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La tercera edad en el cine: los viejos como espectadores y como espectáculo

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Jesús María Aguirre sj

Publicado en El Nacional

Quien conserva la facultad de ver la belleza no envejece.1 
FRANZ KAFKA (1883-1924),

Los nuevos espectadores son viejos

Desde que el cine se impuso como espectáculo de masas a mediados del siglo XX uno de los resortes principales de captación fue el “star system”, basado en el glamour y la juventud de las luminarias rutilantes y exuberantes de belleza. Nada más citar a Marilyn Monroe, Gary Cooper, Sofía Loren o Marcelo Mastroianni, se nos desata la cadena de nombres interminables con los que recordamos la historia del cine, obviando a los directores y guionistas.

La asistencia al cine era además una pauta de consumo predominantemente juvenil y grupal, sea en pareja o grupo de amistad. El espectador solitario era un “avis rara” de la cinematecas y salones de arte y ensayo.

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Todavía pasados los ciento diez años de la invención del cine y aunque éste se ha transformado como una hidra en múltiples plataformas digitales (cine digital, dvd, blu-ray, 3ra. Dimensión, comunicación móvil en diversos soportes…), que permiten una visión más individualizada, sigue siendo un espectáculo gregario participado, comentado, discutido, entre pares, no solamente en la calle sino en las redes sociales. Esta última transformación refuerza también el carácter juvenil del fenómeno de consumo.

Sin embargo, las posibilidades del cine visionado en casa, me atrevo a asegurar, han ampliado significativamente el acceso de gente de tercera edad en el ámbito del hogar. De hecho son los niños y los mayores quienes más televisión consumen y el menú principal de muchos canales temáticos está compuesto por películas clásicas o nuevas. A las dificultades visuales y auditivas se ha respondido con mejoras en la definición, amplitud de pantalla, sonoridad, doblajes, etc.

Hoy muchos espectadores adultos y de tercera edad se deleitan con las reposiciones de películas que no pudieron ver en su niñez y juventud, pues una vez pasados los ciclos de mercado, los mejores productos pasaban a esos museos fílmicos, llamados cinematecas, que de vez en cuando se proyectaban para los cinéfilos. Gracias a Margot Benacerraf muchos venezolanos disfrutaron del recinto de Bellas Artes durante la década del 60 y 70.  El telecine supuso un primer cambio en la difusión, como lo demostró Rodolfo Izaguirre con su programa “Cinemateca del aire”, pero el video y el dvd hicieron el resto. Hoy muchos nuevos espectadores son viejos, o más eufemísticamente adultos contemporáneos por aquello que dijo Dalí: “Muchas personas no cumplen los ochenta porque intentan durante demasiado tiempo quedarse en los cuarenta”.

Los grandes directores no son tan jóvenes

Hay otro hecho incontrovertible en el mundo del cine y es que el séptimo arte no es ya tan joven, ni tan moderno, si queremos referirnos a sus autores, directores, e intérpretes.

¿Sabía ud. que Scorsese se acerca a los setenta, que Haneke se ha hecho con una segunda estatuilla también con setenta, que Woody Allen ronda los ochenta, que Clint Eastwood superó los 81 y el patriarca del cine portugués Manoel de Oliveira, autor nonagenario de “Palabra y utopía” (2000) sobre la vida del jesuita P. Vieira, cuya trayectoria se ha desarrollado en paralelo con la del séptimos arte, dirigió “El extraño caso de Angélica” con 100 años y está empeñado en hacer otra de las suyas a los 103?

Estos datos ponen en cuestión las tesis de que el oficio de los directores de cine no es apto para cardíacos o de que pasados los cincuenta se agota la creatividad. Y esto sin considerar la vitalidad de guionistas y escritores, que no están sujetos al vértigo de la producción.

cineEl cineasta sueco Ingmar Bergman (1918-2007), que produjo y culminó  su último film “Sarabanda” con casi novente años, comentaba: “Envejecer es como escalar una gran montaña. Mientras se sube las fuerzas disminuyen, pero la mirada es más libre, la vista más amplia y serena”. Ahora bien, y sin contradecir al escandinavo, el director francés Jean Louis Barrault (1910-1994) agregaría “la edad madura es aquella en la que todavía se es joven, pero con mucho más esfuerzo”.

Por otra parte, el mundo de los actores, donde prevalece la juventud para los papeles estelares, ha sufrido algunas variantes, tal como nos demuestra la candidatura de Emmanuelle Riva para los premios César de Francia y Oscar de Estados Unidos. Esta actriz lanzada a la fama por Alain Resnais en “Hiroshima mon amour” en 1959 ha saboreado las mieles del éxito cincuenta y cuatro años después.

