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La realidad está preñada de esperanza

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En el dossier de este número, dedicado al tema de la esperanza, reproducimos una conversación que nuestro director Juan Salvador Pérez sostuvo en el podcast Pensándolo bien con dos sacerdotes jesuítas de visiones distintas. Son ellos Numa Molina, periodista y teólogo y Javier Contreras, politólogo. Ser “artesanos de la esperanza” es imperativo en nuestra realidad. “El pueblo siempre es artesano de esperanza, por esencia”, coinciden.

—Juan Salvador Pérez (JSP).¿Qué tal, amigos? Bienvenidos al tercer episodio de la segunda temporada de Pensándolo Bien. Cuento para este episodio con dos buenos amigos, dos sacerdotes jesuitas: el padre Numa Molina, que nos ha acompañado antes, y el padre Javier Contreras, politólogo que también nos ha acompañado antes. O sea, que los dos son amigos de la casa, para la revista SIC y para el Centro Gumilla.

 Es un placer tenerlos aquí, y el tema que vamos a abordar hoy es un tema que viene en línea con Numa de lo que hablamos la vez pasada sobre Pacem in Terris. Aquella vez era una conversación mucho más abstracta y hoy creo que podemos aterrizar y llevarlo un poquito más al campo del terreno y al campo de la acción. Es decir, hoy creo que podemos hablar, y sería bonito, de la necesidad de cultivar la esperanza. 

Vamos a conversar contigo primero, Javier, que eres el muchacho del equipo. Vamos a explorar sobre esa necesidad de cultivar la esperanza: ¿qué elementos o factores habría que considerar para poder construir, en base a la esperanza, un diálogo para el encuentro? 

—Javier Contreras (JC). Ciertamente, hablar de la esperanza siento que primero es hablar de un reto, porque supone aceptar la realidad y tratar de cambiarla. Creo que la esperanza iría por allí. Cuando digo cambiar la realidad, no es solo que se adapte a nuestras caprichosas ideas, nuestros deseos, sino que con las claves del contexto, algunas más tolerables, algunas menos, el reto es cómo vivirlo desde el contacto con lo que creemos que es la trascendencia y nos invita a dar lo mejor de cada uno de nosotros. Yo siento que eso es parte del reto que acompaña la esperanza: no entregarnos a lo que creemos que está mal, sino trabajar y comprometernos por lo que creemos que va a ser mejor. Siento también que eso se hace en un tránsito que no siempre nos resulta fácil, que es del “yo” al “nosotros”. Es pensar en la esperanza individual, pero ayudar a construirla en colectivo. Creo que ese sigue siendo un reto que, desde nuestra fe y desde lo que la situación, los procesos históricos del mundo y del país se plantea, nos sigue poniendo de frente día a día.

—Y Numa, para ti, optimismo y esperanza: ¿cuál es la diferencia y cuáles son las coincidencias entre ambos conceptos?

—Numa Molina (NM). Pues, mira chico, el optimista ya tiene todo resuelto. Para el optimista, el futuro está como resuelto. El esperanzado, el que tiene esperanza, no vamos a decir que no es optimista. Claro que lo es, pero no es que ya tiene todo resuelto; sabe que hay mucho camino por recorrer. Y entonces así la vida resulta hasta más divertida, interesante. Yo siempre digo que cuando me han pedido definir la esperanza, suelo primero enseñarle a la gente lo que no es esperanza. La esperanza no es una sala de espera. Exacto, no es como la gente que está esperando al médico, que viene a pasar consulta, y están ahí todos sentados con el celular esperando. No. Para mí, la esperanza es un deseo provocado. Yo deseo algo en lo personal, ¿no? Yo deseo algo, y todos los días provoco algo para que eso que yo deseo acontezca en el tiempo. Es decir, es activa. La esperanza no es una sala de espera, es algo activo que yo construyo. 

