Alfredo Infante sj
Ayer, domingo 23, el evangelio de Mateo 13,24-43, nos propuso tres parábolas de Jesús.
La primera es la del trigo y la cizaña, el trigo viene de Dios y la cizaña del enemigo; pero en apariencia se confunden entre sí, muchas veces no es fácil distinguir una de la otra. El campo es el corazón humano (la vida) y la historia. La vida y la historia requieren, pues, de mucho discernimiento para saber qué alimentamos: el trigo o la cizaña. Sorprendidos por el hecho, los trabajadores proponen exterminar la cizaña para quedarse con un campo 100 % trigo. Una vida pura, sin mancha. Una historia pura, utópica.
La respuesta del dueño es sabia, cuidado, no sea que por arrancar la cizaña, arranquen también el trigo. Los extremistas siempre pretenden que las cosas sean 100 % puras, y esta actitud los convierte en fanáticos que terminan destruyendo el trigo; no la cizaña. De hecho, su afán de ser trigo puro, les lleva a sí mismos a ser cizaña. No se trata, pues, según Jesús, de gastar las energías en exterminar al enemigo, porque al final quien se empeña en este propósito, se configurará con la cizaña; terminarás siendo lo que crees combatir y exterminar. Por el contrario, se trata de cultivar el trigo, es decir, lo alternativo, lo propositivo, alimentar lo bueno para vencer el mal a fuerza de bien.
El 16 de julio, fue un acontecimiento alternativo, propositivo, donde brilló nuestro trigo. Son este tipo de acontecimientos, que despiertan lo mejor de nosotros, los que nos configuran con Jesús, porque nos constituyen como pueblo de hermanos. Después del 16 de julio, aunque la situación objetiva de opresión no ha cambiado, la realidad subjetiva dio un salto cuántico, tomamos conciencia de que somos un sujeto social cohesionado y alternativo que busca pro activamente salir de la crisis; a pesar de la cizaña nuestra y del adversario. Jesús es claro, a nosotros nos toca cultivar y cuidar el campo, es decir, la vida y la historia, el juicio final le corresponde a Dios, Él quemará la cizaña. Mientras tanto, ocupémonos de vencer el mal a fuerza de bien, y no buscar exterminarlo desde su lógica, porque terminaremos siendo espejo fiel de lo que creemos erradicar.
Por eso, las siguientes parábolas son, la de la semilla de mostaza y la de la levadura en la masa. La semilla de mostaza, siendo la más pequeña, se hace árbol, da sombra y los pájaros se cobijan, es señal de vida plena, abundante, de paz. Y la levadura, en poca cantidad fermenta toda la masa; es decir, si cultivamos nuestra interioridad y somos sujetos; si cultivamos el tejido social; si nos articulamos con un propósito compartido desde nosotros mismos (como aconteció el 16 de julio) haremos el milagro de volver a vivir en democracia. Seamos, hermanos, una parábola de amor y resiliencia para el mundo.
Venzamos el mal a fuerza de bien