Armando Janssen
La degradación de nuestra sociedad venezolana ha llegado a tal nivel que es imposible no reaccionar mancomunadamente desde la sociedad civil en todas sus expresiones. El problema no puede solucionarse desde los partidos políticos que tienen sus límites y confusiones, ni desde el gobierno y sus numerosas instituciones que muestran permanentemente sus incapacidades. No es posible confiar todavía únicamente en posibles diálogos ni en las elecciones regionales y nacionales, por importantes que todo eso sea. Tampoco las organizaciones sociales por sí mismas están en capacidad de transformar la compleja situación actual.
La situación real del país ha llegado a un nivel de total crisis que no permite escapar a ningún estamento ni persona y que afecta a todas los ciudadanos sin excepción.
Además, la descomposición de nuestro diario convivir lleva a un proceso de destrucción de lo más íntimo que es la familia, sus valores y su espiritualidad implícita. Que un grupo de diez o quince niños, dirigidos por una muchacha de 15 años, mate a un guardia civil en Sabana Grande; que tres estudiantes del último año de bachillerato en Caricuao golpeen hasta la muerte a una compañera; que un joven adoptado por una familia con gran amor, mate a su mamá y hermana; que en un colegio de alto nivel se descubra una red de droga de compra y venta, donde hay representantes involucrados. Todo esto nos habla de que el mal está endémico y que nos está minando nuestra humanidad.
Además, no puedo dejar de anotar las cifras que hoy en día aparecen en las noticias: se calcula unos 11.000 neonatos (menos de 1 año) fallecidos el año pasado. Esta cifra es una vergüenza para cualquier país decente y da un giro dramático a lo conquistado por Venezuela en los 50 años anteriores. Si, además, necesitamos 20.000 bolívares por familia por día para sobrevivir, nos damos cuenta definitivamente de la pobreza reinante.
No podemos dejar pasar eso y quedarnos cómodamente en nuestras islas trabajando para el bien social. Todos debemos asumir responsabilidad y sanamente presionar a las autoridades y a responsables políticos para exigir un cambio fundamental. Las organizaciones sociales organizadas en sus muy capaces redes como Sinergia y las de derechos humanos, a igual que los sindicatos dispuestos y los gremios fuertes, a pesar de ser atacados permanentemente, las cooperativas independientes, las academias con su gran potencialidad, las universidades y toda esta rica sociedad que todavía vibra con la solidaridad y la democracia y evidentemente, el apoyo constante de nuestra Iglesia católica y las demás iglesias cristianas, todos y mucho más deben presionar, exigir, manifestarse desde su preocupación social. Igualmente, dentro el chavismo se pronuncian cada día más personas y sectores para un cambio observando los resultados nefastas de las actuales situaciones.
No somos partidos políticos, ni lo queremos ser. Somos organizaciones de la sociedad civil preocupados desde hace décadas por lo social, que es nuestro centro de preocupación. Pero no se excluye trabajar al lado de los partidos y en diálogo franco llegar a definir en pocos puntos centrales nuestras metas y objetivos. Nadie manda a nadie, sino que en mutuo reconocimiento y respeto se logra una cercanía positiva y transformadora.
Nuestro objetivo no es el poder –eso se lo dejamos a los partidos– sino más bien la reconstrucción de la convivencia ciudadana a partir de algunos elementos esenciales que incluyen decisiones económicas, pero visto desde lo social. El acceso a la comida y a los medicamentos a precios manejables y por caminos normales, la revisión de las OLP para asegurar el mínimo de desviaciones mortales y terminar definitivamente con los presos políticos que absorben tanta energía.
Formemos no solo un dique para detener este tsunami de malas situaciones, sino que también logremos una sola voz, una sola acción y un solo resultado: un país de gente feliz.