Hace cien años nacía el poeta norteamericano Thomas Merton y hace setenta años, el seis de agosto de 1945, a las 8:15 horas de la mañana, una superfortaleza B-29 dejaba caer sobre la ciudad de Hiroshima a Little Boy, la primera bomba atómica utilizada militarmente contra una población civil. El poeta Thomas Merton, convirtió ese acontecimiento en motivo de protesta ante el mundo y en oración suplicante ante Dios.
La profesora Sonia Petisco nos ofrece el contexto creativo en que Merton cambia de registro temático para adentrarse en los problemas que agobian a un mundo entrampado en la guerra fría bajo la amenaza atómica.
ORIGINAL CHILD BOMB (1962): un libro de poemas de Thomas Merton. (Tomado de la tesis doctoral sobre la poesía de Merton de Sonia Petisco).
A finales de los años cincuenta, Merton desarrollaría una nueva voz. El poeta supera rápidamente el período de profundas contradicciones internas durante el que se gestó The Strange Islands y dibuja para sí mismo un nuevo horizonte hacia el que dirigir sus esfuerzos. No satisfecho con afrontar los problemas de su tiempo desde la posición de escritor devocional perteneciente a otro mundo, empieza a hablar desde una perspectiva más global acerca de una amplia gama de problemas contemporáneos. De esta manera Merton abandona su pose de asceta medieval (algo que le hacía despreciar su propio siglo) y se convierte en un intelectual post-moderno capaz de dialogar con pensadores contemporáneos como Boris Pasternak, Allen Ginsberg, William Carlos Williams, Dietrich Bonhoeffer o Albert Camus. Más aún, tras la publicación de “Poetry and Contemplation: A Reappraisal” (1958), el monje acepta su vocación de escritor. Ya no la considera como un impedimento para progresar en su vida espiritual. La imagen bíblica de sí mismo como un Jonás apartado del mundo cotidiano y atrapado en el vientre de la vida contemplativa se transmutó por la de un escritor que se hace cómplice del sufrimiento de su siglo y que adopta una postura crítica ante ese joven monje contemplativo algo arrogante de los años 40 y 50 caracterizado por un excesivo entusiasmo piadoso y una visión demasiado simplista de la realidad. En los años 60 nace un nuevo Merton, no tan seguro de sus respuestas, un humanista más vulnerable, capaz de compartir con sus contemporáneos (ya fuesen católicos o protestantes, agnósticos o ateos), la incertidumbre de un mundo turbulento y confuso.
Después de negársele el permiso de abandonar el monasterio en enero de 1960, la correspondencia de Merton cambió su centro de interés hacia problemas de actualidad y versó sobre todo acerca de la paz y la justicia social. Si las cartas de finales de los años cincuenta dirigidas a Don Jean Leclercq y a Ernesto Cardenal trataban acerca de su insatisfacción con la vida monacal cisterciense y sus planes para conseguir una vida de mayor aislamiento y dedicación genuina a un ideal eremítico, las misivas de la nueva década reflejan un mayor sentimiento de responsabilidad personal y una actitud crítica ante la pasividad e indiferencia no sólo de los monjes sino también de los católicos laicos hacia los problemas sociales y políticos de la época, ante la sombría perspectiva de una guerra nuclear: “I observe with a kind of numb silence, the inaction, the passivity, the apparent indifference and incomprehension with which most Catholics (…) watch the development of pressure that builds up to nuclear war”, escribe a Cardenal en la carta citada.
Merton no puede quedarse quieto e inactivo y a lo largo de los años desarrolla en su escritura póetica y en prosa una postura más comprometida con su tiempo: El poeta considera que no puede volver la espalda a horrores como los de la Alemania nazi, la guerra del Vietnam, el desastre de Hiroshima, o la amenaza latente de una guerra nuclear. Denuncia con acritud y sin piedad alguna las utopías destructoras y las estrategias alienantes de las dos grandes potencias enfrentadas por aquel entonces: Rusia y Estados Unidos, personificados en las figuras bíblicas de Gog y Magog respectivamente (estas imágenes de Gog y Magog aparecen por primera vez en las profecías de Ezequiel en el Antiguo Testamento y posteriormente en Revelaciones. Se identifican con naciones extranjeras monstruosas, brutales, arrastradas por poderes satánicos que luchan entre sí hasta destruirse mutuamente). Como el profeta Ezequiel, Merton siente la llamada a convertirse en “watchman”, en vigilante (una de las metáforas favoritas del poeta) que debe advertir a su pueblo acerca de la aproximación del enemigo, en este caso del avance sin tregua de las dos superpotencias hacia una guerra sin precedentes.
Entre los sueños más sórdidos referidos por el poeta, se halla, sin asomo de duda, la creación y utilización de la bomba atómica, que inspiró a Merton su poema Original Child Bomb, una de las obras más significativas dentro de la construcción poética mertoniana y precursora de lo que él denominaría antipoesía tanto por su temática como por tono lacónico e inexpresivo y su estilo a base de citas. Según nos indica su biógrafo Michael Mott, el monje se inspiró en escritos diversos para componer lo que se puede considerar como su propia versión del bombardeo de Hiroshima. Cuando fue publicada a comienzos de 1962, se generaron fuertes polémicas: algunos tacharon la obra de alegato antiamericano mientras que otros la contemplaron como un panegírico al bombardeo nuclear. Incluso algunas librerías, confundidas por el título, la colocaron en la sección de literatura infantil.
Caracterizada por un lenguaje estilístico a base de artificios como la ironía, Original Child Bomb encierra una violenta caricatura política. Se trata de un ejercicio ensayístico o largo poema en prosa dividido en cuarenta y una secciones, donde se narra con detenimiento y aguda percepción la invención de la bomba y todo el despiadado y cínico ritual que constituyó el primer ataque nuclear norteamericano contra Japón durante la Segunda Guerra Mundial.
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