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La política como protagonista

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Piero Trepiccione

Desde mucho antes que Gustavo Petro terminara ganando las elecciones presidenciales en Colombia en junio de este año, el tema Venezuela se posicionó con gran fuerza en el debate electoral previo. Y es que, en muchos aspectos, toda la complejidad de la relación entre estos dos países del norte de Suramérica ha impactado la cotidianidad de miles y miles de personas que cruzaban habitualmente la frontera por negocios o por temas familiares. La desbordada migración desde Venezuela hacia Colombia en los últimos años, las enormes diferencias entre los gobiernos, la proliferación de grupos irregulares armados a ambos lados de la frontera y el deterioro abrupto del intercambio comercial formal, se convirtieron en una verdadera papa caliente con consecuencias dramáticas.

Era imposible para ambos gobiernos continuar con ese esquema de disputa diplomática que se convirtió en una camisa de fuerza que afectaba fundamentalmente a la población de ambos Estados. La campaña electoral colombiana así lo reflejó y de inmediato Petro, al posicionarse como nuevo jefe de Estado, comenzó a reactivar la relación diplomática con el gobierno de Maduro, aún con diferencias notables en los estilos y en las formas que desde años atrás, marcaron cierta distancia del nuevo mandatario colombiano con la revolución bolivariana. Se designaron embajadores y Bogotá dejó de reconocer a Juan Guaidó como presidente interino de Venezuela. La política comenzó a reaparecer en una relación rota que afectaba a la gente y también a los Estados.

La denominada “diplomacia de los micrófonos” está comenzando a dar paso a un pragmatismo cuyo objetivo central es “resolver” temas de interés mutuo. Colombia no la tiene nada fácil en este empeño. Su relación histórica con los Estados Unidos que pasa más allá de temas estrictamente políticos, por un intercambio comercial demasiado importante, obliga a Petro a ser extremadamente cauteloso. Aunque muestra una línea discursiva que da preeminencia a una Colombia más independiente en su accionar diplomático, debe cuidar las formas para mantener un nivel de equilibrio económico que le permita llevar a cabo importantes reformas en una sociedad con profundas diferencias internas.

Aunque el mercado venezolano en la actualidad está bastante debilitado por años de políticas económicas erráticas, sigue siendo muy importante para Colombia sobre todo en asuntos de complementariedad, amén de las implicaciones geopolíticas y geoestratégicas. Relanzar las relaciones con el gobierno de Venezuela le permite a Petro abrir un juego de ajedrez que le puede llevar a estadios de ganancia regional y continental. Maduro, obviamente, no es un actor político fácil y sus principales intereses pasan por seguir recuperando legitimidad internacional, aupar el levantamiento de las sanciones internacionales que pesan sobre su gobierno y aumentar los ingresos fiscales de un Estado enmarcado en un colapso total de sus finanzas públicas. Ha jugado duro y ha ganado terreno interno y externo. Su privilegiada posición de poder interno en Venezuela, gracias a una fragmentación atípica de las fuerzas opositoras, le permite un margen de cierta comodidad en sus negociaciones directas con el nuevo gobierno de Petro. Obviamente, están bajando los “dimes y diretes” en la relación binacional, pero el choque de intereses es algo con lo que se tendrá que lidiar en un alto perfomance de política real.

La política como protagonista
Crédito: AP / Ariana Cubillos

Petro ha jugado duro a la política y lo seguirá haciendo. Cuando dijo: “Para que la paz sea posible en Colombia, necesitamos dialogar, dialogar mucho, entendernos, buscar los caminos comunes, producir cambios” está enviando un “metamensaje”. Cuando afirma “… el cambio climático es una realidad y es urgente, no lo dicen las izquierdas ni las derechas, lo dice la ciencia […] debemos tener un modelo sostenible, una economía amigable con el medio ambiente” nos está indicando que la ideología no es su prioridad sino la conciliación de fórmulas para alcanzar los objetivos. Esto puede aplicar para Venezuela, al menos en estas primeras etapas del relanzamiento binacional. También dijo que él no “divide la política entre las izquierdas y las derechas” con lo cual, nos muestra a un líder que ha experimentado fases importantes de formación y experiencias en su recorrido por el mundo de la política que va a poner al servicio de su proyecto, y que el tema Venezuela es una prueba enorme en esa dirección.

Maduro también ha demostrado ser un “duro” de la política aunque con un acento marcadamente ideologizado en su narrativa, pero con bemoles diversos en su visión económica. Para sobrevivir a la crisis multidimensional generada por políticas públicas que socavaron la productividad nacional y mermaron al sector privado, ha venido dando un giro extremadamente pragmático, criticado severamente por sectores dogmáticos de las fuerzas de izquierda que respaldaron a la revolución bolivariana inicialmente, acusándolo de dar un supuesto giro hacia el neoliberalismo tan criticado por su predecesor Hugo Chávez y él mismo en el pasado reciente. Sin embargo, muchos analistas afirman que su forma de “gerenciar” la política le ha permitido “colapsar absolutamente” a sus adversarios. Veremos cómo le va a Maduro en este nuevo esquema de relación bilateral donde los compromisos de Estado serán claves para avanzar o retroceder.

