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La provocación como estrategia

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Por Jesús Alberto Castillo

Carl Von Clausewitz, reconocido militar prusiano, una vez sentenció que “la guerra es la continuación de la política por otros medios”. Esta aseveración es ilustrativa para comprender que la praxis política es una dinámica permanente de actores que luchan entre sí por la toma del poder. Por tanto, quien pretenda permanecer en el poder debe tener claridad de conocer al adversario y usar las estrategias necesarias para debilitarlo.

De eso sabe muy bien los que han detentado las riendas del Estado venezolano por más de 23 años, gracias a la asesoría de expertos foráneos en estrategia militar a quienes pagan mucha suma de dinero. No es casual que han sido exitosos en pruebas comiciales, a pesar de haber condenado a la miseria a millones de venezolanos y ser minoría electoral. Están claros en el viejo axioma “divide y reinarás”. Mientras su adversario luce desorientado, desunido y desconectado de los reales problemas sociales.

Los números recientes de diversas encuestas hablan por sí solos. Más del 44 % de los venezolanos no se identifica con el liderazgo oficialista ni opositor, apuesta por un outsider. Es una clara señal que los partidos políticos están atravesando su peor momento y el Gobierno no cuenta con los números suficientes para continuar con su hegemonía política por más que intente liberar la economía, profundizar la “candidaturitis” en la oposición y montar su 1×10 en la plataforma Patria. Tiene que reinventar su estrategia para acorralar a su adversario y ponerlo a jugar en su propio terreno.

No es casual, entonces, que recurra a la provocación como estrategia. Necesita inducir nuevamente la polarización para justificar su “Razón de Estado”, parafraseando a Maquiavelo. El oficialismo, como parte de su laboratorio político, crea condiciones para el malestar social. Comienza una escalada de persecución contra dirigentes sindicales, impone una tabla salarial aplanada de ONAPRE, cede un millón de hectáreas de Venezuela al gobierno de Irán, anuncia una reforma a la Ley de Ejercicio del Periodismo, sentencia a 8 años de prisión a Juan Requesens, solicita la extradición de Julio Borges, decreta orden de captura a la periodista Carla Angola y devela un supuesto plan de magnicidio contra Maduro. Un libreto bien estudiado para recrudecer la polarización, fenómeno que lucía aparentemente frenado en los últimos tiempos.

El Gobierno trata de ganar tiempo. Calcula cada paso de su adversario. Monitorea la situación país. Ensaya permanentemente con su poderosa y costosísima Sala Situacional. Trata de reeditar el mismo escenario del 2017 donde hubo una gran escalada de protestas en medio de un clima de desabastecimiento de alimentos. Muchos jóvenes perdieron la vida en medio de una política represiva de Maduro y la dirigencia opositora fue desarticulada. El resultado: el Gobierno adelantó las elecciones en mayo del 2018, con un adversario diezmado, y ganó con un caudal electoral menor. Salió ileso de una situación catastrófica.

El asunto es preocupante porque aún persiste en la mayoría del bando opositor la tesis de alimentar candidaturas propias en los partidos como mecanismo democrático para derrotar al régimen. Ilusión vana para una dirigencia que no ha comprendido que es hora de los ciudadanos, no de los partidos políticos que apenas llegan al 31 % de la preferencia electoral con su sumatoria. Más allá de las buenas intenciones que dicha proclama encierra, no deja de ser una ilusión más en el crudo tablero que es la política. El dirigente político debe dar una buena lectura a los números para manejar estrategias ante los escenarios probables.

A pesar de esas debilidades en el bando opositor, los números siguen adversos al Gobierno. Los ciudadanos no tienen confianza en que la economía se recupere con Maduro en el poder. Esa es una buena señal, reforzada por la disposición de más de un 64 % de los venezolanos en acudir a votar por un cambio de Gobierno. He aquí el dolor de cabeza de Maduro y el oficialismo: ser derrotados en las elecciones presidenciales. Eso es posible, pero depende de la estrategia asumida por la oposición.

Por ahora, el oficialismo evalúa cada jugada y coloca piezas en el tablero. La oposición sigue distraída en una proliferación desmedida de candidatos. Debería enfocarse en los números que reflejan las encuestas y no morder el “peine” del Gobierno. Ha de entender que su gran prueba de fuego en esta guerra permanente es la elección presidencial y no distraerse en otros asuntos. De ella depende los demás escenarios de la guerra. Tiene que evitar que se polarice nuevamente el país y apuntar hacia un liderazgo que aglutine a los diversos sectores sociales, incluidas las organizaciones partidistas, y genere confianza a las inversiones para reactivar la economía. Ese liderazgo está visible, pero no ha querido salir al ruedo ante lo movedizo que se encuentra el terreno de batalla. Como buen estratega evalúa el entorno, pero sigue reorganizando sus fuerzas para salir oportunamente al campo de batalla. Es cuestión de tiempo.

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