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La reina de España

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José Luis Sánchez Noriega

Nostalgia, memoria y recreación del pasado

287360Dieciocho años después de La niña de tus ojos (1998), Fernando Trueba retoma a buena parte de los personajes de aquella –unos peliculeros que fueron a rodar a Berlín amparados por el acuerdo de colaboración cultural entre Franco y Hitler- para traerlos a la España de un par de decenios después, en la segunda mitad de los 50 cuando el régimen está consolidado y busca la aceptación internacional con el ingreso en la ONU en 1955. A partir de entonces, Samuel Bronston y otros productores norteamericanos ruedan aquí varias películas de tema histórico para invertir el capital que las multinacionales no podía sacar del país, lo que da pie a Trueba para imaginar a aquellos cineastas en esta nueva oportunidad internacional. A diferencia de aquella película, cuyo personaje protagonista, Macarena Granada, se parecía tanto a Imperio Argentina que ésta puso una demanda, La reina de España se toma más libertades con la historia.

Aunque se puede ver perfectamente como un filme independiente, da continuidad a los personajes encarnados en La niña de tus ojos por Penélope Cruz, Santiago Segura, Antonio Resines, Rosa María Sardá, Jorge Sanz, Loles León y Neus Asensi; únicamente se cambia a Jesús Bonilla, quien da el testigo a un sobrino que interpreta Javier Cámara, en un papel brillante como ayudante de dirección del realizador yanqui. Un reparto divertido a los que se unen tres personajes norteamericanos –uno de ellos encarnado por el cineasta mexicano Arturo Ripstein- y el cuasi debutante Chino Darín. El argumento entrelaza la historia de Macarena, actriz triunfante en Hollywood que viene a rodar a nuestro país una biografía de Isabel la Católica producida por un gran estudio norteamericano y dirigida por un John Scott que duerme y bebe a partes iguales, y la de Fontiveros, el cineasta español a quien sorprendió la guerra mundial fuera del país, fue dado por muerto y caído en desgracia, pues su mujer se ha casado con un jerarca del régimen. Tras pasar unos años en Francia buscándose la vida su regreso no puede ser más desgraciado: acaba recluido en el valle de Cuelgamuros, donde Franco está construyéndose su megalómana basílica-panteón. La esposa de Fontiveros se siente culpable de la situación de su “difunto” marido e insta a Macarena a visitarlo; ésta lo hace y se empeña en propiciar su fuga del lugar, en lo que será ayudada por el equipo de rodaje que está filmando cerca la rendición de Boabdil.

La reina de España no es un filme histórico y ni siquiera una ficción histórica, lo que el espectador ha de tener presente para aceptar ciertas licencias como –la más llamativa- la conversación de Macarena con Franco. Es una comedia ambientada en esos años cincuenta en que empieza a desaparecer la penuria de posguerra y a atisbarse cierta prosperidad económica, aunque el marco de la dictadura parece más firme que nunca. La ambientación histórica le sirve a Trueba para hacer memoria/homenaje de diversos personajes y sucesos, y mostrar con una perspectiva de sátira amable el clima de la época: curiosamente, apenas hay caricatura de personajes del régimen. Por el contrario, se opta por mostrar la disidencia interior y exterior, las heridas aún abiertas en exiliados y represaliados por la dictadura, y por homenajear a los antifascistas norteamericanos que lucharon a favor de la República durante la guerra civil o por subrayar la condición demócrata de los peliculeros foráneos. La relación que una película tan cinéfaga mantiene con la realidad daría para un estudio pormenorizado: en varios casos, resulta extremadamente realista, como cuando se muestra a Ana Belén aparentando los años que tiene; es decir, desprovista de la máscara del glamour.

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El cineasta se lo ha pasado muy bien escribiendo el guion, haciendo sus homenajes y rodando con el equipo de actores que hay que aplaudir, particularmente a Javier Cámara, Santiago Segura y, por supuesto, Penélope Cruz, que sabe darle el punto preciso a su papel, sin exhibicionismos. Hay mucha cinefilia en una película que requiere un segundo visionado para percatarse de muchos detalles de ambientación; además de Ripstein, hace un pequeño papel el excelente músico polaco –autor de la partitura- Zbigniew Preisner, creador de las sobrecogedoras bandas sonoras para Kieslowski, a quien dedica su impresionante “Requiem for my friend”. El cineasta John Scott, director de la grandilocuente biografía de la reina católica e irlandés de origen, está claramente inspirado en John Ford, con su parche en el ojo. Al igual que en Two Much (1996) con la presencia del blacklisted Allan Rich, aquí se rinde homenaje a los represaliados por el maccarthysmo con la figura del guionista judío y militante comunista (Mandy Patinkin) que no puede firmar con su nombre; y se cita el origen judío y ruso de Robert Rossen, el cineasta también incluido en la lista negra, que en ese momento rueda en España Alejandro Magno (1956). En el argumento hay reminiscencias de Carreteras secundarias (E. Martínez-Lázaro, 1997), también producida por Trueba, con aquella improbable fuga de dos jóvenes antifranquistas de Cuelgamuros.

En conjunto, una película vitalista, muy agradecida, que transmite buen rollo. El humor está asegurado y la crítica no resulta ácida, aunque no excluye la ironía más despiadada en algún momento, como en la conversación sobre las operaciones estéticas –que parece bastante anacrónica para la época- con la actriz Neus Asensi mostrando un labio superior quirúrgicamente trabajado. Con buen ritmo, funciona bien a pesar de sus dos horas cumplidas; no acaba de convencer la escena de abuso sexual del actor norteamericano –que puede ser interpretada en clave homofóbica- ni la composición que hace Carlos Areces de Franco: a pesar de la buena imitación de la voz, creo que le falta darle mayor distancia o frialdad al personaje. Pero son dos detalles en una cinta que, sin aspirar a la excelencia, consigue divertir y disfrutar del espectáculo.

Fuente: http://www.cineparaleer.com/critica/item/1988-la-reina-de-espana

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