi futuro y el de los mios debe ser en otra nación? La desesperanza sigue latente en el momento que el pensamiento catastrófico se transmite en el discurso que les da sentido a nuestras propias realidades. El 30-J se nos vendió como el día D, y las consecuecias de ello se hacen presentes desde el lunes post-fracaso, post-victoria. Las diferencias en la MUD las eleva y tanto ellos como quienes nos sentimos representados por su lucha, se nos olvida los errores del pasado, los cuales han dilatado la batalla en contra de la dictadura.
Sin embargo, y ante esta situación afirmo sin complejos y sin miedo de ser señalado, que los motivos para quedarse y luchar sobran. La paz y la inteligencia política deben ser la bandera de la oposición ciudadana. Los líderes de la MUD no deben detenerse, y apresurar sus decisiones. Los diputados de la A.N deben luchar hasta el final para no entregar su espacio. La Fiscal debe seguir aglutinando al chavismo disidente, que comienza a creer más en ella y en sus compañeros que en Diosdado, Padrino López, Delcy Rodríguez. La temporalidad del madurismo se hace más finita cuando la violencia se profundiza. “Reemplazar al poder por la violencia puede significar la victoria, pero el precio resulta muy elevado, porque no sólo lo pagan los vencidos; también lo pagan los vencedores en términos de su propio poder” (Arendt, 1970 p.44). El porcentaje de apoyo con el que cuenta Maduro es mínimo. Le quedan los votos con los que siempre contará un presidente en Venezuela por muy malo que sea, simplemente por el hecho de existir una idea de ciudadanía dependiente al Estado, que se encierra en el círculo de la pobreza, que necesita comer y ante ello votan; obedecen. Los obligados, los amenazados, los violentados. Y también aquellos que, como los neonazis, estanlinistas, castristas, seguirán existiendo desde la rendición dogmática. Desde la incapacidad de aceptar los errores.
Paises que son artífices de las principales tendencias de la geopolítica multipolar, no reconocieron el proceso electoral y ahora se encuentran enfrentados al gobierno venezolano. Maduro entra en un grupo selecto de dictadores que han sido sancionados por E.E.U.U. El PSUV nota ausencias importantes de líderes locales, que no encuentran que hacer, que son amigos del movimiento que lidera la Fiscal. Que no quieren perder la CRBV de 1999. Que temen por su furuto ante la justicia, y su futuro como dirigentes. Los jóvenes no han perdido el aliento, se sienten comprometidos con la memoria de los caídos, de Neomar, Nelson, Tony, Armando y del resto. No quieren o pueden irse del país. Aunque cansados, todavía sienten que la batalla no termina.
La acción pacifica es el camino para seguir presionando, hay que jugar con diversas estrategias. Nuestro lema debe ser la defensa de la vida. La búsqueda de condiciones de gobernabilidad que garanticen la paz. No es la mano dura, es la mano suave la estrategia opositora. Más se logra con alternativas como la consulta popular del 16-J que, con la tala de árboles, el linchamiento de funcionarios, y colectivos. Necesitamos respirar y levantarnos con más fuerzas, las elecciones regionales son el nuevo reto. El cual no excluye la acción de calle, todo lo contrario, la fortifica. La pelea es dentro del ring, no desde la tribuna de un móvil o una computadora. La vía electoral nos puede seguir dando la oportunidad de: recuperar espacios, o profundizar la fractura madurista al seguir deslegitimándolo. Participando ganamos o ganamos. No hacerlo, es una derrota cantada. Hagamos que gane la cultura de la vida como leitmotiv de lo político.