La actriz estadounidense, Katharine Hepburn (1909-2003), quien afirmaba humorísticamente, que “cuanto más se envejece más se parece la tarta de cumpleaños a un desfile de antorchas”, se mantuvo activa hasta avanzada edad e incluso en 1981 obtuvo un Oscar de actuación por el film “On Golden pond” (Nuestros años dorados) y ese mismo mérito podía haberse reconocido a Henry Fonda, quien coprotagonizó el film.
Posiblemente entre nosotros sean  Román Chalbaud (1931-), repotenciado por los recursos oficiales, y César Bolívar (1944-), próximo a estrenar “Corpus Christi”, los directores que a su edad se mantienen más activos, y no podemos eludir al actor Miguel Angel Landa, quien en “El Manzano azul” no tuvo que recurrir al excesivo maquillaje para hacer su papel de abuelo o a Elba Escobar, que ha celebrado ya 35 años de carrera artística y entre sus nuevos proyectos destaca el rodaje de la película de Fina Torres, “Liz en Septiembre”.

El cine sobre la tercera edad ofrece un nicho temático

En tanto en cuanto el cine es un reflejo de la vida la vejez siempre ha estado representada, aunque su protagonismo haya sido menos visible y hasta marginal. En toda la historia del cine, sobre todo si nos referimos a las películas históricas, los sabios reconocidos al final de sus vidas, algunos héroes y gurúes, y numerosos abuelos y abuelas,  han tenido cierta cabida en el universo fílmico. En la prolífica filmografía del cine occidental  (cf. “La Biblia” de John Houston, “El viejo y el mar” de Fred Zinnemann o de Taylor ) y oriental (cf. “Vivir” del japonés Kurosawa, “Sorgo rojo” del chino Yimou ), encontraremos ejemplos significativos de ancianos venerables y ejemplares, aunque no falten denuncias de viejos perversos y críticas de las gerontocracias decadentes.

Refiriéndonos, por ejemplo, solamente al cine de habla castellana tenemos títulos como “Del rosa al marillo” de Summer (1963), una historia de amor situado en un ancianato, “Mamá cumple cien años” de Saura (1979), radiografía de una familia numerosa, que nos han presentado la cara amable y aun romántica de esa etapa de la vida, sin que falten historias de entuertos como en “El Abuelo” de José Luis Garci (1998).

Los autores latinoamericanos, principalmente argentinos, también se han recreado con esta etapa de la vida haciendo gala de un humor entre amable y corrosivo. Con Héctor Alterio y Norma Alejandro de intérpretes en “El hijo de la novia” (2001), Campanella nos hizo reir de lo divino y de lo humano, presentando la cara antiparabólica del matrimonio eclesiástico; “Elsa y Fred” (2005) de Carnevale nos descubrió el reflorecimiento de los amores tardíos.

Otro tanto cabe decir de nuestras películas venezolanas “Simplicio” de Rubartelli (1978) sobre la sabiduría oriental del viejo margariteño, la mencionada “El manzano azul”, y la más reciente “Patas arriba” de Alejando García Wiederman (2012), todas ellas una invitación a la superación de los desencuentros generacionales.

El cine inspirado en la obra literaria de García Márquez ha contribuido a ampliar el ciclo de la vejez, aunque sin gran mérito fílmico, con su universo particular confinado a las pasiones sinuosas de la edad madura. As´ Ripstein se basó en el “El coronel no tiene quien le escriba” (1999), Rui Guerra en “La cándida Eréndira y su abuela desalmada” (1983), Newell en “El amor en tiempos de cólera” (2007) y últimamente Carlsen en “Memoria de mis putas tristes”. Por primera vez se muestran las sombras de una etapa de la vida, marcada por la soledad y tratando de poblarla con recuerdos de amores perdidos o sueños imposibles.

Pero en su conjunto el cine latinoamericano nos ha presentado una visión edulcorada de la ancianidad, en que todavía no se revela la otra cara de la historia tal como denunciara Simone de Beauvoir en su obra sobre la vejez en el viejo mundo. Allí avisaba la feminista, compañera de Sartre, que tras el tema de la injusticia social y de la opresión del segundo sexo, se abría la conciencia y agenda de la opresión de la vejez en el mundo occidental.

Los japoneses se adelantan a mostrar la cara oculta

Un estudio de la ONU basado en estimaciones y cálculos elaborados con datos hasta agosto de 2009 informaba que el país más envejecido es Japón, con 44 de promedio, y el más joven Níger, con apenas 15, siendo la media mundial de 28 años.  Para ese año Japón contaba con una población de 128 millones. Según la proyección del Gobierno, para 2048 habrá menos de 100 millones y en 2060 menos de 87 millones. En 2060, casi el 40 % de la población será mayor de 65 años.

