Por Israel David Velásquez, SJ*
En el prólogo de su libro “Los hombres no son islas”, Thomas Merton a partir de la idea de que “las preguntas no pueden quedarse sin respuesta”, plantea algunos engaños que puede hacerse la humanidad ante problemas complejos. La crisis social, política y económica de Venezuela, puede fácilmente señalarse como una realidad compleja, de la cual nos hemos dado cuenta que ha sido y es difícil superar. Como consecuencia de estos escenarios es natural experimentar miedo, desesperación y resignación, producto de la desesperanza. Por ello, se hace tan difícil contestar a la pregunta ¿Tengo que ir a votar? ¿O no?, pero hoy la respuesta no puede ser simplemente un sí o un no.
Ciertamente, la desesperanza es contagiosa. Podemos atropellarnos en la confusión que produce desconocer la certidumbre de lo que sucederá y la respuesta correcta para la pregunta. Hoy un sector de la población ya no se pregunta: ¿es posible ganar las elecciones? Su preocupación está más condicionada al futuro inmediato: “Si ganamos, ¿qué sucede?” o ¿De qué nos servirá votar? La respuesta no es tan sencilla como pareciera, ya que en los últimos años nos hemos dado cuenta de que no basta con ganar una elección.
Pensar que el domingo 21 de noviembre será una fiesta electoral, como la que desde hace años los venezolanos añoran tener, en este momento es improbable y de ello debemos estar conscientes. Sin embargo, es erróneo también negarnos la oportunidad de pensar y discernir la pregunta: ¿Votamos o no votamos? Porque como bien lo define Thomas Merton: “existe la pereza que trata de dignificarse con el nombre de desesperación, y nos enseña a ignorar la pregunta y la respuesta”.
Por otro lado, Merton también alerta de otra “dolencia” ante las preguntas sin respuestas. Son aquellas que utilizan “máscaras de profecías” y se alejan de la realidad. Por ejemplo, es muy común por estos días de desesperanza, que más de un candidato, desde su partido o de manera independiente, quiera ofrecer respuestas platónicas a los problemas del país; pero, además, es irresponsable que un candidato en su discurso haga promesas condicionadas a la acción de recibir un voto a cambio de resolver en “los primeros 100 días de gobierno” los problemas que en Venezuela son de larga data: servicios públicos, combustible, inseguridad alimentaria, educación… y otros tantos, cuyas soluciones pasan por un proceso necesario de análisis y discernimiento para la toma de decisiones de cara al trabajo que demandan. Por lo tanto, recurriendo nuevamente a Merton “no siempre es virtuoso el optimismo”.
Nadie está en condiciones de gobernar sólo, ni siquiera el Ejecutivo Nacional que controla todos los poderes y recursos a los cuales aún pueden tener acceso. El actual Gobierno no es capaz de revertir la crisis y menos si, como hemos podido observar, carece de la iniciativa necesaria para transformar la realidad del país. Por el contrario, hemos sido testigos de cómo la ideología y los intereses personales parecieran estar aquí por encima del bien común. Tampoco la oposición podría, ya sea desde la Mesa de la Unidad Democrática (MUD), el llamado G4 o los diferentes partidos políticos que han presentado candidatos para las Megaelecciones del próximo 21-N, llevar las riendas del país sin colaboración. Personalmente, desconozco si las ideologías políticas para este último grupo están por encima del bien común, pero lo evidente es que sus intereses personales sí lo están. Por ello, se observa cómo son incapaces –una vez más– de dar un paso al costado los que tienen que darlo, sincerarse los que tienen que sincerarse y, en definitiva, unirse para trabajar juntos por el bien del país.
Si bien es cierto, en algunos pareciera que existe iniciativa para cambiar la realidad, para pensar, para discernir y trabajar, no obstante, se olvidan que para llegar a gobernar –al menos, recuperando los espacios de gobierno locales–, primero hay que pasar por el 21 de noviembre, y allí está el problema, porque si no se organizan electoralmente, si no hay maquinarias, es improbable alguna victoria.
El papa Francisco, en la encíclica Fratelli Tutti nos advierte:
La mejor manera de dominar y de avanzar sin límites es sembrar la desesperanza y suscitar la desconfianza constante, aun disfrazada detrás de la defensa de algunos valores. Hoy en muchos países se utiliza el mecanismo político de exasperar, exacerbar y polarizar. (FT 15).
En las próximas elecciones, los venezolanos tenemos una nueva oportunidad de contener el avance devastador hacia la desesperanza, que le ha servido al Gobierno de estrategia para silenciar a la población, con la cual –tristemente– algunos políticos que se presentan como “alternativas” han contribuido directa o indirectamente.
Resulta poco conveniente caer en la tentación de sentir que debemos apostar por “el mal menor” del cual hablaba Maquiavelo. Nuestra mentalidad debe estar centrada en aceptar el compromiso genuino que genera el libre ejercicio democrático. En este sentido, las próximas elecciones, más que una fiesta electoral, deben ser asumidas como un compromiso con el país. Hoy considero que “votar” es mucho más que un compromiso. Se nos presenta como un llamado de atención urgente de cara al futuro de las próximas generaciones, es decir, se debe trabajar por la recuperación de la cultura democrática en pleno, que no se resume únicamente en votar y volver a casa a esperar los resultados; se trata de votar y custodiar nuestra decisión; velar porque se respeten los resultados y luego si se sale “victorioso” crear espacios para el bien común, y si se sale “derrotado” de la contienda, pues, convertirse en una “oposición constructiva” que trabaje en conjunto por el mismo bien –que no es lo mismo a una “oposición colaboracionista” que coadyuve directa o indirectamente con los intereses del Gobierno–; protestar si hay que protestar, aplaudir si hay que aplaudir, ayudar si hay que ayudar, que todo sea en beneficio del bien común.
Los políticos han hablado, en campaña hablarán, seguramente algunos más de la cuenta, y nosotros como población ¿qué decimos? Hemos estado en silencio durante 2 años y el 21 de noviembre es una oportunidad para expresar nuestro sentir.
¿Votar o no votar?
Cada uno debe decidir, pero que sea una decisión pensada y con sentido de pertenencia, que se convierta en expresión palpable de “mi ejercicio democrático” y no un día más donde los que tienen poder terminen la jornada electoral con más poder; evitemos que sea un día donde la democracia vuelva a perder por lo que en términos deportivos se conoce como “forfait o forfeit”.
En definitiva, de cara al 21 de noviembre, podemos iniciar con la tarea urgente de poner límites a quienes gobiernan el país a su antojo; poner límites a la polarización, poner límites a quienes se denominan “alternativas” y que hoy surgen como candidatos emergentes ante el continuismo y la imposición. El próximo 21-N es un día para poner límites a la desesperanza, lo cual sólo es posible si dejamos de guardar silencio como sociedad y ayudamos a subir el volumen a las iniciativas ciudadanas de aquellos que se han mantenido en la lucha por un cambio y por el bien común. Porque antes de pensar en asfaltar las calles, en resolver el problema eléctrico, en arreglar las plazas, tenemos que reconstruir el ejercicio democrático y esto último creo que es la urgencia entre las urgencias.
*Politólogo. Jesuita en formación, cursando el primer año de Filosofía.