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La tragedia industrial de Venezuela

yutong

Víctor Álvarez R.

Para enfrentar los problemas de escasez en el sector automotor, el gobierno  anunció una subasta de 400 millones de dólares a la tasa Sicad de 12 Bs/$ para la importación de repuestos, vehículos y autobuses. Así, mientras por un lado se anuncia la creación de una Comisión Presidencial para Sustituir Autopartes, por otro lado se informa que “En dos meses llegarán al país, provenientes de China, repuestos de alta rotación para suplir las necesidades del transporte de pasajeros y carga”. Por si fuera poco, se anuncia la voluntad de reactivar las ensambladoras, así como la inauguración en octubre de la fábrica de autobuses Yutong, pero al mismo tiempo se informa que el gobierno importará 20.000 taxis y 1.000 autobuses desde China.yutong

Este trágico anuncio incluye la importación de 500 mil cauchos y 500 mil baterías, además de frenos, filtros y materias primas para repuestos que en su gran mayoría pudiera fabricar la industria nacional, y ser suministrados por las empresas básicas que fueron creadas precisamente para proveer insumos al sector transformador. Pero en reciprocidad, Venezuela se compromete a ser una fuente segura de materias primas como hierro, aluminio, gas, petróleo, etc. que serán transformados en productos de mayor valor agregado en la gran fábrica del mundo en la que se ha convertido China, para ser luego reexportados a Venezuela a un precio mucho mayor.

Estas contradicciones son la expresión de la dejadez propia de la cultura rentista que opta por el camino fácil de importar, en lugar de priorizar la industria nacional, la cual está trabajando apenas al 50% de su capacidad instalada, pero que pudiera duplicar su producción generando miles de empleos productivos, si las compras gubernamentales se reorientaran en favor de la producción nacional. Irónicamente, al desgano rentista se terminan pegando muchas empresas industriales que antes se esmeraban por aumentar el porcentaje de contenido nacional en el producto final, pero que ahora pujan porque se les asignen las divisas baratas de la menguada renta petrolera, toda vez que ven mucho más rentable importar a la ventajosa tasa de 6,30 o 12 Bs/$, en lugar de transformar las escasas y caras materias primas e insumos nacionales en productos de mayor contenido tecnológico.

La tragedia industrial

A desvencijar la industria nacional contribuye la creciente desarticulación ministerial, la cual se observa cuando asuntos que en rigor corresponden al Ministerio de Industrias, se le asignan al Ministerio de Transporte Terrestre, despacho que debería estar concentrado en la repotenciación de la vialidad, que es donde viene cumpliendo una notable labor.

Bajo el pretexto de potenciar la cooperación internacional para superar los problemas de escasez, acaparamiento y especulación, Venezuela viene firmando decenas de acuerdos comerciales financiados a través del Fondo Chino para importar a 6,30 y 12 Bs/$ una variada gama de manufacturas que lapidan cualquier posibilidad de reactivar y reimpulsar la industria nacional. Lo peor de esta tragedia es que -ante la certeza de que no podrán competir con los productos Made in China en el mercado nacional, ni mucho menos en el mercado internacional-, crece el número de industriales venezolanos que se metamorfosean de productores en importadores y se transmutan en representantes de las compañías del gigante asiático que inunda y ahoga el pequeño mercado venezolano.

Las aberraciones del rentismo llevan a los voceros empresariales a reclamarle al gobierno un cronograma de subastas y liquidaciones de divisas preferenciales, en lugar de enfocar su reclamo en la fijación de una nueva tasa de cambio que exprese la verdadera productividad del aparato productivo nacional. Una tasa de cambio competitiva es una condición básica para reimpulsar la industrialización y poder sustituir de manera eficiente el enorme volumen de importaciones que se sigue haciendo a una tasa de cambio subsidiada. Además, el respaldo a la competitividad cambiaria de las exportaciones no petroleras permitirá generar un creciente ingreso en divisas privadas que permita superar la tradicional dependencia y dominación que el sector privado sufre por parte del gobierno que monopoliza el 95 % del ingreso petrolero.

Los verdaderos industriales, en lugar de empeñarse en pedir asignaciones de divisas preferenciales, deberían reclamar una tasa de cambio que exprese la verdadera productividad de la manufactura nacional. Esta es unapremisa clave para reindustrializar la economía venezolana. Lamentablemente, con la excepción de un sector cada vez más reducido de industriales nacionalistas que bien podrían ser considerados como héroes de la resistencia, se perpetra la tragedia industrial venezolana. Con esta inercia importadora se siguen rompiendo importantes eslabones en las cadenas productivas de textil-confección, química, plásticos, juguetes, metalmecánica, electrodomésticos, vehículos y autopartes, maquinarias, equipos de computación y telefonía que no pueden competir con los bajos costos que asegura la abundante y barata mano de obra china, mucho menos si tales manufacturas se importan a una ruinosa tasa de 6,30 o 12 Bs/$. De hecho, en la última década la densidad industrial en Venezuela cayó de 0,33 establecimientos por mil habitantes a solo 0,25. ¿Qué fábrica nacional puede florecer o al menos sobrevivir ante la competencia de importaciones realizadas a una tasa de cambio subsidiada, cuando aquí la inflación en los dos últimos años fue de 56 % y 68 % y en lo que va de 2015 corre a un ritmo de 10% mensual?

Así, importamos porque no producimos y no producimos porque importamos. Salir de este círculo vicioso exige impulsar la industrialización de la economía venezolana. Pero en lugar de reeditar el fallido intento de una industrialización basada en la explotación del trabajo ajeno, el uso intensivo de materias primas y energía, la depredación del ambiente y los desequilibrios territoriales, en adelante se impone impulsar un nuevo tipo de industrialización sustentado en diferentes formas de propiedad social, nuevos principios para la justa remuneración del trabajo y la inversión social de los excedentes, el uso intensivo de información y conocimientos científicos y tecnológicos, la preservación del ambiente y el desarrollo armónico y proporcional de las regiones

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