Pongo el ejemplo de un estudiante universitario, de Medicina o de Ingeniería… todos los días se levanta bien temprano para ir a la universidad, pasa las noches estudiando, haciendo trabajos en equipo, investigando, ¿por qué? Porque todo eso va a  conspirar para que su esperanza acontezca. Claro, y si eso lo llevamos al plano social, creo que lo encontramos mucho en el pueblo. Hay una encíclica muy bonita de Benedicto XVI, creo que es la segunda de su pontificado, que se llama Spe Salvi. Dice: “La esperanza es salvadora”. La esperanza salva. 

La esperanza es salvadora

—¿Por qué creen ustedes que la esperanza es salvadora?

—(JC) Yo siento que la esperanza salva porque nos ayuda a mantener la fe, a creer en una fe que se compromete, como dice Numa, a buscar desde el deseo que eso que queremos pueda ir aconteciendo. Y en contraposición, perder la fe es lo que nos lleva a la no salvación, y cuando hablo de la no salvación es a una vida resignada, a una vida que no es capaz de descubrir la sorpresa del día a día. Y a una vida que termina en sí misma. Entonces, por eso creo que jugar con esas palabras es muy interesante. La esperanza salva, pero no salva por sí sola y por sí misma; salva porque tener esperanza, activa una serie de mecanismos en las personas y en las comunidades, que ayuda a redescubrirse de cara a nuestra fe y de cara al valor del otro.

—(NM) Me parece muy bien el enfoque de Javier, y yo agregaría que Benedicto XVI, cuando escribe esa encíclica, como era un muy buen teólogo, estaba hablando de la esperanza cristiana. Sí, la virtud teologal. Y resulta que es así porque la esperanza cristiana el único fundamento que tiene es Dios. Y el único capaz de salvar es Dios. Por eso no podemos poner la esperanza en esta Tierra, en el momento, ni en instituciones, ni en líderes. Podrán ser muy buenos, podrán ser excelentes, pero yo no puedo poner la esperanza en un jerarca de la Iglesia, por muy bueno que sea. La esperanza nuestra está en Dios, y Dios va suscitando. Eso sí es lógico, va suscitando en la Historia personas, líderes.

  Por ejemplo, Francisco de Asís suscitó una esperanza enorme en una Iglesia que estaba en decadencia. Un Ignacio de Loyola suscitó una esperanza en su momento, enorme en el pueblo. Eran como hitos de esperanza, pero no es que ellos nos iban a salvar. El que salva es Dios, y por eso la esperanza salva.

Los casos concretos

—La esperanza cristiana es salvadora, sí, sí. Ahora, fíjense, Numa, tú eres un hombre de acción. Estás en la calle, estás en Ciudad Caribia, estás en experiencias comunitarias, en experiencias pequeñitas en el interior, en Apure, por ejemplo. Tú, Javier, te has dedicado al estudio, además al estudio concreto: Focus Group, estudios de opinión. ¿Qué está pasando en el país, qué se ve en las investigaciones desde el Centro Gumilla? ¿Cómo esa esperanza salvadora, salvífica, se manifiesta en casos concretos? O sea, en casos concretos en Ciudad Caribia, en casos concretos en Apure, en casos concretos en la juventud venezolana se observa la esperanza. O sea, ¿cómo podemos traducir, pensando en la utilidad de este programa Pensándolo Bien, para el acompañamiento de los que nos están viendo? Creo que esta vez puede comenzar Numa.

