Lissette González
Cuando se habla de embarazo adolescente se tiende a pensar que es un fenómeno que ocurre por un comportamiento sexual irresponsable y un desconocimiento de la anticoncepción. Programas de televisión como los reality shows de MTV exponen con detalle los casos de aquellas jóvenes que ven sus oportunidades truncadas por un embarazo no deseado. La pregunta es si esta es la situación mayoritaria en un país como el nuestro.
La visita a cualquier maternidad nos mostraría un panorama que podría resultar turbador: muchas niñas y jóvenes serán pacientes de las salas de parto, puesto que uno de cada cinco nacimientos registrados cada año es de una madre menor de veinte años. Esto nos puede resultar contrastante en una sociedad que alienta la participación de la mujer en múltiples ámbitos, no sólo en las labores domésticas y es fácil concluir que dadas las expectativas prevalecientes en el contexto, la maternidad temprana debe ser necesariamente un evento fortuito, una consecuencia no deseada, un accidente. Se piensa que el abandono escolar de las jóvenes es una consecuencia de embarazos no deseados y es este fenómeno el que desencadena una serie de eventos que termina perpetuando la condición de pobreza.
En virtud de lo anterior, la mayor parte de las organizaciones públicas y privadas que se orientan a la prevención del embarazo precoz se dedican a realizar campañas informativas en colegios y liceos sobre métodos anticonceptivos o a promover la abstinencia sexual de los jóvenes, según cuál sea la orientación de la organización desde el punto de vista religioso. Sin embargo, múltiples estudios realizados sobre el tema muestran que la mayoría de las jóvenes conoce al menos un método anticonceptivo, la deserción escolar tiende a ocurrir un año o más antes del nacimiento del primer hijo, más de dos tercios de las madres adolescentes se encontraban en una unión de pareja estable y declaran que ese embarazo fue deseado. Por tanto, la situación real parece distar mucho de la idea que nos hemos hecho sobre el problema.
Al entrar en detalle sobre quiénes son las madres adolescentes, encontramos que esta situación es más frecuente entre las jóvenes de áreas rurales, las que tienen menor nivel de instrucción y las que viven en situación de pobreza. Mirado desde esta perspectiva, el panorama es otro y hace falta que nos preguntemos por qué en estas circunstancias estas jóvenes toman la decisión de ser madres.
Imaginemos una muchacha de 18 años de clase media. ¿Qué necesita para ser considerada como una persona adulta en su entorno? La respuesta es sencilla: estudiar, preferiblemente hasta completar la universidad o aún más; trabajar y obtener algún grado de independencia económica. En las grandes ciudades esto puede ser suficiente, en contextos un poco más tradicionales, probablemente se mantenga la expectativa de que se case y tenga hijos como un requisito.
¿Cuál es el panorama para una muchacha de origen popular? Probablemente, tenga grandes dificultades para estudiar (por los costos que implica y la escasa oferta de planteles en su área de residencia) y su familia sentirá como un gran logro si obtiene el título de bachiller. Aún en este caso (que es el más optimista), los trabajos a los que puede acceder con ese nivel de instrucción no le permitirán grandes satisfacciones, ni independencia económica. Por tanto, el único camino para ser considerada adulta en su entorno es ser madre.
El problema no es, entonces, dar mayor información o regalar condones, aunque esto por supuesto debe seguir haciéndose para ayudar a prevenir no sólo embarazos no deseados, también las enfermedades de transmisión sexual. Y estos programas preventivos, además, no deben vincularse exclusivamente al sistema escolar porque el principal riesgo lo corren quienes ya han abandonado la escuela. Pero lo único que brinda a nuestras jóvenes la oportunidad y la expectativa de una vida distinta, de otras metas, otros retos es permanecer estudiando y que esos estudios puedan dar frutos en el mercado de trabajo. Y cuando tengan ese nuevo mundo de oportunidades abiertas, ellas mismas decidirán posponer la formación de una pareja y la maternidad. Sólo necesitan creer que otra perspectiva es posible. Inclusión en el sistema escolar y en el mercado de trabajo, ese es, nada más y nada menos, el reto de quienes formulan políticas pública para nuestros jóvenes.