Por Alfredo Infante s.j.
En las dos últimas semanas se ha observado un desplazamiento desde Europa hacia América Latina y El Caribe de los efectos trágicos de la Covid-19. Dicho de otro modo, mientras los gobiernos europeos comienzan a tomar medidas de flexibilización de la cuarentena, en nuestra región nos encontramos con una curva ascendente de contagios, lo que requiere de una profundización en las políticas preventivas de distanciamiento físico y confinamiento, además de un acuerdo político regional humanitario sobre el tema migratorio.
En el caso de Venezuela, en medio de este contexto, continúa el avance del autoritarismo por parte del Gobierno de facto, desconociendo cualquier propuesta de las iglesias, la sociedad civil y los actores políticos para afrontar mancomunadamente la pandemia, mientras prosigue el deterioro acelerado de la calidad de vida de la gente.
Esta semana, el país ha estado prácticamente paralizado por la falta de combustible, resultado de la destrucción de Pdvsa, la principal empresa del país, que antes de la revolución fue la tercera corporación más importante del mundo. De igual modo, el colapso del sistema eléctrico, de gas y de agua potable, sumado a la escasez de alimentos y la hiperinflación en todos los rubros -especialmente en el área de la salud-, han hecho de la existencia cotidiana una gran avería donde la gente pierde gran parte de las energías vitales, pues cada día tiene que conquistar lo que en otros países se da por supuesto: el agua, la comida, el gas para cocinar, el combustible, las medicinas. Por ejemplo, en nuestros barrios suburbanos hay familias cocinando, lo poco que tienen, a leña. De igual modo, los programas de alimentación de nuestra Iglesia están siendo gravemente afectados por la falta de agua y la escasez de combustible para transportar los insumos.
En este escenario trágico, llega como una piedra en el ojo el cese de operaciones de DIRECTV. No es algo marginal en la vida de las mayorías, es un asunto de salud mental. La recreación es un derecho humano.
Según cifras del periodista Fran Monroy, especializado en el área de telecomunicaciones, DIRECTV dominaba 45% del mercado de la TV paga y contaba con más de 2.4 millones de suscriptores, aunque su radio de influencia alcanzaba los 10 millones de personas (30% de la población venezolana), debido a que se calcula que por cada suscriptor hay, aproximadamente, cuatro usuarios disfrutando del servicio¹.
Ya desde 2013, la posibilidad de salir en familia comenzó a convertirse en un lujo para los habitantes de los barrios populares y, también, para los integrantes de la clase media. Ante el quiebre de la economía, lo primero que la gente recortó fue la recreación y, por eso, en los barrios aumentó exponencialmente la suscripción a DIRECTV, como recurso alternativo y económico para la información y el entretenimiento familiar.
“En el caso de Venezuela nunca se logró cablear los barrios ni las zonas apartadas, entre otras razones por la deficiencia de la política estatal, y la solución para poder tener televisión terminó siendo el servicio satelital de DIRECTV. Esto implicó una revolución importante para muchas personas que, sin tener dinero, podían acceder al servicio. Además, DIRECTV introdujo la televisión prepaga, que también es una novedad importante, porque le permitió a la gente sin tarjeta de crédito, subscribirse a un servicio con estándares internacionales”, comentó esta semana el periodista y activista de DD.HH., Andrés Cañizalez, en una entrevista a El Ucabista².
Hay que acotar que, aunque el número de suscriptores es alto, solo representa un subregistro porque -por la vía de la solidaridad, propia de la convivialidad del barrio- la señal de una suscripción se compartía entre varios vecinos, tipo cooperativa de consumo.
El Gobierno con su política de «hegemonía comunicacional» anunciada en 2007, fue sacando de la parrilla de las operadoras por cable los canales informativos como Caracol, NTN 24, RCN, CNN, entre otros, quedando DIRECTV solo para la distracción.
El acceso a la televisión satelital brindaba a la familia una oferta variada de programación para el entretenimiento y la formación, lejos del entubamiento unicolor e ideológico de los canales del Estado, donde está ausente el humor, lo lúdico, lo educativo y se penaliza la diversidad.
En el contexto de estrechez y hacinamiento en que vivimos, donde el acceso a internet es un lujo, la televisión satelital era el gran parque de distracciones para todas las edades. Los más afectados por esta decisión han sido los niños, niñas y adolescentes, los adultos mayores y los enfermos, especialmente los que se encuentran postrados en cama. La experiencia es de duelo, se ha vivido como una gran pérdida.
“Esto afecta tanto como no tener agua, gas, electricidad, gasolina y transporte. Era el único servicio digno que teníamos y lo más cercano a la equidad. El único medio real de esparcimiento, sobre todo, en medio de este caos. Hay quienes no pueden salir por múltiples razones, pasan 24 horas en su casa y con esto se mantenían entretenidos”, le contó Katiuska Camargo, residente del sector San Blas de Petare, al portal Crónica Uno³.
Quienes son cabezas de hogar también han sido afectados, porque ahora tienen que reinventar cómo atender a los niños y a los adultos mayores, mientras atienden sus múltiples ocupaciones en un contexto de sobrevivencia. Los programas educativos servían de apoyo a las mamás para entretener a sus hijos mientras se ocupaban de otras actividades propias de esta cotidianidad azarosa; los jóvenes consumían programas musicales y deportivos, por ejemplo, el fútbol se hizo presente en la cultura del barrio por la vía de la televisión satelital que ofrecía los campeonatos de balompié europeo, aunque el béisbol siga siendo el deporte rey. Los adultos mayores se entretenían con los programas religiosos y documentales de animales, mientras que los adultos contemporáneos consumían principalmente series policiales, telenovelas, y programas de cocina.
Pero lo más importante de todo es que, en un país aislado por un Gobierno autoritario y retrógrado, la TV por satélite era una ventana a la diversidad del mundo y un parque sano de distracción, que garantizaba un mínimo de salud mental y contribuía a atemperar la violencia.
La terapeuta Siboney Pérez, miembro de la ONG Psicólogos Sin Fronteras, advirtió las graves consecuencias que tendrá esta situación para la estabilidad emocional de la gente común: “La salida de DIRECTV implica que cada vez haya menos posibilidades de drenar, de hacer catarsis ante una situación tan crítica y compleja como la que tenemos en Venezuela, además de la parte pandémica. Es una válvula más que se cierra; incluso pueden aumentar los niveles de depresión, se acentúan los cuadros depresivos ansiosos en los niños que tenían una distracción”, dijo en una entrevista al Correo del Caroní⁴.
No cabe duda de que la salida de DIRECTV ha sido un paso más para golpear la salud psicológica del venezolano y un avance en la profundización del sistema de control autoritario.
Como Iglesia, valoramos enormemente el papel que, en este contexto de pandemia, venía jugando la televisión satelital como plataforma de evangelización, y nos preocupa que el hacinamiento sin entretenimiento sea caldo de cultivo para un aumento de la violencia intrafamiliar, especialmente, contra las personas más vulnerables: adultos mayores, enfermos y niños, niñas y adolescentes.
Referencias:
3. https://cronica.uno/en-los-barrios-directv-era-el-unico-servicio-dign