—(NM) Mira, yo te hablaría de lo que percibo en la gente, no en la calle. Siempre la gente tiene como expresiones de esperanza. Por ejemplo, cuando una persona que tiene unos problemas difíciles, dificilísimos te dice: “No, pero con el favor de Dios yo saldré adelante”. Y uno piensa: “Pero, ¿cómo esta persona va a resolver esto? Es que yo lo veo muy difícil.” Y cuando se pasa un año, se pasa un año y medio, o dos años, te la encuentras y está caminando y ha resuelto. O también, en estos días, iba yo por una vía aquí adyacente a la gran Caracas y entré a un negocito en el que vendían cocadas. Y a mí el coco, todo lo que sea de coco, me encanta. Entonces dije: “Voy a tomarme una cocada ahí”. Entré y vi el negocio muy limpio, muy bonito, como muy bien organizado. Y eran dos jóvenes, dos muchachos. Y les pregunto: “Mira, ¿y esto cómo se les ocurrió?”. Y me dijo el mayor de ellos (eran dos hermanos):  “Yo me fui a Perú y bueno, estuve allá trabajando, pero bueno, hice alguna platica y yo dije: No, yo me voy a montar mi negocito, me voy a Venezuela de nuevo. Y me regresé y monté mi negocio. Se me ocurrió trabajar con cocadas y ceviche, porque aprendí ya de ceviche, pero el ceviche no me ha dado mucho. Lo que me ha dado es la cocada y mi negocio va viento en popa, muy bien, con mi hermano. Y cada día, cada semana, nos va mejor.”

 Entonces, este muchacho está pensando en grande. Un muchacho que vino de Perú, de haber estado allá en una experiencia como emigrante, diáspora. El  joven no te está hablando de política, no está diciéndote: “No, porque yo soy de este partido, del otro. Entonces yo sí voy a salir adelante por esto, por lo otro.”  O  “yo voy a salir adelante porque yo tengo fe en Dios.” No lo dicen. Pero yo le digo a la gente: si tú tienes fe en ti mismo, entonces tú tienes fe en Dios porque esa inteligencia, esas capacidades, esos talentos que tú tienes, te los dio Dios. Eso es obra de Dios. Y cuando tú pones eso al servicio de tu propio proyecto de vida para salir adelante, entonces tú estás poniendo toda la fe en Dios. Fue Él el que te dio esos talentos, lo que pasa es que a veces no los ponemos en práctica. 

Para concluir este punto yo te diría que lo que he visto, metiéndome en Apure como en otras partes, (yo me voy por ahí mucho por los barrios), es que hay  como un surgimiento. Hay como un ambiente de la gente de querer hacer… Mira, el tema de los emprendimientos, por ejemplo.

—Sí, exactamente. El tema del emprendimiento

 —(NM) La gente te habla de emprendimiento por aquí, emprendimiento por allá. Y ya te digo, no es un tema político, o tal vez político pero de la gran política, no de la política partidista. Es un despertar del pueblo hacia caer en la cuenta de sus propias capacidades.

La esperanza en los jóvenes

—Sí, sí. Lo que llamaba Aquiles Nazoa, los poderes creadores del pueblo, esos poderes creadores del pueblo no se pueden lograr sin esperanza. Es cierto, tal cual. ¿Y tú, Javier?

—(JC) Mi experiencia pasa más por la posibilidad de haber estado el año pasado y lo que va de este, en al menos siete u ocho regiones distintas del país; grandes ciudades y periféricas también, a través de la plataforma del Centro Gumilla, haciendo investigación. Creo que uno de los grandes descubrimientos a nivel personal, más allá de lo técnico que arrojaron los estudios, es que la esperanza se construye en torno a la aceptación de la realidad. Hay gente que ha pasado por situaciones muy duras, independientemente de si es económica, política, social, de una enfermedad, de una ruptura familiar, o de la afectación que pueda tener la dinámica familiar que ha ido cambiando. Y lo que descubríamos es que, una vez que la gente asume la realidad con la complejidad que tiene, pero se atreve a vivirla desde la posibilidad y no desde estar renegando, ahí hay un poder transformador que se convierte en esperanza, y a su vez, en esperanzador. 

Un segundo dato que a mí particularmente me levantaba mucho la esperanza es el trabajo con los jóvenes. Se hizo una investigación exhaustiva el primer semestre de este año. Es cómo, desde su frescura, desde su particularidad de joven, desde una lectura que siempre tiene unos códigos propios por edad, por experiencias de vida, o por una personalidad que se está construyendo, siempre sin dejar de lado lo que identifican como algo que les puede afectar en cualquiera de los ámbitos de su vida, están dispuestos a seguirle echando pichón. Y muchas veces, echarle pichón puede significar una acción con la que uno esté más o menos de acuerdo, pero no hay un estancamiento. Y yo creo que cuando la gente no se estanca, ahí hay motivos de esperanza.