Maduro se mostró abiertamente partidario de una victoria de Petro en Colombia. En plena campaña electoral él, junto a algunos voceros del gobierno y del propio Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV), declaraban en diversas oportunidades el deseo de una victoria de la izquierda en el vecino país. Aunque Petro cuestionó en diversas oportunidades el desastre humanitario de Venezuela y afirmó que él no seguiría el mismo modelo por las consecuencias vistas, muchos sectores políticos colombianos, venezolanos y continentales, abrieron un margen de duda sobre la posibilidad de una nueva alianza entre ellos. La realidad nos muestra un camino de acercamiento, pero con cautela.

Esta relación binacional está fundamentada en dos variables claves: los desequilibrios fiscales de ambos Estados (en este caso más el de Venezuela que el de Colombia, pero para esta también es un problema por las promesas de cambio de Petro que requieren financiamiento) y la compleja dinámica de relaciones fronterizas impactada por la migración masiva de venezolanos y la presencia de grupos irregulares con gobernabilidad casi plena en amplios sectores territoriales, que operan negocios fraudulentos al margen de la ley y con un largo historial. Estas particularidades requieren decisiones políticas claves que luego se conviertan en medidas de Estado para facilitar la vida a millones de personas que se mueven en ambos sentidos, y potenciar las inversiones públicas para promover el desarrollo y la influencia estatal. Petro pareciera tenerlo más claro en las primeras de cambio. Sus prioridades van por estas líneas. Maduro, en cambio, no. Esto refleja una situación inicial de relanzamiento en términos desiguales que pudiera sembrar el camino de marchas y contramarchas.

La frontera entre Colombia y Venezuela es un límite internacional continuo de 2 mil 219 kilómetros que separa a los territorios de ambos países, con un total de 603 hitos que demarcan la línea divisoria. Es muy extensa y con una dinámica demasiado activa. Históricamente, más allá de los problemas políticos recientes, no ha sido fácil garantizar la gobernabilidad de esas zonas. Ha habido fallas de control de parte y parte. Del lado colombiano, los movimientos irregulares armados han tenido una influencia determinante que ha impedido una presencia permanente de las autoridades. Del lado venezolano, ni se diga. Durante mucho tiempo significó una ruta de escape de los grupos colombianos y últimamente ha servido de cobijo a nuevos grupos armados que operan sobre la base del narcotráfico, extorsiones y otros negocios fraudulentos cuya influencia ya se extiende inclusive a estados como Zulia, Apure, Táchira, Barinas, Portuguesa, Trujillo, Falcón y Lara. Todo ello por las decisiones estúpidas basadas en arranques de ira de los mandatarios, en lugar de decisiones frías y calculadas sobre la base del interés mutuo y de los Estados.

Ante ello, si se quiere realmente que la economía y el control institucional recupere los espacios fronterizos; que los ciudadanos a ambos lados de la frontera sean beneficiados con atención pública y gobernabilidad; que los negocios irregulares al margen de la ley den paso a un desarrollo armónico legal que genere ingresos fiscales y que la democracia recupere los espacios de convivencia, la política debe reaparecer con mucha fuerza como ha venido siendo en estas últimas semanas. Son decisiones difíciles y no todos se van a sentir a gusto. La oposición colombiana y venezolana han dejado muy claros los cuestionamientos al proceso. Existe mucha desconfianza aún y un sinfín de actuaciones recientes de la diplomacia norteamericana, europea y de diversos países latinoamericanos que hay que ir desmontando paso a paso para abordar de una manera diferente el caso del conflicto político interno de Venezuela y sus impactos regionales. También hay que pensar en cómo fortalecer la fuerza política opositora venezolana para garantizar los equilibrios democráticos necesarios. 2023 y 2024 van a ser años que redefinirán el rumbo de la geopolítica continental. Algunas elecciones presidenciales y parlamentarias tendrán un profundo impacto en la región y particularmente en la relación binacional colombo-venezolana.

El petróleo, el carbón, la ecología, la migración, el gas, la nación wayuu, la frontera común extensa, la relación ideología-pragmatismo, la Comunidad Andina de Naciones, las zonas económicas especiales, los grupos irregulares armados, el narcotráfico, la historia; son demasiados elementos que requieren ser abordados con políticas públicas sostenibles e integrales. Pero para que ello ocurra, la política debe recuperar el protagonismo esencial. La política vista como la maduración de decisiones racionales, no viscerales, como ha ocurrido en los últimos tiempos. Una alta política que se sacuda la inmediatez y se afinque en un horizonte estratégico que beneficie a ambos Estados y sus poblaciones. Petro y Maduro tienen una enorme responsabilidad en ello, más allá de sus procesos políticos particulares necesitan mostrar resultados prácticos que generen beneficios a ambos lados de la frontera. La política deberá dar fluidez al resto de los procesos.

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