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La próxima piel

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image-17-717x1024Mezcla de thriller y drama que aborda el tema de la identidad

Julio Vallejo Herán

La imagen de la nieve licuándose en una zona rocosa abre La próxima piel. Ese instante se convierte en el perfecto resumen de un filme donde los personajes han mantenido una parte de su pasado congelado hasta que un suceso inesperado, la aparición de un adolescente que se dio por muerto nueve años atrás en los Pirineos, les hará enfrentarse a un acontecimiento –su particular deshielo–que la mayoría de ellos quiere olvidar.

Isaki Lacuesta e Isa Campo, dos directores que firman por primera vez juntos un largometraje después de años de colaboración profesional y vida en común, nos regalan un drama con forma de thriller que basa gran parte de su suspenso en la identidad de su personaje principal, un adolescente que todavía se está formando como individuo, pero parece haber olvidado, a causa de un hecho traumático, los primeros años de vida. El regreso a su supuesto hogar provocará los recelos de algunas personas que le conocieron cuando era un niño. El punto de partida no es precisamente original.

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A primera vista no estamos tan lejos de la historia que nos contaban El regreso de Martin Guerre y su particular remake americano, Somersby, aunque fueran películas de época y nos encontráramos con un protagonista adulto que regresaba al hogar años después de marcharse y sembraba las dudas de su esposa, que encontraba muy cambiado emocionalmente a su marido. Por otro lado, la trama de La próxima piel recuerda en numerosas ocasiones a El impostor, curioso docudrama que abordaba el caso de un joven que se hizo pasar por un niño desaparecido años atrás a pesar de las diferencias físicas que había entre ambos. A diferencia de aquel trabajo de Bart Layton, Lacuesta y Campo apuestan claramente por la ficción, se desvinculan de un hecho real determinado y juegan claramente la carta de la incertidumbre acerca de la identidad del personaje principal que, por momentos, puede parecer el chico desaparecido o un farsante.

Se presenta, así como una particular cinta de suspenso, aunque el libreto, firmado por los directores y Fran Araújo, no haga trampas, como suele ocurrir en gran parte de los whodunits que pueblan muchas producciones para la gran pantalla y la televisión. Elude en todo momento despistar al espectador sembrando falsas sospechas. Por el contrario, traslada las incertidumbres de los personajes a todos los espectadores. No hay impostura en la angustia que invade por momentos a ese adolescente al borde de la mayoría de edad que realmente pone en cuestión que él sea aquel pequeño que desapareció tras el fallecimiento del progenitor. Incluso se interrogará sobre si merece la pena quedarse con una parentela que oculta aspectos muy oscuros de su pasado. Las preguntas le surgen también al educador que ha acompañado al joven, que llega a dudar de la verdadera identidad del chico y parece preguntarse si su deseo de lograr que el muchacho encaje en su supuesta familia es solamente una proyección de lo que hubiera querido para él mismo, un huérfano que ha crecido en soledad. Curiosamente, aquellos con los que comparten lazos de sangre con el muchacho parecen menos confusos sobre la identidad del joven.

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Su madre, una mujer a la que se intuye un pasado duro y una dependencia del sexo opuesto, ve en este hijo recuperado una posibilidad de reconstruir su vida lejos de un lugar que le trae terribles recuerdos. El espectador, sin embargo, no puede discernir claramente si su aceptación sin reservas de ese joven que dice ser su vástago responde a un particular instinto maternal o una suerte de autoengaño. Por el contrario, su cuñado no duda en ningún momento que el que dice ser su sobrino es un farsante, aunque no tenga demasiadas pruebas que lo demuestren. No obstante, como el resto de personajes, tiene sus razones para querer que la verdad no se aclare: su relación sentimental con la esposa de su hermano se acabaría y la verdad acerca del suceso ocurrido hace casi una década podría eliminar los ya de por si frágiles cimientos de un clan carcomido por la mentira y el ocultamiento.

Es certera la ambientación en un pueblo de los Pirineos. El aislamiento del lugar y el aburrimiento de unos habitantes que soportan como pueden el duro invierno aumenta la angustia de los protagonistas y los encierra más si cabe en sus problemas íntimos. Por otra parte, la pareja de directores se destaca como espléndidos narradores que basan gran parte de su efectividad en la acertada dirección de un reparto perfecto. Àlex Monner aporta sensibilidad y ambigüedad a un chico amnésico y atormentado. Igualmente, excelentes son los trabajos de una gran Emma Suárez, que impregna de fragilidad a esa mujer baqueteada por la vida a la que el destino le da una segunda oportunidad, o Sergi López, espléndidamente intenso en el papel de un hombre rudo que observa cómo su aparentemente tranquila existencia se encuentra inesperadamente amenazada por un chico que podría ser el hijo de su hermano fallecido. En definitiva, La próxima piel se alza como uno de los mejores thrillers dramáticos españoles de las primeras décadas del siglo XXI y pone de manifiesto que uno de sus realizadores, Isaki Lacuesta, inquieto cineasta al que debemos títulos como La leyenda del tiempo o El cuaderno de barro, puede abordar proyectos más clásicos y solamente en apariencia más accesibles sin abandonarse a la más insípida comercialidad.

Fuente: http://www.cineparaleer.com/critica/item/1976-la-proxima-piel

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