  A mí me gustaba mucho la frase de unos muchachos en Lara que, cuando les preguntábamos, que ellos como jóvenes, ¿qué creían que le aportaban al país?, decían: “Bueno, de repente yo, con lo que hago, poco o mucho, puedo aportarle esperanza a otros de los jóvenes que yo voy conociendo.” Y yo decía: “Bueno, ahí hay algo que rescatar.” 

Siento que eso ha dejado como una huella positiva en estas investigaciones e insisto con el punto, no para parecer recurrente, sino que creo que es como lo que me ayuda a mí a nivel personal a ver el escenario completo. O lo más amplio posible. Completo nunca lo vamos a percibir, que es que no hay una negación de las dificultades, porque no es la esperanza ingenua del optimismo, del que se cruza de brazos y dice: “Ya se va a resolver”, sino una esperanza que asume activamente lo que cree que debe ser transformado y se pone en actividad.  Se activa el propio potencial humano. 

Creo que eso es lo que podemos rescatar hoy en Venezuela y donde no lo veamos, creo que desde las obras de la Compañía de Jesús y las obras de la gente que tiene fe, podríamos empezar a reactivarla en las demás personas. 

La realidad preñada de esperanza

—(NM) Juan, quiero agregar a lo que decías, porque fue buenísimo cuando conectaste la realidad con la esperanza. Eso me trajo el recuerdo de algo que leí de este filósofo coreano , Byung-Chul Han, muy interesante. En alguna de sus reflexiones, él dice que debemos tener claro que la realidad es portadora de esperanza. No la realidad por la realidad, sino que la realidad es portadora, podríamos decir, está como preñada de esperanza.

Yo lo miro así. En esta realidad de ahora, será difícil, habrá problemas, siempre habrá problemas, siempre. Y los tendremos en todas partes del mundo donde vayamos. Pero esta realidad nos da esperanza. Yo creo que eso tiene  que ver con la propia esperanza cristiana de la que Francisco (el Papa) nos habla.

En la Fratelli tutti  él comienza su pontificado hablando de la esperanza. Y dice que hay que ser, hay que convertirse y son indispensables los artesanos de la paz. Y cuando explica qué son los artesanos de la paz, afirma que son esas personas que están dispuestas a generar procesos de sanación y de reencuentro con ingenio y con audacia. Sanación, reencuentro, ingenio y audacia son las palabras que establece Francisco en la Fratelli tutti.

—(JC) ¿Cómo lo vemos hoy en Venezuela?  Yo quisiera, insisto, en tratar de llevarle a la gente recursos de acompañamiento para que puedan ver un proceso de sanación, de reencuentro, de ingenio, de audacia y por ende, de paz.

  Parte de la misión que me ha sido asignada en la Compañía de Jesús es trabajar en el acompañamiento de procesos que tengan o que tiendan a la reconciliación en el sentido más amplio del término.

 La reconciliación tiene una dimensión personal, una dimensión con la trascendencia desde la fe de cada persona, una dimensión comunitaria, una definición de los lazos más cercanos y un quinto ámbito de transformación de las aristas políticas  para lograr la reconciliación. 

Digo esto porque, en ese marco, creo que es donde, a nivel personal, puedo entender con mayor claridad lo que plantea el Papa que tú estás señalando ahora, de la audacia de trabajar por el reencuentro. 