Hace poco Taro Aso, ministro japonés de Finanzas, declaró que las personas mayores deben “darse prisa y morir” para aliviar los gastos del Estado en su atención médica. Declaraciones especialmente alarmantes en una sociedad en la que el 25% de la población tiene más de 60 años. Aunque reconoció que sus declaraciones habían sido “inadecuadas” en un foro público,  insistió en que estaba hablando solo de su preferencia personal.

Adelantándose muchos años a Aso pero con un propósito de denuncia y no de justificación, el director japonés Shohei Imamura, en un remake de la película “Narayama bushi-ko”, filmada en 1958 por Keisuke Kinoshita, rodó “La balada de Narayama”, que obtuvo la Palma de Oro del Festival de Cannes (1983). Rememora una antigua tradición, aún vigente en el siglo XIX, según la cual al alcanzar los 70 años los ancianos debían abandonar el pueblo para ir a vivir en la cima de la montaña Narayama. Una sentencia de muerte despiadada que si bien hoy nos horroriza, tiene sus defensores en la actualidad, aunque las versiones sean más sofisticadas.

En el fondo de esa tradición japonesa está la convicción de que es necesario el abandono de los mayores para destinar los alimentos y el espacio que éstos ocuparían a los más jóvenes y a los niños que son el futuro, y que algún día peregrinarán o serán llevados también a la montaña.

Esperamos que próximamente Aso, quien cumplió 72 años suba estoicamente por sus propios pies a la colina de Narayama, donde podrá disfrutar de las dos versiones de la película e inspirar un nuevo filme con su retiro.

Y, entre tanto recordaremos que una buena parte de las divisas de la industria cultural japonesa provinieron de talentosos octogenarios como Akira Kurosawa (1910-1998), quien en su tercera edad dirigió Dersu Uzala, (El cazador, 1975), Kagemusha, (La sombra del guerrero, 1980), Ran, (Caos, 1985), Los Sueños, (Sueños, 1990.) y ganó dos Óscar para regocijo del mercado de cine japonés, o que también el recién fallecido Nagisa Oshima (1932-2013) y el prolífico Takeshi Kitano (1947-), siguen reportando pingües beneficios.

Tres filmes descollantes sobre la vejez

Si tuviera que organizar un taller de cine sobre el tratamiento de la vejez en el cine escogería estos tres filmes: La familia Savages, Arrugas y L´Amour.

En esta escogencia privan tanto razones de orden estético como antropológico y humano. Solamente la tercera ha gozado del prestigio globalizado que otorga la ganancia de un Óscar, pero las tres han tenido cierta relevancia en las respectivas cinematografías nacionales por su factura artística y su exploración humana.

“La Familia Savages” de Tamara Jenkins es una producción estadounidense de del año 2007, que en Venezuela fue presentada dos años después en la semana de cine independiente.

En la sinopsis de Filmaffinity, se nos cuenta que dos hermanos, Wendy (Laura Linney) y Jon (Philip Seymour Hoffman), tras vivir años separados, se ven obligados a convivir de nuevo para cuidar de su padre enfermo, Lenny Savage, con el que no se hablaban en los últimos veinte años.

Hasta ahí el relato se nos aparece como anodino, pero el film tiene el mérito de ahondar en ese triángulo de relaciones: padre-hijo, padre-hija, y hermanos

con una mirada que sacude la visión estereotipada del hogar, del amor filial y de la condición senil en el marco de las condiciones actuales de una familia reducida y dispersa. La cámara en este caso no se ensaña tanto en el sufrimiento y soledad del padre, sino que se orienta a escarbar las relaciones de lo dos hermanos adultos cuando se ven arrancados de su cotidianidad, centrada en sí mismos y en sus proyectos individuales. Una dirección inteligente y femenina ahonda en los procesos de cambio en las actitudes de Wendy y Jon frente al anciano.

El padre se consume, sus hijos son los únicos que pueden asistirlo y al final se renuevan unas relaciones fraternales, que parecían ya condenadas al fracaso.

A su vez, la película española “Arrugados” de Ignacio Ferreras (2011), nos sitúa en otro escenario muy distinto, en que la trama comienza, justamente en el momento en que los hijos deciden trasladar a su padre Miguel a un residencia de ancianos.

