Humberto García Larralde
Los venezolanos, como quienes nos observan desde allende las fronteras, tienen que estar decididamente perplejos ante la negativa del gobierno a enmendar su obstinado apego a medidas que de manera notoria han destruido la economía nacional y, con ello, los medios de sustento de la población. En lugar destacado se encuentra el insensato control de cambio. Desde una óptica económica ha generado efectos totalmente opuestos a los que justificarían su implantación. Lejos de detener la fuga de capitales, la ha estimulado: Desde 2003 (cuando se implantó) hasta el tercer trimestre de 2014 –último registro del BCV- se han fugado por las cuentas financiera y de errores y omisiones de la balanza de pagos, más de USA $ 192 millardos. Esta cifra supera en más de 10 veces el total de recursos que salieron del país en los 40 años previos a Chávez (1959 a 1998). En vez de parapetear la moneda nacional, el control de cambio la ha degradado a niveles ruines. Y las reservas internacionales están en el nivel más bajo desde octubre de 2003, con una cobertura del bolívar[1], al tipo de cambio oficial de Bs. 6,3/$, ¡de apenas 6%!
Tampoco pueden esgrimirse razones de “justicia social”, amparadas en la cínica consigna de que “las divisas son del pueblo”. El anclaje de precios en un dólar controlado en absoluto frenó la inflación: los últimos dos años ésta ha sido la más alta del mundo y, para 2015, estará en el rango de los tres dígitos. Y la importación de alimentos con el dólar a 6,30 no contuvo el alza de precios de este sector, que ha sido el más alto de la canasta de consumo. Pero sí sobrevaluó la moneda nacional y contribuyó, junto al acoso al sector privado, a arruinar la producción doméstica. Con ello contribuyó a profundizar la terrible escasez de bienes e insumos que amenazan hoy con sumir al país en una crisis humanitaria de proporciones africanas. Además, el racionamiento de la divisas a precios ridículamente bajos ha disparado el dólar paralelo –y detrás de él al SIMADI- hasta situarlo, al 11 de mayo de 2015, 45 veces más caro que el dólar oficial. Y, ante la escasez de divisas y la cuasi imposibilidad de acceder al dólar a Bs. 6,30, esta tasa estratosférica ha devenido en referencia obligada para la fijación de precios, pues sólo con ella se garantiza la reposición de inventarios. Tenemos una economía dolarizada pero a la tasa “paralela”, haciendo de este disparatado esquema cambiario un poderosísimo nutriente de la inflación[2]. Lo peor es que el alza del “paralelo” se ha convertido en una “profecía autocumplida”: como todo el mundo vislumbra que va a subir el dólar, mejor comprarlo ahora, con lo que –efectivamente- se encarece aun más. Y pensar que un ajuste macroeconómico integral, con financiamiento externo y garantías que restablecieran un clima de confianza para el empresariado, permitiría unificar el precio del dólar en torno a sus valores de equilibrio -aquel que equipara el poder adquisitivo externo del bolívar con el interno-, casi siete veces más barato, hoy, que el paralelo. El libre acceso a un dólar así, en una economía abierta a la competencia, estabilizaría los precios a niveles bastante inferiores a los actuales.
No se levanta el control de cambio por razones ideológicas, ripostan otros. ¡Vade retro con cualquier programa de ajuste que medio huela a neoliberalismo!, gritan los más fanáticos. ¡”No debemos traicionar el legado del comandante”!, se persignan los devotos. Pero no, si bien la obnubilación ideológica –ignorancia- dispensa tener que admitir el fracaso de esta medida y podrá tranquilizar la mala conciencia de quienes sí se dan cuenta del desastre que provoca, ningún gobierno se suicida adrede. Tiene que haber otra razón para mantener el control de cambio. Y la hay.
“Es que su objetivo es político” –confiesa el cándido Aristóbulo. Pero no en el sentido de conquistar voluntades a favor de la política gubernamental: la mantención del control de cambio ha sido un desastre para la popularidad del gobierno. Se trata de preservar el usufructo de los dólares para un grupo, cuya identidad se define en términos políticos. Son las transacciones de divisas controladas y sigilosamente resguardadas de los ojos escrutadores del público las que han permitido el lavado de $4,2 millardos descubiertos en el Banco de Andorra, los $12 millardos depositados en el HSBC sin el asiento correspondiente en los balances del Banco del Tesoro, el auge del narcotráfico custodiado por el “cartel del sol” y las fortunas acumuladas afuera por los Andrade, Derwick, Ruperti y por muchos “revolucionarios”. Es el control de cambio lo que ha permitido a Maduro boncharse los dineros del país viajando a todos lados sin propósitos claros, con amigos, familiares, personal de servicio y enchufados, mientras los venezolanos se hunden en la miseria[3]. ¿Podrían Jaua y otros jerarcas de la “revolución” financiar giras al exterior con tanta libertad, con niñera incluida, sin el control de cambio? Pero más allá, ¿Se hubiera podido construir la red de complicidades y de negocios con el Hizbolá y con otras organizaciones terroristas de no preservarse los dólares para uso discrecional de Chávez y su equipo? ¿Cómo ocultar el trasvase depredador de fortunas a Cuba -100.000 barriles diarios de petróleo a cambio de “médicos”- si no existiese el control de cambio? ¿Las costosas campañas publicitarias en el extranjero de Maduro se harían con tanta desfachatez sin el control de cambio? ¿Y las “ayudas” y otros regalos a presidentes “amigos”? Y, por último, ¿No sería bastante menos atractivo trasvasar productos regulados a Colombia y las Antillas si no existiera la posibilidad de cambiar lo colectado a la tasa del dólar paralelo? ¿Y qué del absurdo subsidio –regalo- de la gasolina, que permite cobrar más allá de la frontera y a la tasa paralela más de 2.500 veces lo que costó adquirirla en Venezuela? ¿Cómo extorsionar a empresarios y público en general, sin el anzuelo del dólar barato? ¿Cómo asfixiar a la prensa independiente si no se les niega el acceso a la divisa?
En fin, el control de cambio es la pieza central del manejo patrimonialista del Estado por parte de la oligarquía militar-civil que controla el poder. Un “socialismo” donde se ha privatizado el usufructo de lo público para beneficio de los “revolucionarios”. El control de cambio, junto a los demás controles, es el sustento de la corrupción en Venezuela. Recordemos que Al Capone se hizo poderoso gracias a la prohibición del alcohol que le permitió conquistar, a sangre y fuego, el rol de proveedor monopólico. Y el negocio multimillonario del narcotráfico que azota a muchos países de América Latina crece precisamente porque es ilegal. Los controles y regulaciones prohibitivas constituyen el caldo de cultivo que alimentan las mafias que intermedian entre oferentes y demandantes, más cuando cuentan con complicidad desde los más altos mandos. Y Venezuela no es la excepción. Las decisiones sobre asuntos económicos responden a incentivos. Con tan poderosos alicientes ¿Estará la oligarquía interesada en levantar el control de cambio?
Durante el último año del gobierno de Caldera, el precio de exportación del barril de petróleo venezolano era de $10. La economía estaba lejos de ser boyante, había crisis y descontento, pero ni remotamente se padecían los niveles de escasez e inflación actuales. El barril de petróleo a $47 para lo que va del 2015 no tiene por qué significar una tragedia para la economía. Sí lo es, lamentablemente, el control de cambio y demás políticas expoliadoras de la oligarquía.