Siempre se me queda una experiencia que viví en Colombia, en un territorio que era priorizado para la implementación de los acuerdos de paz firmados en el 2016, en el departamento de Arauca. Y hablando con una señora que había sido víctima del desplazamiento por la guerra, nosotros le preguntábamos qué representaba para ella el proceso de paz. Y la respuesta fue: “Representa lo único que nos queda que sea diferente a caernos a tiros.” Claro, ahí hay audacia de una persona que reconoce que, aunque no es su mayor aspiración lo que le estaban ofreciendo, reconoce que todo iba a ser mejor que caerse a tiros o seguir cayéndose a tiros. Es audaz. Entonces, quien se abra a la novedad de la reconciliación, que lo ayuda a mirar fuera de sí, a entender al otro, es audaz. También lo es aquel que se proponga a servir de puente. Porque sabemos que los puentes están para ser pisados, y no nos gusta ser pisados.

Artesanos de la esperanza

—¡Qué buena imagen esa del puente! Creo que el Papa nos recuerda día a día lo importante que es tender un puente. Y no por una supremacía ética, ni por una supremacía moral, sino porque, si no, no es viable la vida humana. Si en vez de puentes estamos tendiendo murallas, no va a ser viable el reencuentro del que habla el Papa. Numa, ¿cómo lo ves?

—(NM) Yo creo que así como habla el Papa de los artesanos de la paz, tenemos que hablar de los artesanos de la esperanza. Y esos muchachos que tú encontraste, Javier, que decían: “Nosotros creemos que nuestro trabajo y nuestra apuesta le da esperanza a otros jóvenes que han perdido la esperanza”, esos son artesanos de esperanza. Pero artesana de esperanza es también la señora que en el barrio, todos los días, se levanta a trabajar por su comunidad, que además es la catequista del pueblo, que además es animadora de la palabra pero que, por otra parte, también lucha para que le lleguen las bolsas de la comida a la gente. O sea, esos son artesanos de esperanza. Tal vez no lo vemos.

Una de las cosas que me he encontrado, hablando de artesanos, es que esas personas no las ves con un pesimismo o diciendo: “Esto no se puede.” No, no; calladito, saben que la cuestión es difícil, pero en el fondo no están mirando el ahora. No se quedan aquí en el presente, sino que el hombre o la mujer que tiene una mirada esperanzada siempre tiene un horizonte. No se queda aquí. Dicen: “¡Ok! Sí, aquí  ahora, en este momento, hay un huracán, pero no va a  estar todo el tiempo. Esto va a pasar y yo me voy a levantar y voy a seguir caminando.” Y es lo que uno percibe en el pueblo que es artesano de esperanza por sí. El pueblo es artesano de esperanza, por esencia.

Por esencia. Porque tienen que estar todos los días reingeniando la vida y en ese reingeniarse la vida, ¿qué está de fondo? Bueno, está la fe y está el amor. Y no puede existir la esperanza sin esas otras dos virtudes.

Artesanos en el largo aliento

—(JC) Yo sumaría a eso que plantea Numa. Me gusta el término “artesano de la esperanza”. También un hecho que para mí es importante, algo ya dejabas entrever tú… El artesano de la esperanza, lo es  en ese horizonte que tiene largo aliento. Lo  que los motiva es también la búsqueda de la superación. Porque el artesano de la esperanza, para mí, y es el valor que tenemos que rescatar, no puede ser el que se acostumbra solo a reaccionar, sino el que cree que tiene algo por mejorar. El que cree que vale la pena, no porque va a obtener una recompensa necesariamente en lo material, sino porque va a obtener una superación de su propio estado espiritual, emocional y que lo va a llevar a ser acompañante. Porque creo que un artesano acompaña a otros artesanos. 

Es ayudar a superar todo aquello que niegue la humanidad de la gente. Y en eso sí siento yo que los sectores más populares están dispuestos al encuentro permanente. Ellos viven  eso con naturalidad.  Pienso que en eso sí nos dan una señal de cómo intentar superar la situación, acompañando procesos y teniendo un horizonte adelante. Porque tampoco es artesano de la esperanza el que vive desde la frustración.

