Esta vez no nos pondremos especialmente creativos ni con la foto portada, ni con la frase que servirá de titular de este número de la revista. El mensaje será concreto, evidente, directo: la persona en el centro.
Ya nos lo ha repetido varias veces el papa Francisco, necesitamos
(…) una visión ética renovada que sitúe a las personas en el centro, con la intención de no dejar a nadie al margen de la vida. Una visión que une en lugar de dividir, que incluye en lugar de excluir. Es una visión transformada teniendo en mente el objetivo final y la meta de nuestro trabajo, de nuestros esfuerzos, de nuestra vida y de nuestro pasaje en esta tierra.1
Pero quizás sí sea pertinente que nos detengamos en el concepto de persona, porque precisamente para eso son los conceptos, para definirnos y evitar así confusiones, interpretaciones inconvenientes, errores. Así lo dice la conseja popular: la suposición es la madre de todas las equivocaciones.
Como ya hemos señalado antes acá, en las páginas de nuestra revista SIC2, el concepto de persona ha sido tan negado, tan mal definido, que ni en los diccionarios se nos ofrece una buena explicación. La Real Academia Española nos dice que persona es aquel individuo de la especie humana. Es, pues, una clase de individuo, para los seres humanos, un sinónimo de individuo. Pero esta definición no solo es imprecisa, sino además insuficiente e inconveniente.
Sin embargo, para el cristianismo, el concepto de persona posee una importancia capital, fundamental, esencial.
Comenzando con el poeta y filósofo romano Boecio y luego el mismo Santo Tomás de Aquino, hasta llegar al actual Catecismo, se ha procurado siempre otorgar especial precisión para llegar a definir la persona como aquella sustancia individual de naturaleza racional (rationalis naturae individua substantia).
Quizás pueda resultar abstracta esta definición. Pero no lo es.
La persona es sustancia porque se trata de un ser que es en sí mismo. Es individual porque constituye una unidad, distinta de cualquier otra. Es de naturaleza racional (y es lo que nos hace seres únicos y especiales) porque esa racionalidad es lo que nos lleva a la trascendencia.
De allí surge la dignidad de la persona, como concepto y también como exigencia, como bien nos lo ha explicado el P. Trigo, SJ: “Lo más grande que tenemos y somos es nuestra condición de personas. Ella es lo más trascendente y sagrado.”
Hoy desde SIC queremos insistir en la necesidad de centrarnos en la persona.
Todos los esfuerzos, todas las iniciativas, todos los análisis, todas las buenas ideas pierden sentido si no están vinculadas de manera inexorable al concepto de persona y a la idea concreta de la persona.
Es por ello, que desde este número 833, abordaremos el tema de la eutanasia, el asunto urgente de la vacunación, la evidente dolarización de facto que vivimos, la espinosa situación de las ONG en Venezuela, el testimonio de la Beatificación de José Gregorio Hernández, la situación de la gente en tiempos de COVID y Poscovid, los efectos de la violencia en la infancia… En definitiva, todos los temas y secciones de la revista fueron concebidos desde el prisma de una búsqueda constante de la dignidad de la persona. Porque para los cristianos, la persona siempre está en el centro de todo.
Notas:
- Discurso del Papa Francisco a los participantes en la Conferencia Internacional promovida por la Fundación Centesimus Annus – Pro Pontifice. 2019.
- TRIGO, P.: «Lo más grande que tenemos y somos es nuestra condición de personas». 29 de marzo del 2020. En Revista SIC digital: https://www.revistasic.gumilla.org/2020/pedro-trigo-lo-mas-grande-que-tenemos-y-somos-es-nuestra-condicion-de-personas/