Por Alfredo Infante, s.j.
La Compañía de Jesús está celebrando 500 años de la conversión de San Ignacio de Loyola. Para celebrar este memorable acontecimiento se ha declarado el Año Ignaciano, en el que se nos invita a recorrer un camino de transformación interior, personal y comunitaria que, de la mano de Ignacio, nos permita “ver nuevas todas las cosas en Cristo”.
La conversión en Ignacio es un proceso siempre abierto y dinámico que lo introduce en el misterio cristiano; un camino de conocimiento íntimo y profundo de Jesús, para más amarle y seguirle, que le irá conduciendo por sendas insospechadas. Uno de los signos visibles de este itinerario espiritual es la fundación de la Compañía de Jesús y, en ella, “el sentir con la Iglesia”. La Compañía de Jesús se entiende como un cuerpo al servicio de la Iglesia en las entrañas del mundo: “Hombres crucificados al mundo para quienes el mundo está crucificado”.
Antes de la conversión, Ignacio vivía una fe ambiental e impersonal, tanto que soñaba con ganar el honor y la gloria del mundo, algo que para nada cuestionaba su sistema de valores y su cristianismo cultural, porque la religión era parte del orden establecido y lo sacralizaba.
La irrupción interior de Dios en Ignacio –hasta ese momento defensor apasionado del orden establecido– será una experiencia densa y personal con Jesús que le abrirá los ojos de la mente y el corazón y lo irá constituyendo en un auténtico discípulo, cuyo centro existencial es la escucha contemplativa y encarnada de la palabra de Dios en las entrañas del mundo, y cuya misión es entregar a Jesús a los demás, como buena noticia, para transformar corazones dispuestos a discernir los “signos de los tiempos” y, en consecuencia, hacer más humana la humanidad. Experiencia que, cómo camino mistagógico, se encuentra sistematizada en el libro de los Ejercicios Espirituales, tesoro inspirador de la Iglesia.
La conversión personal de Ignacio es un acontecimiento eclesial porque inicia un camino de toma de conciencia de su compromiso bautismal, donde nuestro señor Jesús será el centro de gravedad de su vida.
El papa Francisco ha invitado a la Iglesia católica a una “conversión sinodal”, a caminar juntos como Iglesia y, también, con todos los hombres y mujeres de buena voluntad, sin distingos de credo, ni condición.
La sinodalidad es “caminar juntos” en el horizonte trascendental de la fraternidad universal de los hijos e hijas de Dios, en comunión y respeto con nuestra casa común, la Tierra.
Este caminar juntos implica un cambio de mentalidad y de relación al interior de la Iglesia, un cambio de estructura, donde el servicio y la corresponsabilidad entre los bautizados sea real y la cultura patriarcal –que discrimina a la mujer y las relaciones de poder expresadas en la dicotomía clero/laico, raíz de muchos abusos– sean superadas y, así, ser signo creíble en el mundo de la fe que profesamos.
El camino sinodal pasa, como en San Ignacio, por la experiencia personal, por un cambio de mentalidad, por la transformación de nuestras relaciones de poder y dominio, por relaciones de servicio, respeto y corresponsabilidad. También, por asumir eclesialmente la reciprocidad de dones, el trabajo en equipo, el discernimiento situado de los “signos de los tiempos”, para una acción evangelizadora creíble a favor del cuidado de la vida, la defensa y protección de la dignidad humana; para el fortalecimiento de la sociedad civil y el restablecimiento de la democracia y el Estado de derecho como construcción del bien común; y para promover los procesos de inclusión, perdón, reconciliación y respeto por el otro, todo como muestra de la fraternidad de la que estamos llamados a ser ejemplos visibles.
Para que todo esto sea posible es necesario pasar, como Ignacio, del cristianismo ambiental a un cristianismo personal y humanizador, que nos lance a ser Iglesia en las entrañas del mundo, para caminar con los que buscan hacer más humana esta humanidad. “Hagan, pues, que brille su luz ante los hombres; que vean estas buenas obras, y por ello den gloria al Padre de ustedes que está en los Cielos”. (Mt 5,16)
Fuente:
Boletín del Centro Arquidiocesano Monseñor Arias Blanco del 21 al 27 de enero de 2022/ N° 130. Disponible en: mailchi.mp