Pero hay gente que vive legítimamente una frustración, y allí creo que nosotros estamos llamados a saber acompañarnos y entendernos. Cierro con lo del principio ignaciano de tiempos, lugares y personas. Claro, siento que es muy bonito cuando nosotros sabemos acompañar los procesos de esperanza reconociendo que todos somos un tiempo, un lugar y una persona distinta, aun cuando estemos en un mismo lugar en los casos que ustedes están hablando, tanto en el tuyo, comunitario, la señora que distribuye las bolsas y tal, etcétera, y lo que están planteando los muchachos que quieren ayudar a los demás… 

Superar los problemas primero

—Hay un tema que surge que me gusta mucho y que creo que podemos vincularlo, también podemos entrarle un poquito,  el de las soluciones. Al fin y al cabo, José Antonio Marina, filósofo español, plantea que los conflictos, el conflicto en sí mismo, difícilmente tiene solución. Lo que tiene solución son los problemas. Entonces, yo creo que en la medida que el venezolano se arremanga la camisa  y dice: “Vamos a buscar soluciones a nuestros problemas”, en ese momento podemos superar los problemas y conseguir soluciones.

—(NM) Mira, yo creo que el problema se soluciona afrontando el problema. Yo suelo decir que a la adversidad no se le debe tener miedo, sino que se le debe afrontar. Porque si yo le temo a la adversidad, la adversidad sigue ahí. Exacto, lo adverso sigue ahí. Yo tengo que buscarle una salida, y una de ellas es afrontando el problema. ¿Y el problema cómo lo afronto? Se afronta dialogando, se afronta limando asperezas, siendo puente. Viendo una de las cosas que yo creo que es buena y que la veo mucho en la gente, es el cómo coincidimos en lo que nos une, los puntos de encuentro para construir esperanza. Y eso sería parte de la artesanía de la esperanza.

—(JC) Sí, claro. Esa es parte de la artesanía. O sea, vamos a ver qué nos une como venezolanos, no lo que nos divide. Eso ya lo sabemos, lo que nos divide no. O sea, no vamos a sentarnos aquí, eh, tú, caraquista, y yo, magallanero, a ver cómo resolvemos el problema, no del béisbol. No, vamos a partir de lo que nos une, es que nos gusta el béisbol, por ejemplo. Y desde ahí vamos a partir. Exacto. Entonces, vamos a partir, por ejemplo, en una cosa que siempre nos une: el amor a Venezuela, el amor a la patria, ¿no? Y desde ahí tú y yo, si somos hermanos, estamos peleados, pero resulta que está mi papá enfermo, nuestro padre enfermo. Entonces, nos une ese viejo que está enfermo, y se acabaron las rencillas de familia, ¿no? Porque por encima de todo, está un amor que nos une. Y yo creo que eso es fundamental en la construcción de la esperanza.

No debemos olvidar que estamos viviendo en el mundo ya ni siquiera mediático, sino de redes. El mundo de las fake news, el mundo de la violencia y de las malas noticias. Y todo eso conspira contra la esperanza. Todo eso le tumba la esperanza a la gente. Una mala noticia. O sea, de momento tú eventualmente creías que una situación se iba a resolver de un modo y entonces te hacen pasar un día o dos  pensando que todo se acabó, que ya no se puede resolver nada, y resulta que era mentira difundida en las redes. Entonces, eso conspira, eso va en contra de las cosas buenas que podemos construir. Siempre la mentira será enemiga de cualquiera de las virtudes teologales.

La necesidad del encuentro

—Sí, por supuesto. De la fe, de la esperanza, y del amor. Sí, claro. Siempre la mentira será enemiga porque divide, porque genera discordia, porque confunde, porque nos puede poner a pelear a ti y a mí como hermanos.

—(NM) Sí, sí, así es. Incluso en la Fratelli tutti Francisco plantea la necesidad del diálogo para el encuentro y para la ayuda. O sea, si queremos encontrarnos para ayudarnos, tenemos que dialogar. Y establece siete verbos que lo hablamos la vez pasada, Javier. Me gustan mucho, los voy a leer. Los siete verbos que plantea en la Fratelli tutti dicen: acercarse, que es una cosa espectacular. Acercarse, vamos, ¿cómo estás?, ¿cómo te va?. Expresarse, la capacidad que tenga el otro de echar su cuento. No nada más mi versión. Mirarse, que es una cosa tan bonita y que a veces se pierde. Conocerse y reconocerse también. Tratar de comprenderse. Fíjate que no dice comprenderse. Francisco dice: “Tratar de comprenderse”. Y por último dice: “Para buscar puntos de contacto”, puntos de encuentro. 