Curiosamente es una película de animación para un público adulto basado en el cómic del mismo título de Paco Roca (Premio Nacional de Cómic 2008). El género de animación, habitualmente asociado a relatos imaginarios e intranscendente se convierte en un cauce irónico para convertir la historia en una tragicomedia.

¿Hay algo más trágico que ver a un jubilado, prácticamente desechado por su familia en el destierro de un geriátrico, inaugurando una nueva vida, que, prácticamente se reduce a comer, defecar y dormir, como dirá sarcásticamente Emilio, el amigo de Miguel, quien sufre Alzheimer.

Los dos amigos se solidarizarán en una batalla para no acabar en la planta superior de la residencia, el temido piso de los asistidos —que es como llaman allí a los desahuciados.

Es una historia de soledades y amistades en esos espacios en que la sociedad moderna confina a los jubilados y ancianos, y que nos evoca el comentario irónico de Drauzio Varela, oncólogo y Premio Nobel de Medicina:

“En el mundo actual, se está invirtiendo cincos veces más en medicamentos para la virilidad masculina y silicona para mujeres, que en la cura de Alzheimer. De aquí a algunos años, tendremos viejas de tetas grandes y viejos con pene duro, pero ninguno de ellos se acordará  para qué sirve”.

Ferreras, el director, y Paco Roca, el guionista, nos recuerdan que cuando para muchos las vidas de Miguel y Emilio habían acabado, ellos acababan de empezar una nueva. Aunque el film pareciera una denuncia sobre la situación de los geriátricos, considero que prevalece como un himno a la amistad en las fases  más difíciles y precarias de la condición humana.

Por fin, la tercera película “L’ Amour” de Michael Haneke, que no requiere mayor presentación por la proyección internacional que ha adquirido por los premios César y Óscar a la mejor película extranjera, nos sume en la intimidad de una pareja de profesionales jubilados, Georges y Anne. Los dos intérpretes geniales del cine francés, Emmanuelle Riva y Jean-Louis Trintignant, dan vida a los personajes, con la particularidad de que encarnan a personas de su misma edad.

Ambos profesores de música clásica, viven solos en una casa en París, lejos de sus familiares con los que mantienen contactos esporádicos, hasta que Anne sufre un infarto y queda paralizada de medio cuerpo.

A partir de ahí comienza el vía crucis de una cotidianidad no solamente insípida, sino dura y sufriente. Casi pareciera tratarse de un cine etnográfico. Cada acción sencilla, la más humanamente simple –comunicarse, caminar, sentarse y acostarse–, y cada operación rutinaria –limpieza, alimentación, necesidades físicas, cambio de pañales, horas muertas de ocio, sueño– se convierten en un acto heroico para el acompañante. El ritmo lento de la película con largos planos secuencia refuerza el tedio ambiental y transmite las sensaciones asfixiantes de Georges.

Caben múltiples lecturas sobre el film, por cuanto se presta tanto a una interpretación sobre el amor puesto a prueba como a la justificación de la eutanasia. No es nuestro propósito inducir al espectador sobre la lectura más legítima, pues se trata de un obra artística, ricamente abierta.

Tres películas, tres situaciones diversas, tres exploraciones sobre una etapa de la vida, que cada vez nos arroja más enigmas a medida que se prolonga la longevidad humana.

En la sociedad venezolana todavía las expectativas de vida no son tan altas como en Japón, España o Francias, pero ya muchos de nuestros recién jubilados, a veces prematuramente deteriorados, inician una aventura de otro ciclo largo de vida y a menudo sin siquiera el horizonte de un geriátrico digno.

Solamente queremos recalcar tal como lo hemos hecho al principio en el subtítulo “los viejos como espectadores y espectáculo”, que la vejez da pie para muchas historias entrañables, tiernas, sombrías y hasta despiadadas, en las que están envueltos todos los espectadores, sea porque sean mayores, sea porque tienen que hacerse cargo de ellos, y en las que se pone de manifiesto tanto nuestra condición humana como la calidad artística de nuestro cine, porque el pueblo que conserva la facultad de ver la belleza no envejece.

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1 Las siguientes reflexiones surgen a propósito del premio Oscar a la mejor película extranjera otorgado a la película “L`Amour” de Haneke y de la candidatura de la actriz de mayor edad propuesta para ese galardón, Emmanuelle Riva, quien gozó premio colectivo a sus 86 años; y están dedicadas al jesuita Epifanio Labrador en su 92 aniversario, uno de los fundadores del Centro Jesús María Pellín, junto con José Ignacio Rey, Ignacio Ibáñez, José Martínez de Toda y el desaparecido Francisco Tremonti, todos ellos fanáticos del cine.

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