Por Douglas Zabala
Si en algún punto de su narrativa Gallegos plasmó con hermosura el lecho de la vida y el eterno fluir de nuestra venezolanidad ha sido en su novela Canaima. De un solo tirón, al hablar de nuestro majestuoso Orinoco, nos describe: “aún no se sabe precisamente dónde empezó, el río niño de los alegres regatos al pie de la Parima, el río joven de los alardosos escarceos de los pequeños raudales, el río macho de los iracundos bramidos de Maipures y Atures, ya viejo y majestuoso sobre el vértice del Delta, reparte sus caudales y despide sus hijos hacia la gran aventura del mar”.
En su constante fluir, Rómulo Gallegos comenzó su carrera política en los días cuando Juan Vicente Gómez, gobernaba la Venezuela rural con cepo y grillete. En 1936, al desaparecer el Dictador, el Presidente Eleazar López Contreras, lo nombra Ministro de Educación. Cartera en la cual tuvo poco tiempo, porque sus esfuerzos por promover reformas, fueron torpedeados por el viejo régimen que aún permanecía intacto. En 1945, participa junto a Rómulo Betancourt en un golpe militar conocido como la Revolución de Octubre.
En 1947, resulta electo Presidente de la República, ejerciendo dicha Magistratura por escasos ocho meses. Gallegos es derrocado en 1948 por una Junta Militar, encabezada por el General Carlos Delgado Chalbaud, dando pie a unas de las peores dictaduras del Siglo XX, liderada por Marcos Pérez Jiménez. Este hecho y su destierro hacia la ciudad de México lo apartarían para siempre del trajinar político.
Su obra literaria lo consagró como novelista, ensayista, cuentista y, por supuesto, como educador. Los Aventureros; Doña Bárbara; El último Solar; La trepadora; La Doncella y El Último Patriota; Cantaclaro y Canaima, constituyen la mejor herencia dejada a las generaciones futuras.
El Maestro Gallegos nos sigue invitando al paseo maravilloso del espléndido mundo donde el venezolano, como el mismo Orinoco, siempre será: “Agua de monte a monte. Agua para la sed insaciable de las bocas ardidas por el yodo y la sal. Agua de mil y tantos ríos y caños por donde una inmensa tierra se exprime para que sea grande”.
Hoy, en esta Venezuela urbana, deseosa de volver a la rural, habrá que decir como Santos Luzardo, en Doña Bárbara: “Algún día será verdad. El progreso penetrará en la llanura y la barbarie retrocederá vencida”.