—Yo creo que ahí hay una receta bastante factible de repetir para las experiencias comunitarias que ustedes comentaban anteriormente. Yo creo que más que receta, ahí hay insumos, ahí están los ingredientes. Hablando después, cómo lo vamos a mezclar dependerá mucho también de cada contexto. Me gustaría volver atrás, no dejar pasar en torno a la pregunta anterior de los conflictos y cómo se puede manejar. 

—(JC) Yo creo que una de las grandes dificultades que hemos tenido como sociedades occidentales, por usar una expresión, o como la sociedad venezolana, es que generalmente creemos que el conflicto se resuelve generando uniformidad, negando o imponiéndose al otro, al que piensa distinto. Y yo creo que eso es una visión que debemos superar. Y por eso me gusta lo que tú decías de las distintas versiones porque  aun cuando la verdad es única, la verdad para nosotros es la verdad revelada de la palabra que se hizo hombre Dios. Esa es la verdad que para nosotros no tiene discusión, pero las otras verdades están mediadas por acervos culturales, por posiciones políticas, por historias, circunstancias. Aquello de Ortega y Gasset: “Soy yo y mis circunstancias.” Y esa verdad única, unívoca, siempre va a ser muy difícil de conseguir. Entonces, la mejor manera de conseguirla es lo que decía el poeta Machado: tu verdad no, nuestra verdad y vamos a construirla. Creo que eso es una invitación también muy importante. Y cierro citando también a Francisco en Fratelli tutti. No me acuerdo el numeral exacto, pero él dice: “Solos corremos el riesgo de ver espejismos.” Y a mí me encanta eso porque es como decir… ojo, que ninguna versión, ninguna visión del mundo y de la humanidad se puede construir desde la soledad… Y por eso el Papa dice que se construye en consenso. Porque solos corremos el riesgo de ver espejismos y siento que, volviendo al tema de la artesanía de la esperanza, qué bueno sería que esta (la esperanza) se parezca cada vez  más a una realidad y no al espejismo que da estar aislado y desconectado.

Lo que rescatan el uno del otro

¡Chévere! Fíjense, ustedes conocen la dinámica de este podcast, entonces lo que vamos a hacer es lo de siempre. La máxima ignaciana de salvar la proposición del otro. Pensándolo bien, tú Javier, ¿qué encontraste en Numa que quieres rescatar? Y por supuesto Numa, lo mismo tú, pensándolo bien, ¿qué encontraste en Javier que quieres rescatar? Y con eso cerramos este episodio.

—(JC) Comienzo yo. Pensándolo bien, me quedo o valoro el término de la artesanía de la esperanza, porque creo que nos da una clave interpretativa novedosa y que puede ser útil para el momento que vive el país y para el momento que vive la humanidad.

—(NM) Yo pensándolo bien, la alusión que hizo Javier a la realidad, la esperanza conectada con la realidad me sonó muchísimo porque me llevó también a esa otra reflexión de que la realidad, siempre, está preñada de esperanza, está embarazada de esperanza. O sea, mirar la realidad como algo que lleva de por sí una semillita llamada esperanza, y desde ahí diríamos agigantar y mirar con horizonte. Eso me gustó muchísimo y bueno, todo el trabajo que estás haciendo en contacto con las comunidades, porque desde ahí es de donde se va a sacar la verdad. La verdad surge de ahí, del contacto con la gente. No la construyamos en escritorios, porque corremos el peligro de escribir muchas tonterías que están muy alejadas de la verdad. Se corre el riesgo de burocratizar la verdad.

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